IN MEMORIAM DE ZAIDENA

Este espacio dedicado a la literatura, está realizado a la memoria de Zaidena, gran escritora y querida amiga (q.e.p.d.)




jueves, 21 de marzo de 2013

Angelena
Capítulo 1

La mañana luce espléndida, el viento ligeramente fresco, corre alegre por los callejones de la ciudad, que empieza a despertar, cuando salgo de casa y camino hacia el Jardín de Embajadoras, ya los niños caminan presurosos a sus escuelas. Para mi es un día especial, pues hoy culmino la primera parte del sueño de mi vida, me gradúo de Abogada, más bien de Licenciada en Leyes. Han sido años muy duros, atendiendo la casa y a mi marido, hombre exigente y celoso, tal vez por la enorme diferencia de edades.

He quedado de reunirme con algunos compañeros en la cafetería de Valadez, en el Jardín de la Unión, frente al Teatro Juárez, pues discutiremos los últimos detalles de la fiesta de graduación, que celebraremos en un salón llamado “Los murciélagos” Curioso nombre, pero ad hoc al ambiente de la ciudad

La joven aborda un autobús que la llevará cerca del Jardín de la Unión. El transporte va lleno de niños ruidosos; en la parte trasera viaja una joven condiscípula de Angelena, aunque no van en el mismo grado; la joven invita a Angelena a compartir el asiento, apretándose un poco con el resto de los viajeros.

—Buenos días, Angelena, te felicito, pues hoy es tu graduación y por lo que vi en el tablero de calificaciones, eres el mejor promedio de tu generación. No sé como le haces, pues tengo entendido que eres casada.

—Efectivamente, Carmelita, repuso, tengo siete años de casada y sí, ha sido muy pesado, pero restándole algunas horas al sueño de vez en cuando, me daba tiempo de estudiar y, gracias a Dios, he obtenido buenas notas, espero que me valga para que me pueda colocar en un buen despacho de Abogados en León, pues no puedo alejarme mucho de mi casa.

—Yo pienso que con ese promedio, no tendrás problemas, pues cualquier bufete estará interesado en prepararte para que te quedes con ellos.

—Házmela buena, Carmelita. Pero no creo tener tanta suerte.

Así platicando, se les fue pasando el tiempo a las jóvenes, una a concluir un ciclo y la otra a presentar algún examen en ese fin de año. Poco después, Carmelita se bajó para dirigirse a la Universidad, en tanto que Angelena continuó un poco mas, hasta llegar al Jardín de la Unión.

La joven se queda pensando en su no tan lejano pasado. Nació en esa hermosa ciudad, hace apenas 22 años, estaba por concluir el Sexenio de De la Madrid cuando ella vino al mundo. Casi en la misma casa donde ahora vive, pues llegó a ella cuando tenía unos cuantos meses de nacida. Sus padres fueron amantes y cariñosos con ella: Su madre, Isabel, era una hermosa joven de cabellera negra, tez blanca y ojos embrujadores nacida en Argentina y venida a México con una compañía de teatro. Su padre, José Ángel, un próspero Ingeniero Civil egresado de la Universidad de Guanajuato y con un buen prestigio logrado en los pocos años de actividad profesional en el Estado; nacido en la cercana ciudad de Silao, donde viven sus padres. Pocos recuerdos tiene de sus primeros años, aunque tiene presente las caricias y besos de sus progenitores.

Amor a primera vista

Cuando Angelena nació, en 1978, toda la familia se llenó de felicidad. La niña era la primera nieta de los padres de José Ángel. De los padres de Isabel, no había noticias. Su padre había nacido en el Líbano y su madre en la Provincia de Santa Fe, en Argentina. Cuando Isabel era pequeña, el padre volvió al Líbano y no se supo más de él, en tanto que la madre, casi se desatendió de la niña, quien creció al lado de nanas alquiladas, ausente del cariño que todo infante requiere para su buen desarrollo como ser humano. Cuando Isabel estudiaba la escuela Secundaria, fue “descubierta” por un Productor teatral, quien quedó prendado de su belleza, convenciéndola para que incursionara en el teatro; la chica aceptó y el Productor se encargó de pagarle unas clases de actuación y, sin mas intenciones que la profesional, la fue llevando de la mano hasta que subió a los escenarios, donde deslumbró al público, no tanto por su calidad histriónica, como por su belleza y carisma natural. Luego de cinco años de éxitos teatrales por diferentes rumbos de su país, la empresa para la que trabajaba fue invitada a presentarse en el Festival Internacional Cervantino, que año tras año se celebra en Guanajuato y otras ciudades de México.

Fue una presentación emocionante, pues el público ovacionó a la Compañía y, especialmente a Isabel, quien hizo gala de su coquetería natural. Esa noche en el Teatro Juárez, fue determinante para Isabel y para un atento espectador de las primeras filas: El Ingeniero José Ángel, quien quedó irremediablemente atraído por la bella joven argentina. A base de mil argucias y contando con la complicidad de algunos empleados del teatro, amigos de él, logró llegar hasta el camerino de la actriz, en medio de una buena cantidad de periodistas y críticos de teatro. Cuando finalmente pudo estar al lado de Isabel, todo fue que se miraran a los ojos, para que se estableciera una corriente de simpatía entre ambos. Con discreción, José Ángel pasó una tarjeta a Isabel, donde estaba anotado su nombre y teléfono, solamente pudo decirle: Háblame, por favor; los periodistas la envolvieron en una de esas confusas entrevistas llamadas “de banqueta”, donde todos quieren obtener unas palabras exclusivas para su medio y los camarógrafos y fotógrafos forman un pandemónium alrededor de la entrevistada. Como pudo, José Ángel salió del camerino y del teatro, yéndose a reunir con unos amigos al Café de Valadez, sitio de reunión tradicional en Guanajuato, donde ya lo esperaban varios muchachos, entre ellos, Adrián, su mejor amigo desde que eran pequeños.

—¡José Ángel!, dijo en voz alta levantando una mano, para que los ubicara el emocionado recién llegado, ¿qué pasó, cómo te fue?, ¿pudiste llegar a ella?

—¡Claro que pude, compañero!, no iba a desperdiciar la oportunidad. Le dejé mi tarjeta y creo que me va a llamar.

—Ni lo sueñes, querido amigo, de esas pulgas no brincan en tu petate. Realmente está re chula la chamaca.

—Chula es poca cosa, dijo entusiasmado el ingeniero, es verdaderamente angelical, yo creo que si no me llama, me voy hasta Argentina a seguirla.

—Estás bien loco, camarada, dijo algún otro contertulio, a esas morritas solamente se les conquista con harta “lana”

—Puede ser, aceptó el enamorado, pero yo estoy seguro que algo se movió cuando nos vimos y la calidez de su mano me lo transmitió.

—Bueno, ahora por lanzado, dijo algún otro, te toca pagar los cafés, además eres el único que ya gana su propia lana.

—No se hable mas, amigos míos, pues mi felicidad alcanza para eso y mucho mas.

Los amigos siguieron departiendo y bromeando hasta que cerró el negocio, ya a la media noche. El corro de muchachos salió de la cafetería, echando a caminar, en medio de risas y bromas. Conforme fueron avanzando calles, el grupo se fue adelgazando, hasta que, por el rumbo de la Alhóndiga solamente quedaron Adrián y José Ángel, quienes se despidieron para dirigirse cada cual a su casa, ofreciendo comunicarse en cuanto José Ángel supiera algo de la actriz. Lleno de ilusiones y sueños, el joven se dirigió a la casa de huéspedes donde vivía y donde había vivido durante toda su estancia en la Universidad, siendo muy estimado por la dueña de la pensión, quien lo miraba casi como a un hijo.

Al día siguiente, José Ángel se levantó temprano, como de costumbre y salió a revisar su obra, pues en ese tiempo estaba construyendo una escuela en el poblado de Santa Teresa, muy cercano a Guanajuato, dejando muy claro que si le hablaban por teléfono, pidieran que dejaran un número telefónico donde poder reportarse. Al medio día volvió a su habitación y luego salió a sentarse en el comedor a trabajar, pues tenía necesidad de hacer algunos documentos referentes a su obra, pero deseaba estar cerca del teléfono para cuando llamara Isabel, estaba seguro que lo haría. Pasó la hora de la comida, la que hizo casi sin ganas, pues poco a poco su entusiasmo se iba disipando. Ayudó a levantar la mesa y luego de limpiarla, volvió a sacar sus papeles, aún cuando ya había terminado, simplemente para tener el pretexto de quedarse en el comedor. A las 4:30 sonó el teléfono y José Ángel se levantó presuroso a contestar.

—¡Bueno, bueno, aquí José Ángel!, ¿con quien desea hablar?

—¿Aló, José Ángel?, soy Isabel, vos me habéis dado tu tarjeta en el camerino. ¿Recordás?

—¡Desde luego que lo recuerdo!, ¿te puedo ver ahora?

—Si tú querés, me hospedo en el Hotel San Diego, a un lado del Teatro, ¿lo conocés?

—Sí, lo conozco, ¿en media hora está bien?

—Bien, José Ángel, te esperaré en el lobby, hasta entonces.

El joven colgó el teléfono y casi ahogándose por la emoción, se dio una ducha rápida, se puso una camisa limpia, se afeitó y terminó con una generosa porción de loción para después de afeitarse. A la carrera salió de la casa y, casi corriendo puso rumbo al lugar de su cita, llegando en punto de las cinco de la tarde. Isabel ya lo esperaba, leyendo una revista de espectáculos. Vestía un cómodo pantalón de mezclilla, una playera blanca, promocional del Festival Cervantino, una gorra de beisbolista y lentes obscuros; nadie podría pensar que esa hermosa chica, fuera la deslumbrante estrella de la noche anterior.

—Isabel, dijo el muchacho casi en un susurro. ¿No te hice esperar?

—Para nada, José Ángel, sos un chico muy puntual. ¿A donde vamos?

—A donde tú gustes, pero si deseas conocer lugares especiales y tomar una copa de vino, conozco un sitio cercano, ¿te interesa?

—¡Desde luego que me interesa!, si vos decís que es hermoso, vamos ya.

Efectivamente, el bar era un pequeño local en un sótano, cuya ventana interior dejaba ver una parte de la calle subterránea. El sitio estaba a media luz y se sentía acogedor; las luces del subterráneo daban un toque de magia a la vista.

—¡Esto es maravilloso, José Ángel!, gracias por traerme aquí.

Los jóvenes disfrutaron de un tiempo maravilloso, para charlar, para conocerse, para enamorarse. Con esto confirmaban que la primera impresión, recibida en el camerino, cuando se conocieron. No había sido algo irreal; evidentemente eran almas gemelas que se habían encontrado, o tal vez, reencontrado en el tiempo. Luego de un par de copas de vino, salieron del bar y se pusieron a recorrer las románticas calles de Guanajuato; en algún sitio se escuchaba la alegre música de una Rondalla y se fueron en su busca. Era un grupo de visitantes jóvenes que caminaban y coreaban las canciones en una típica “callejoneada”, es decir, un recorrido por los callejones de Guanjuato, al ritmo de la romántica música de los “tunos”, vestidos con sus largas capas, adornadas con listones multicolores y pulsando mandolinas, guitarras y panderos.

Esa noche recorrieron calles, callejones y plazas y cuando, finalmente llegaron al Jardín de la Unión, donde terminaba el recorrido, José Ángel e Isabel, se dieron cuenta que ya no podrían vivir el uno sin el otro. Isabel invitó a José Ángel a subir a su habitación, donde dieron rienda suelta a ese amor que los había atrapado. Abrazados y exhaustos, vieron aparecer las primeras luces de la mañana, lo que los volvió a su realidad, pues Isabel debería partir a otra ciudad a cumplir los compromisos adquiridos por la Compañía y José Ángel atendería asuntos referentes a su propio trabajo. Con tristeza se separaron, no sin antes prometer Isabel que volvería a su lado en cuanto se terminara la gira, lo cual sería en el plazo de un mes.

Ese mes fue de auténtico sufrimiento para José Ángel, pero también de una firme esperanza en que volvería su amada, como había prometido. Mientras tanto, además de realizar su trabajo cotidiano, el Ingeniero se dio a la tarea de organizar su inminente boda, tal como había acordado con Isabel. Viajó a Silao a platicar con sus padres, informándoles de su intención de casarse con la hermosa artista argentina. Sus padres no pusieron ninguna objeción, pues se daban cuenta que, de cualquier manera, el hijo haría su voluntad, pues ya era mayor de edad y económicamente independiente, asegurándole estar presentes cuando él les avisara la fecha y lugar.

—Pos veo que ya tas decidido m’hijo y cuando una mujer se te mete en el alma. Ya no tienes remedio, lo mesmo me pasó con tu madre, solo fue mirarla y ya no me le pude escapar.

José Ángel miró con ternura a don Ángel, su padre, ese querido viejo, vestido siempre con pantalón de mezclilla, cuando hacía frío, usaba una chamarra del mismo material y siempre con el sombrero de palma bien puesto. Su rostro moreno hacía resaltar su gran mostacho blanco, lo que le daba un aire de hombre recio. De chamaco había sido campesino, como su padre, pero con los años aprendió el oficio de la encuadernación, montó un taller en el pueblo y de ello sostuvo a su familia, sin lujos, pero sin carencias. Era un hombre trabajador y cumplido, como el taller estaba anexo a su casa, a las cinco de la mañana ya estaba trabajando. A las ocho almorzaba y a las nueve abría el taller, con una puntualidad que el vástago aprendió por el ejemplo. Doña Josefina, su madre, era una mujer admirable, siempre pendiente de los requerimientos del marido y del hijo, del único hijo que Dios le permitió, pues una de esas infecciones post parto, tan frecuentes en los pueblos con poca atención médica, la dejó estéril; fue muy duro para el matrimonio, quienes deseaban tener una gran familia, como había sido la de cada uno de ellos. No obstante, se hicieron a la idea y se dedicaron por completo al cuidado de ese hijo, quien siempre les dio motivos de orgullo.

Diariamente José Ángel hablaba con su prometida, quien mediante un servicio de mensajería le hizo llegar los documentos que se requerían para hacer el trámite. Por lo pronto, el matrimonio solamente sería por las Leyes Civiles y mas adelante lo formalizarían con la boda religiosa. José Ángel rentó una hermosa casita en Marfil, un pintoresco poblado en las afuera de la Ciudad, frente a la Presa de los Santos, un pequeño embalse de tiempos de la Colonia y que ahora mas bien era un paseo para los habitantes del lugar.

Tal como lo había ofrecido, Isabel llegó al cabo de un mes y, acompañados de los padres del novio y unos cuantos amigos, la feliz pareja se presentó a unir sus vidas en las oficinas del Registro civil, en la Presidencia Municipal; los padres de la novia solamente los pudieron felicitar vía telefónica, pues no podían costear el viaje. De esta forma, Isabel y José Ángel unieron sus vidas. Al mes siguiente, Isabel informó al feliz marido, que se encontraba embarazada, aunque habría qué esperar unos días, a que lo confirmara el médico, pues podría tratarse de un retraso. Pero la noticia sí resultó cierta y el matrimonio se dio a la tarea de preparar la casa y sus vidas para la llegada de un nuevo miembro en la familia.

El año de 1978, fue de enorme alegría para los noveles padres, pues recibieron la llegada de una hermosa y robusta niña, a quien pusieron por nombre Angelena, siendo una combinación del nombre del padre y el de la abuela materna, de nombre Elena. La niña, quien mostró una gran inteligencia desde pequeña, se convirtió en el centro de atención de la pareja, especialmente del padre, que orgulloso salía a pasearla. Fue en esos tiempos que José Ángel adquirió la casa cercana al Jardín de Embajadoras, a fin de darle a la niña un espacio de jardín donde pudiera jugar con plena seguridad. Cuando Angelena cumplió el primer año de vida, sus padres le organizaron una gran fiesta, invitando a sus abuelitos, primos y algunos hijos de los amigos de su padre. Todos celebraron el feliz cumpleaños, llevándole diversos tipos de regalos.

Todo parecía ser de gran felicidad para la niña y sus padres, aunque en su fuero interno, Isabel seguía añorando la vida en el teatro; cuando llegaba una compañía a poner alguna obra en la ciudad, no faltaba a la función, siempre acompañada de su esposo. Al volver a casa, recordaba sus años en Argentina, sus inicios en el teatro, los ensayos, las largas horas de discusión de los libretos, en fin, las noches de estreno, con la tensión nerviosa al máximo, deseando que todo saliera perfecto. Luego del estreno, las horas de autocrítica, analizando todos los detalles, corrigiendo pequeñas fallas, leyendo la crítica, buena y mala, analizando mas ésta, que aquella, pues de la crítica dura aprendían y podían corregir y todos se felicitaban cuando aquel crítico, a quien personalmente invitaban a una nueva función, se daba cuenta que sus comentarios habían calado hondo y servido para mejorar el desempeño.

—¿Te ha gustado la obra, cariño?, preguntaba a su marido, deseosa de que le hubiese agradado, de que compartieran ese añorado mundo de la farándula.

—Si, mi amor, me ha gustado y me siento feliz de poder compartir contigo estos momentos, pues le agradezco a ese amor por el teatro, que te haya traído hasta mi.

En ese tenor pasaban horas, luego de salir de la función, que siempre concluía con una cena romántica en tantos sitios apropiados que había en la ciudad.

Luego de cuatro años de feliz convivencia, volvió la compañía de teatro en que se formó Isabel, vino invitada al Festival Cervantino e Isabel no perdió el tiempo, de inmediato se dirigió a buscarlos a los ensayos. Esa tarde estuvo mas elocuente que de costumbre, hablando de la compañía y de la obra que iban a presentar; desde luego que su marido no tuvo ninguna objeción en asistir a la representación y, efectivamente, resultó una puesta en escena de gran calidad, que fue muy comentada en la prensa de espectáculos nacional e internacional. La compañía tuvo otras dos presentaciones en la ciudad, debiendo partir al día siguiente de la última.

Ese día, Isabel avisó a su marido que iría a despedirse de sus amigos y José Ángel tendría que viajar a León, a ver los detalles de una contratación que tenía en aquella ciudad.

—José Ángel, mi amor, dijo a manera de despedida, cuando ya su marido estaba a bordo de la camioneta, no me esperés, porque iremos a cenar luego de la función, pues todos se irán temprano, mañana, es una pena que vos no podás acompañarme, pero si no tardás, nos buscás en el teatro o en el hotel, según la hora a que volvás.

—No te preocupes, contestó, el marido, es posible que me demore, pues los funcionarios regresan tarde de comer y uno tiene que estar pendiente, para poder arreglar los asuntos. Diviértete y saluda a los amigos.

José Ángel se fue e Isabel entró a su casa a preparar todo lo necesario para la niña y la comida. El día se le hizo eterno, hasta que llegó la tarde, le dio un beso a Angelena, quien se encontraba entretenida coloreando unos cuadernos con dibujos de animalitos y caricaturas. La niña volteó a ver a su madre y le envió un beso con la manita, diciéndole adiós.

Isabel se fue a cumplir con esos amigos, a quienes no acababa de dejar en el pasado, un pasado que, ciertamente, había sido hermoso para ella y en el que había surgido como una artista de cierta importancia; además de que había sido el medio para encontrar la felicidad en la vida. Pero esas cosas no pasaron por su cabeza, simplemente, se fue.

La niña se quedó al cuidado de una niñera que tenían contratada para tal fin. Esa noche, cuando José Ángel volvió de su trabajo, se encontró a la niñera a solas con la niña y con la noticia de que su esposa no había vuelto aún. José Ángel pensó que se detendría con alguna amistad, a sabiendas de que su marido llegaría tarde de su viaje a otra ciudad. A fin de esperar a la madre, José Ángel sacó a Angelena a pasear un poco al Jardín Embajadoras; como pasaron dos horas y la noche empezaba a refrescar, el ya preocupado hombre regresó a la niña a la niñera, para que la acostara, en tanto él se quedó en la sala, a la espera de su esposa. Hizo algunas llamadas a sus amistades, a fin de saber si la habían visto, varias personas le dijeron haberla visto por la tarde en los alrededores del Teatro Juárez, no obstante ningún amigo o sus esposas se refirieron a ella por la noche.

—Papito, dijo Angelena, entrando al estudio de su padre para darle las buenas noches, ¿por qué no ha venido mami?, siempre me va a dar la bendición cuando me acuesto.

—No debe tardar, mi amor, respondió el preocupado padre, pero acuéstate y en un momento subiré yo a darte la bendición.

—¿Y me contarás un cuento como mi mami?

—Sí, hijita mía, te leeré un cuento, igual que lo hace mami.

Luego que la niña se hubo acostado, José Ángel subió a su habitación, Angelena ya tenía sobre la cama un libro de cuentos, esperando a su papá para que le leyera.

—¡Papito, papito!, gritó la niña con alegría, léeme el cuento del burrito flojo, por favor.

—Muy bien, pero te vas a dormir pronto, dijo en tanto abría el libro en la página correspondiente, empezando a leer: “Érase una vez en un pueblo muy lejano, que había un buen hombre que tenía un borrico de pelo blanco, al que cuidaba con esmero y le alimentaba con avena y maíz quebrado, pero el animalito no era nada agradecido, pues tenía un gran defecto: Era un asno flojo………..”, La niña se fue quedando dormida, José Ángel la abrigó bien, le dio la bendición y un beso en la frente y volvió a su despacho, a continuar con la angustiante espera.

Sin poder aguantar mas tiempo inactivo, José Ángel avisó a la niñera que saldría a buscar a su esposa, que por favor estuviera al pendiente del teléfono, porque él mismo estaría llamando para enterarse. A fin de no sentirse tan solo, llamó a Adrián, su inseparable amigo:

—Adrián, dijo en cuanto respondió el amigo, perdona que te llame tan tarde, pero no ha vuelto Isabel y estoy desesperado, ¿podrías acompañarme a buscarla?

—Desde luego que sí, Pepe, solo dame unos minutos y voy a tu casa.

—No, por favor, espérame, yo paso a buscarte, para movernos en la camioneta. De inmediato se puso en movimiento, saliendo de su casa rumbo a la Alhóndiga, que era el barrio donde vivía su amigo; al llegar al punto, el fiel Adrián ya lo esperaba.

—¿Qué ha pasado Pepe?, preguntó en cuanto abordó el vehículo de su amigo, ¿tuvieron alguna discusión?

—No, Adrián, nada de eso, nos despedimos bien y ella iba a la última función de la obra de teatro que trajo la compañía donde trabajaba, luego irían a cenar y volvería a casa. Yo me fui a León a arreglar algunos asuntos y volví tarde. Como no había vuelto, pensé que se había demorado con sus amigos.

—¿Sabes en qué hotel se hospeda la compañía?, preguntó Adrián.

—En el San Diego, como siempre.

—Pues empecemos por averiguar si ya volvieron los de la compañía.

—Tienes razón, Adrián, estoy tan inquieto que no pensé en ello, con toda seguridad están en el bar del hotel y se les ha ido el tiempo sin darse cuenta.

Sintiéndose mas tranquilo, José Ángel puso rumbo al hotel, debiendo dejar la camioneta a algunas calles de distancia, pues frente al hotel no hay forma de estacionarse. Dejaron la camioneta en la Plazuela del Calvario y caminaron hasta el Hotel San Diego. Los recibió el encargado nocturno de la Recepción.

—Buenas noches, señores, ¿en qué puedo servirles?

—Andamos buscando a alguna persona de la compañía de teatro argentino que se hospedan en este lugar. ¿Nos puede indicar si se encuentran en el bar, o no han vuelto de la cena?

—No, la compañía abandonó el hotel en cuanto terminaron la función, creo que tenían prisa por partir.

Los amigos se miraron y Adrián notó como se ensombreció el semblante de su amigo, pues veía nuevamente perdida la oportunidad de hallar a su esposa.

—Gracias, señor, dijo Adrián. Buenas noches.

—Los amigos salieron del hotel y se fueron caminando lentamente y en silencio, en busca de la camioneta.

Luego de varias horas de recorrer los sitios probables en donde podría estar su esposa. Desesperado de no saber de ella y temiendo que le hubiese pasado algún accidente; recorrió la Cruz Roja, Hospitales públicos y privados y finalmente la Comandancia de Policía, donde le informaron que debían pasar cinco días para que se considerara perdida a una persona adulta. De cualquier forma tomaron el reporte y le pidieron volver al día siguiente, con la esperanza que su esposa ya hubiera vuelto al hogar.

Volvió a su casa a las tres de la mañana, encontrando a la niñera despierta, esperando noticias, La mandó a dormir y él se quedó en la sala, con la habitación a obscuras, sumido en mil reflexiones y temores. Era tanto su amor por Isabel, que se negaba a pensar que pudiera andar en malos pasos, mas bien temía que, en compañía de alguno de sus antiguos compañeros, hubiera salido de la ciudad y tenido algún percance que le hubiese impedido volver; rogaba a Dios que estuviera bien.

Así lo encontró el nuevo día, desesperado, sin dormir, corriendo a la puerta en cuanto escuchaba un auto cercano, siempre para volver descorazonado a su larga espera. Luego de los cinco días de ausencia, fue a levantar un Acta por desaparición de persona, a fin de que las Autoridades se avocaran a su búsqueda. Todo resultó infructuoso. Pasaron los días, lentos y angustiosos. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses.

José Ángel empezó a descuidar su negocio, que estaba en las manos de sus ayudantes, quienes hacían lo que podían, a fin de terminar adecuadamente las obras. Adrián, su amigo inseparable, procuraba estar a su lado el mayor tiempo posible; de alguna forma servía de puente entre el atribulado Ingeniero y su oficina, viendo que avanzaran las obras, que se cobraran correctamente y se pagara a los empleados y proveedores, así como vigilar que los Contadores tuvieran al corriente los pagos tributarios.

—No te desesperes, Pepé, sólo Dios sabe por qué pasan las cosas, ten fe en que ella volverá, no es posible que se haya ido así nomás, dejando a su hija, a ti, que tanto la amas y a la buena vida que le estabas dando, algo debe haber pasado que le ha impedido llamarte. ¿Te has comunicado a Argentina, con sus padres?

—Lo intenté, pero ya no viven en el domicilio de ese número de teléfono y la persona que contestó, no los conoce. No pude averiguar nada.

—Podríamos intentar en las líneas aéreas, tal vez tengan registrada su salida del País. ¿Se llevó su pasaporte?

—Siempre lo llevaba en su bolso, pues era su única identificación, pero está toda su ropa y efectos personales, respondió José Ángel, realmente no lo entiendo.

Finalmente el hombre no pudo mas con el dolor de haber perdido a su amada esposa y, sin pensar en el futuro de su hija, se encerró en su despacho a llorar su desventura. Por mas que Adrián le estuvo llamando a la puerta, no le abrió. Esa aciaga madrugada de 1983, José Ángel se pegó un tiro en la cabeza, dejando en la orfandad a Angelena. Desesperado, Adrián llamó a la Policía, quienes llegaron en cosa de 15 minutos; el muchacho les puso al tanto de lo ocurrido y entre dos forzaron la puerta para poder entrar. Demasiado tarde, el Ingeniero se había disparado poniéndose el cañón de la pistola en la boca, la pared y el piso estaban manchados de sangre y masa encefálica, su muerte fue instantánea. Los mismos policías llamaron al Ministerio Público, quien llegó a dar fe de lo ocurrido, deslindando de responsabilidad a quienes se encontraban en la casa. Aún con el dolor por la pérdida de su amigo, Adrián se hizo cargo de todos los trámites legales. Vio que se llevaron el cuerpo de José Ángel para que se le practicara la autopsia.

Cuando se fueron todos, llamó a la niñera, que se encontraba sumamente nerviosa, acompañando a Angelena, para que no fuera a bajar y mirara el horrible espectáculo; le pidió que le acompañara a llevar a la niña al lado de sus abuelos. Desde luego que estuvo de acuerdo y empacando las ropas de la niña, pusieron rumbo a Silao.

—Tío Adrián, preguntó la niña, ¿por qué no viene mi papito con nosotros?

—Porque tiene mucho trabajo, respondió el amigo con un nudo en la garganta, pero luego te vendrá a buscar, mientras tanto, te quedarás unos días con tus abuelitos, ¿te parece bien?

—¡Síiiii…!, dijo la niña entusiasmada, me gusta estar con mis abuelitos, pues son muy buenos y me compran mis dulces.

Luego se quedó en silencio, mirando el paisaje y los animales que pastaban en los campos aledaños a la carretera, al poco rato se sentó en el regazo de la niñera y se quedó dormida.

El dar la fatal noticia a los padres de José Ángel, fue algo muy fuerte, los viejos estaban inconsolables ante la perdida del hijo amado, volcando en la nieta todo ese amor que ya no podrían dar a su hijo, pero pensando en la responsabilidad que se les venía encima, pues ellos, ya viejos, tal vez no le duraran mucho tiempo a la niña, entonces, ¿qué sería de ella?...