IN MEMORIAM DE ZAIDENA

Este espacio dedicado a la literatura, está realizado a la memoria de Zaidena, gran escritora y querida amiga (q.e.p.d.)




jueves, 16 de enero de 2014

Sergio A. Amaya S. Diciembre 6 de 2010 Ciudad Juárez, Chihuahua, México Prefacio Hay algunas ocasiones, pocas realmente, en que tenemos la fortuna de ser tocados por los ángeles, puede ser en la figura de un hermano, de un amigo cercano, etc. Los nuevos medios de comunicación, me dieron la enorme oportunidad de ser tocado por un ángel, que, no obstante la distancia geográfica que nos separaba, estuvimos unidos por una hermosa amistad a través del Internet. En esos pocos meses descubrí a una mujer inteligente y preparada, era Abogada, fue Docente Universitaria y una extraordinaria Escritora de poesía, relatos y novela policiaca. Era argentina, del Departamento de Santa Fe. Su nombre, Zaid Enna, su pseudónimo, Zaidena. Con este nombre incursionó en muchas revistas electrónicas, recibiendo varios premios por su calidad, tanto en España, como en Argentina, pero, por sobre todas las cosas, fue una extraordinaria Amiga. Su historia, muy breve, estuvo llena de dolores y tristezas. Su vida fue breve, 32 años. Era una mujer de fe firme, cristiana católica practicante. Pronto volvió al cielo, a donde pertenecía; así como me tocó a mi, estoy cierto que lo hizo con muchas mas personas, todos quienes la tratamos de alguna forma, lloramos su partida, mas por nosotros mismos, que nos deja huérfanos de su calor humano, felices por ella, pues se terminaron sus tristezas. Esta breve novela intenta dar vida a ese recuerdo que de ella tenemos, para que no muera, que será difícil que ocurra, pues ahí está su obra, tal vez no muy extensa, pero sí de una gran calidad y mientras haya alguien que la lea, Zaidena vivirá por siempre. Sea este un humilde homenaje para esa valiosa mujer, con cariño y respeto a su memoria. La obra de Zaidena, está tomada de su Blog www.zaid-zaidenaescritos.blogspot.com El autor 1 La mañana luce espléndida, el viento ligeramente fresco, corre alegre por los callejones de la ciudad, que empieza a despertar, cuando salgo de casa y camino hacia el Jardín de Embajadoras, ya los niños caminan presurosos a sus escuelas. Para mi es un día especial, pues hoy culmino la primera parte del sueño de mi vida, me gradúo de Abogada, más bien de Licenciada en Leyes. Han sido años muy duros, atendiendo la casa y a mi marido, hombre exigente y celoso, tal vez por la enorme diferencia de edades. He quedado de reunirme con algunos compañeros en la cafetería de Valadez, en el Jardín de la Unión, frente al Teatro Juárez, pues discutiremos los últimos detalles de la fiesta de graduación, que celebraremos en un salón llamado “Los murciélagos” Curioso nombre, pero ad hoc al ambiente de la ciudad La joven aborda un autobús que la llevará cerca del Jardín de la Unión. El transporte va lleno de niños ruidosos; en la parte trasera viaja una joven condiscípula de Angelena, aunque no van en el mismo grado; la joven invita a Angelena a compartir el asiento, apretándose un poco con el resto de los viajeros. —Buenos días, Angelena, te felicito, pues hoy es tu graduación y por lo que vi en el tablero de calificaciones, eres el mejor promedio de tu generación. No sé como le haces, pues tengo entendido que eres casada. —Efectivamente, Carmelita, repuso, tengo siete años de casada y sí, ha sido muy pesado, pero restándole algunas horas al sueño de vez en cuando, me daba tiempo de estudiar y, gracias a Dios, he obtenido buenas notas, espero que me valga para que me pueda colocar en un buen despacho de Abogados en León, pues no puedo alejarme mucho de mi casa. —Yo pienso que con ese promedio, no tendrás problemas, pues cualquier bufete estará interesado en prepararte para que te quedes con ellos. —Házmela buena, Carmelita. Pero no creo tener tanta suerte. Así platicando, se les fue pasando el tiempo a las jóvenes, una a concluir un ciclo y la otra a presentar algún examen en ese fin de año. Poco después, Carmelita se bajó para dirigirse a la Universidad, en tanto que Angelena continuó un poco mas, hasta llegar al Jardín de la Unión. La joven se queda pensando en su no tan lejano pasado. Nació en esa hermosa ciudad, hace apenas 22 años, estaba por concluir el Sexenio de De la Madrid cuando ella vino al mundo. Casi en la misma casa donde ahora vive, pues llegó a ella cuando tenía unos cuantos meses de nacida. Sus padres fueron amantes y cariñosos con ella: Su madre, Isabel, era una hermosa joven de cabellera negra, tez blanca y ojos embrujadores nacida en Argentina y venida a México con una compañía de teatro. Su padre, José Ángel, un próspero Ingeniero Civil egresado de la Universidad de Guanajuato y con un buen prestigio logrado en los pocos años de actividad profesional en el Estado; nacido en la cercana ciudad de Silao, donde viven sus padres. Pocos recuerdos tiene de sus primeros años, aunque tiene presente las caricias y besos de sus progenitores. Amor a primera vista Cuando Angelena nació, en 1978, toda la familia se llenó de felicidad. La niña era la primera nieta de los padres de José Ángel. De los padres de Isabel, no había noticias. Su padre había nacido en el Líbano y su madre en la Provincia de Santa Fe, en Argentina. Cuando Isabel era pequeña, el padre volvió al Líbano y no se supo más de él, en tanto que la madre, casi se desatendió de la niña, quien creció al lado de nanas alquiladas, ausente del cariño que todo infante requiere para su buen desarrollo como ser humano. Cuando Isabel estudiaba la escuela Secundaria, fue “descubierta” por un Productor teatral, quien quedó prendado de su belleza, convenciéndola para que incursionara en el teatro; la chica aceptó y el Productor se encargó de pagarle unas clases de actuación y, sin mas intenciones que la profesional, la fue llevando de la mano hasta que subió a los escenarios, donde deslumbró al público, no tanto por su calidad histriónica, como por su belleza y carisma natural. Luego de cinco años de éxitos teatrales por diferentes rumbos de su país, la empresa para la que trabajaba fue invitada a presentarse en el Festival Internacional Cervantino, que año tras año se celebra en Guanajuato y otras ciudades de México. Fue una presentación emocionante, pues el público ovacionó a la Compañía y, especialmente a Isabel, quien hizo gala de su coquetería natural. Esa noche en el Teatro Juárez, fue determinante para Isabel y para un atento espectador de las primeras filas: El Ingeniero José Ángel, quien quedó irremediablemente atraído por la bella joven argentina. A base de mil argucias y contando con la complicidad de algunos empleados del teatro, amigos de él, logró llegar hasta el camerino de la actriz, en medio de una buena cantidad de periodistas y críticos de teatro. Cuando finalmente pudo estar al lado de Isabel, todo fue que se miraran a los ojos, para que se estableciera una corriente de simpatía entre ambos. Con discreción, José Ángel pasó una tarjeta a Isabel, donde estaba anotado su nombre y teléfono, solamente pudo decirle: Háblame, por favor; los periodistas la envolvieron en una de esas confusas entrevistas llamadas “de banqueta”, donde todos quieren obtener unas palabras exclusivas para su medio y los camarógrafos y fotógrafos forman un pandemónium alrededor de la entrevistada. Como pudo, José Ángel salió del camerino y del teatro, yéndose a reunir con unos amigos al Café de Valadez, sitio de reunión tradicional en Guanajuato, donde ya lo esperaban varios muchachos, entre ellos, Adrián, su mejor amigo desde que eran pequeños. —¡José Ángel!, dijo en voz alta levantando una mano, para que los ubicara el emocionado recién llegado, ¿qué pasó, cómo te fue?, ¿pudiste llegar a ella? —¡Claro que pude, compañero!, no iba a desperdiciar la oportunidad. Le dejé mi tarjeta y creo que me va a llamar. —Ni lo sueñes, querido amigo, de esas pulgas no brincan en tu petate. Realmente está re chula la chamaca. —Chula es poca cosa, dijo entusiasmado el ingeniero, es verdaderamente angelical, yo creo que si no me llama, me voy hasta Argentina a seguirla. —Estás bien loco, camarada, dijo algún otro contertulio, a esas morritas solamente se les conquista con harta “lana” —Puede ser, aceptó el enamorado, pero yo estoy seguro que algo se movió cuando nos vimos y la calidez de su mano me lo transmitió. —Bueno, ahora por lanzado, dijo algún otro, te toca pagar los cafés, además eres el único que ya gana su propia lana. —No se hable mas, amigos míos, pues mi felicidad alcanza para eso y mucho mas. Los amigos siguieron departiendo y bromeando hasta que cerró el negocio, ya a la media noche. El corro de muchachos salió de la cafetería, echando a caminar, en medio de risas y bromas. Conforme fueron avanzando calles, el grupo se fue adelgazando, hasta que, por el rumbo de la Alhóndiga solamente quedaron Adrián y José Ángel, quienes se despidieron para dirigirse cada cual a su casa, ofreciendo comunicarse en cuanto José Ángel supiera algo de la actriz. Lleno de ilusiones y sueños, el joven se dirigió a la casa de huéspedes donde vivía y donde había vivido durante toda su estancia en la Universidad, siendo muy estimado por la dueña de la pensión, quien lo miraba casi como a un hijo. Al día siguiente, José Ángel se levantó temprano, como de costumbre y salió a revisar su obra, pues en ese tiempo estaba construyendo una escuela en el poblado de Santa Teresa, muy cercano a Guanajuato, dejando muy claro que si le hablaban por teléfono, pidieran que dejaran un número telefónico donde poder reportarse. Al medio día volvió a su habitación y luego salió a sentarse en el comedor a trabajar, pues tenía necesidad de hacer algunos documentos referentes a su obra, pero deseaba estar cerca del teléfono para cuando llamara Isabel, estaba seguro que lo haría. Pasó la hora de la comida, la que hizo casi sin ganas, pues poco a poco su entusiasmo se iba disipando. Ayudó a levantar la mesa y luego de limpiarla, volvió a sacar sus papeles, aún cuando ya había terminado, simplemente para tener el pretexto de quedarse en el comedor. A las 4:30 sonó el teléfono y José Ángel se levantó presuroso a contestar. —¡Bueno, bueno, aquí José Ángel!, ¿con quien desea hablar? —¿Aló, José Ángel?, soy Isabel, vos me habéis dado tu tarjeta en el camerino. ¿Recordás? —¡Desde luego que lo recuerdo!, ¿te puedo ver ahora? —Si tú querés, me hospedo en el Hotel San Diego, a un lado del Teatro, ¿lo conocés? —Sí, lo conozco, ¿en media hora está bien? —Bien, José Ángel, te esperaré en el lobby, hasta entonces. El joven colgó el teléfono y casi ahogándose por la emoción, se dio una ducha rápida, se puso una camisa limpia, se afeitó y terminó con una generosa porción de loción para después de afeitarse. A la carrera salió de la casa y, casi corriendo puso rumbo al lugar de su cita, llegando en punto de las cinco de la tarde. Isabel ya lo esperaba, leyendo una revista de espectáculos. Vestía un cómodo pantalón de mezclilla, una playera blanca, promocional del Festival Cervantino, una gorra de beisbolista y lentes obscuros; nadie podría pensar que esa hermosa chica, fuera la deslumbrante estrella de la noche anterior. —Isabel, dijo el muchacho casi en un susurro. ¿No te hice esperar? —Para nada, José Ángel, sos un chico muy puntual. ¿A donde vamos? —A donde tú gustes, pero si deseas conocer lugares especiales y tomar una copa de vino, conozco un sitio cercano, ¿te interesa? —¡Desde luego que me interesa!, si vos decís que es hermoso, vamos ya. Efectivamente, el bar era un pequeño local en un sótano, cuya ventana interior dejaba ver una parte de la calle subterránea. El sitio estaba a media luz y se sentía acogedor; las luces del subterráneo daban un toque de magia a la vista. —¡Esto es maravilloso, José Ángel!, gracias por traerme aquí. Los jóvenes disfrutaron de un tiempo maravilloso, para charlar, para conocerse, para enamorarse. Con esto confirmaban que la primera impresión, recibida en el camerino, cuando se conocieron. No había sido algo irreal; evidentemente eran almas gemelas que se habían encontrado, o tal vez, reencontrado en el tiempo. Luego de un par de copas de vino, salieron del bar y se pusieron a recorrer las románticas calles de Guanajuato; en algún sitio se escuchaba la alegre música de una Rondalla y se fueron en su busca. Era un grupo de visitantes jóvenes que caminaban y coreaban las canciones en una típica “callejoneada”, es decir, un recorrido por los callejones de Guanjuato, al ritmo de la romántica música de los “tunos”, vestidos con sus largas capas, adornadas con listones multicolores y pulsando mandolinas, guitarras y panderos. Esa noche recorrieron calles, callejones y plazas y cuando, finalmente llegaron al Jardín de la Unión, donde terminaba el recorrido, José Ángel e Isabel, se dieron cuenta que ya no podrían vivir el uno sin el otro. Isabel invitó a José Ángel a subir a su habitación, donde dieron rienda suelta a ese amor que los había atrapado. Abrazados y exhaustos, vieron aparecer las primeras luces de la mañana, lo que los volvió a su realidad, pues Isabel debería partir a otra ciudad a cumplir los compromisos adquiridos por la Compañía y José Ángel atendería asuntos referentes a su propio trabajo. Con tristeza se separaron, no sin antes prometer Isabel que volvería a su lado en cuanto se terminara la gira, lo cual sería en el plazo de un mes. Ese mes fue de auténtico sufrimiento para José Ángel, pero también de una firme esperanza en que volvería su amada, como había prometido. Mientras tanto, además de realizar su trabajo cotidiano, el Ingeniero se dio a la tarea de organizar su inminente boda, tal como había acordado con Isabel. Viajó a Silao a platicar con sus padres, informándoles de su intención de casarse con la hermosa artista argentina. Sus padres no pusieron ninguna objeción, pues se daban cuenta que, de cualquier manera, el hijo haría su voluntad, pues ya era mayor de edad y económicamente independiente, asegurándole estar presentes cuando él les avisara la fecha y lugar. —Pos veo que ya tas decidido m’hijo y cuando una mujer se te mete en el alma. Ya no tienes remedio, lo mesmo me pasó con tu madre, solo fue mirarla y ya no me le pude escapar. José Ángel miró con ternura a don Ángel, su padre, ese querido viejo, vestido siempre con pantalón de mezclilla, cuando hacía frío, usaba una chamarra del mismo material y siempre con el sombrero de palma bien puesto. Su rostro moreno hacía resaltar su gran mostacho blanco, lo que le daba un aire de hombre recio. De chamaco había sido campesino, como su padre, pero con los años aprendió el oficio de la encuadernación, montó un taller en el pueblo y de ello sostuvo a su familia, sin lujos, pero sin carencias. Era un hombre trabajador y cumplido, como el taller estaba anexo a su casa, a las cinco de la mañana ya estaba trabajando. A las ocho almorzaba y a las nueve abría el taller, con una puntualidad que el vástago aprendió por el ejemplo. Doña Josefina, su madre, era una mujer admirable, siempre pendiente de los requerimientos del marido y del hijo, del único hijo que Dios le permitió, pues una de esas infecciones post parto, tan frecuentes en los pueblos con poca atención médica, la dejó estéril; fue muy duro para el matrimonio, quienes deseaban tener una gran familia, como había sido la de cada uno de ellos. No obstante, se hicieron a la idea y se dedicaron por completo al cuidado de ese hijo, quien siempre les dio motivos de orgullo. Diariamente José Ángel hablaba con su prometida, quien mediante un servicio de mensajería le hizo llegar los documentos que se requerían para hacer el trámite. Por lo pronto, el matrimonio solamente sería por las Leyes Civiles y mas adelante lo formalizarían con la boda religiosa. José Ángel rentó una hermosa casita en Marfil, un pintoresco poblado en las afuera de la Ciudad, frente a la Presa de los Santos, un pequeño embalse de tiempos de la Colonia y que ahora mas bien era un paseo para los habitantes del lugar. Tal como lo había ofrecido, Isabel llegó al cabo de un mes y, acompañados de los padres del novio y unos cuantos amigos, la feliz pareja se presentó a unir sus vidas en las oficinas del Registro civil, en la Presidencia Municipal; los padres de la novia solamente los pudieron felicitar vía telefónica, pues no podían costear el viaje. De esta forma, Isabel y José Ángel unieron sus vidas. Al mes siguiente, Isabel informó al feliz marido, que se encontraba embarazada, aunque habría qué esperar unos días, a que lo confirmara el médico, pues podría tratarse de un retraso. Pero la noticia sí resultó cierta y el matrimonio se dio a la tarea de preparar la casa y sus vidas para la llegada de un nuevo miembro en la familia. El año de 1978, fue de enorme alegría para los noveles padres, pues recibieron la llegada de una hermosa y robusta niña, a quien pusieron por nombre Angelena, siendo una combinación del nombre del padre y el de la abuela materna, de nombre Elena. La niña, quien mostró una gran inteligencia desde pequeña, se convirtió en el centro de atención de la pareja, especialmente del padre, que orgulloso salía a pasearla. Fue en esos tiempos que José Ángel adquirió la casa cercana al Jardín de Embajadoras, a fin de darle a la niña un espacio de jardín donde pudiera jugar con plena seguridad. Cuando Angelena cumplió el primer año de vida, sus padres le organizaron una gran fiesta, invitando a sus abuelitos, primos y algunos hijos de los amigos de su padre. Todos celebraron el feliz cumpleaños, llevándole diversos tipos de regalos. Todo parecía ser de gran felicidad para la niña y sus padres, aunque en su fuero interno, Isabel seguía añorando la vida en el teatro; cuando llegaba una compañía a poner alguna obra en la ciudad, no faltaba a la función, siempre acompañada de su esposo. Al volver a casa, recordaba sus años en Argentina, sus inicios en el teatro, los ensayos, las largas horas de discusión de los libretos, en fin, las noches de estreno, con la tensión nerviosa al máximo, deseando que todo saliera perfecto. Luego del estreno, las horas de autocrítica, analizando todos los detalles, corrigiendo pequeñas fallas, leyendo la crítica, buena y mala, analizando mas ésta, que aquella, pues de la crítica dura aprendían y podían corregir y todos se felicitaban cuando aquel crítico, a quien personalmente invitaban a una nueva función, se daba cuenta que sus comentarios habían calado hondo y servido para mejorar el desempeño. —¿Te ha gustado la obra, cariño?, preguntaba a su marido, deseosa de que le hubiese agradado, de que compartieran ese añorado mundo de la farándula. —Si, mi amor, me ha gustado y me siento feliz de poder compartir contigo estos momentos, pues le agradezco a ese amor por el teatro, que te haya traído hasta mi. En ese tenor pasaban horas, luego de salir de la función, que siempre concluía con una cena romántica en tantos sitios apropiados que había en la ciudad. Luego de cuatro años de feliz convivencia, volvió la compañía de teatro en que se formó Isabel, vino invitada al Festival Cervantino e Isabel no perdió el tiempo, de inmediato se dirigió a buscarlos a los ensayos. Esa tarde estuvo mas elocuente que de costumbre, hablando de la compañía y de la obra que iban a presentar; desde luego que su marido no tuvo ninguna objeción en asistir a la representación y, efectivamente, resultó una puesta en escena de gran calidad, que fue muy comentada en la prensa de espectáculos nacional e internacional. La compañía tuvo otras dos presentaciones en la ciudad, debiendo partir al día siguiente de la última. Ese día, Isabel avisó a su marido que iría a despedirse de sus amigos y José Ángel tendría que viajar a León, a ver los detalles de una contratación que tenía en aquella ciudad. —José Ángel, mi amor, dijo a manera de despedida, cuando ya su marido estaba a bordo de la camioneta, no me esperés, porque iremos a cenar luego de la función, pues todos se irán temprano, mañana, es una pena que vos no podás acompañarme, pero si no tardás, nos buscás en el teatro o en el hotel, según la hora a que volvás. —No te preocupes, contestó, el marido, es posible que me demore, pues los funcionarios regresan tarde de comer y uno tiene que estar pendiente, para poder arreglar los asuntos. Diviértete y saluda a los amigos. José Ángel se fue e Isabel entró a su casa a preparar todo lo necesario para la niña y la comida. El día se le hizo eterno, hasta que llegó la tarde, le dio un beso a Angelena, quien se encontraba entretenida coloreando unos cuadernos con dibujos de animalitos y caricaturas. La niña volteó a ver a su madre y le envió un beso con la manita, diciéndole adiós. Isabel se fue a cumplir con esos amigos, a quienes no acababa de dejar en el pasado, un pasado que, ciertamente, había sido hermoso para ella y en el que había surgido como una artista de cierta importancia; además de que había sido el medio para encontrar la felicidad en la vida. Pero esas cosas no pasaron por su cabeza, simplemente, se fue. La niña se quedó al cuidado de una niñera que tenían contratada para tal fin. Esa noche, cuando José Ángel volvió de su trabajo, se encontró a la niñera a solas con la niña y con la noticia de que su esposa no había vuelto aún. José Ángel pensó que se detendría con alguna amistad, a sabiendas de que su marido llegaría tarde de su viaje a otra ciudad. A fin de esperar a la madre, José Ángel sacó a Angelena a pasear un poco al Jardín Embajadoras; como pasaron dos horas y la noche empezaba a refrescar, el ya preocupado hombre regresó a la niña a la niñera, para que la acostara, en tanto él se quedó en la sala, a la espera de su esposa. Hizo algunas llamadas a sus amistades, a fin de saber si la habían visto, varias personas le dijeron haberla visto por la tarde en los alrededores del Teatro Juárez, no obstante ningún amigo o sus esposas se refirieron a ella por la noche. —Papito, dijo Angelena, entrando al estudio de su padre para darle las buenas noches, ¿por qué no ha venido mami?, siempre me va a dar la bendición cuando me acuesto. —No debe tardar, mi amor, respondió el preocupado padre, pero acuéstate y en un momento subiré yo a darte la bendición. —¿Y me contarás un cuento como mi mami? —Sí, hijita mía, te leeré un cuento, igual que lo hace mami. Luego que la niña se hubo acostado, José Ángel subió a su habitación, Angelena ya tenía sobre la cama un libro de cuentos, esperando a su papá para que le leyera. —¡Papito, papito!, gritó la niña con alegría, léeme el cuento del burrito flojo, por favor. —Muy bien, pero te vas a dormir pronto, dijo en tanto abría el libro en la página correspondiente, empezando a leer: “Érase una vez en un pueblo muy lejano, que había un buen hombre que tenía un borrico de pelo blanco, al que cuidaba con esmero y le alimentaba con avena y maíz quebrado, pero el animalito no era nada agradecido, pues tenía un gran defecto: Era un asno flojo………..”, La niña se fue quedando dormida, José Ángel la abrigó bien, le dio la bendición y un beso en la frente y volvió a su despacho, a continuar con la angustiante espera. Sin poder aguantar mas tiempo inactivo, José Ángel avisó a la niñera que saldría a buscar a su esposa, que por favor estuviera al pendiente del teléfono, porque él mismo estaría llamando para enterarse. A fin de no sentirse tan solo, llamó a Adrián, su inseparable amigo: —Adrián, dijo en cuanto respondió el amigo, perdona que te llame tan tarde, pero no ha vuelto Isabel y estoy desesperado, ¿podrías acompañarme a buscarla? —Desde luego que sí, Pepe, solo dame unos minutos y voy a tu casa. —No, por favor, espérame, yo paso a buscarte, para movernos en la camioneta. De inmediato se puso en movimiento, saliendo de su casa rumbo a la Alhóndiga, que era el barrio donde vivía su amigo; al llegar al punto, el fiel Adrián ya lo esperaba. —¿Qué ha pasado Pepe?, preguntó en cuanto abordó el vehículo de su amigo, ¿tuvieron alguna discusión? —No, Adrián, nada de eso, nos despedimos bien y ella iba a la última función de la obra de teatro que trajo la compañía donde trabajaba, luego irían a cenar y volvería a casa. Yo me fui a León a arreglar algunos asuntos y volví tarde. Como no había vuelto, pensé que se había demorado con sus amigos. —¿Sabes en qué hotel se hospeda la compañía?, preguntó Adrián. —En el San Diego, como siempre. —Pues empecemos por averiguar si ya volvieron los de la compañía. —Tienes razón, Adrián, estoy tan inquieto que no pensé en ello, con toda seguridad están en el bar del hotel y se les ha ido el tiempo sin darse cuenta. Sintiéndose mas tranquilo, José Ángel puso rumbo al hotel, debiendo dejar la camioneta a algunas calles de distancia, pues frente al hotel no hay forma de estacionarse. Dejaron la camioneta en la Plazuela del Calvario y caminaron hasta el Hotel San Diego. Los recibió el encargado nocturno de la Recepción. —Buenas noches, señores, ¿en qué puedo servirles? —Andamos buscando a alguna persona de la compañía de teatro argentino que se hospedan en este lugar. ¿Nos puede indicar si se encuentran en el bar, o no han vuelto de la cena? —No, la compañía abandonó el hotel en cuanto terminaron la función, creo que tenían prisa por partir. Los amigos se miraron y Adrián notó como se ensombreció el semblante de su amigo, pues veía nuevamente perdida la oportunidad de hallar a su esposa. —Gracias, señor, dijo Adrián. Buenas noches. —Los amigos salieron del hotel y se fueron caminando lentamente y en silencio, en busca de la camioneta. Luego de varias horas de recorrer los sitios probables en donde podría estar su esposa. Desesperado de no saber de ella y temiendo que le hubiese pasado algún accidente; recorrió la Cruz Roja, Hospitales públicos y privados y finalmente la Comandancia de Policía, donde le informaron que debían pasar cinco días para que se considerara perdida a una persona adulta. De cualquier forma tomaron el reporte y le pidieron volver al día siguiente, con la esperanza que su esposa ya hubiera vuelto al hogar. Volvió a su casa a las tres de la mañana, encontrando a la niñera despierta, esperando noticias, La mandó a dormir y él se quedó en la sala, con la habitación a obscuras, sumido en mil reflexiones y temores. Era tanto su amor por Isabel, que se negaba a pensar que pudiera andar en malos pasos, mas bien temía que, en compañía de alguno de sus antiguos compañeros, hubiera salido de la ciudad y tenido algún percance que le hubiese impedido volver; rogaba a Dios que estuviera bien. Así lo encontró el nuevo día, desesperado, sin dormir, corriendo a la puerta en cuanto escuchaba un auto cercano, siempre para volver descorazonado a su larga espera. Luego de los cinco días de ausencia, fue a levantar un Acta por desaparición de persona, a fin de que las Autoridades se avocaran a su búsqueda. Todo resultó infructuoso. Pasaron los días, lentos y angustiosos. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. José Ángel empezó a descuidar su negocio, que estaba en las manos de sus ayudantes, quienes hacían lo que podían, a fin de terminar adecuadamente las obras. Adrián, su amigo inseparable, procuraba estar a su lado el mayor tiempo posible; de alguna forma servía de puente entre el atribulado Ingeniero y su oficina, viendo que avanzaran las obras, que se cobraran correctamente y se pagara a los empleados y proveedores, así como vigilar que los Contadores tuvieran al corriente los pagos tributarios. —No te desesperes, Pepé, sólo Dios sabe por qué pasan las cosas, ten fe en que ella volverá, no es posible que se haya ido así nomás, dejando a su hija, a ti, que tanto la amas y a la buena vida que le estabas dando, algo debe haber pasado que le ha impedido llamarte. ¿Te has comunicado a Argentina, con sus padres? —Lo intenté, pero ya no viven en el domicilio de ese número de teléfono y la persona que contestó, no los conoce. No pude averiguar nada. —Podríamos intentar en las líneas aéreas, tal vez tengan registrada su salida del País. ¿Se llevó su pasaporte? —Siempre lo llevaba en su bolso, pues era su única identificación, pero está toda su ropa y efectos personales, respondió José Ángel, realmente no lo entiendo. Finalmente el hombre no pudo mas con el dolor de haber perdido a su amada esposa y, sin pensar en el futuro de su hija, se encerró en su despacho a llorar su desventura. Por mas que Adrián le estuvo llamando a la puerta, no le abrió. Esa aciaga madrugada de 1983, José Ángel se pegó un tiro en la cabeza, dejando en la orfandad a Angelena. Desesperado, Adrián llamó a la Policía, quienes llegaron en cosa de 15 minutos; el muchacho les puso al tanto de lo ocurrido y entre dos forzaron la puerta para poder entrar. Demasiado tarde, el Ingeniero se había disparado poniéndose el cañón de la pistola en la boca, la pared y el piso estaban manchados de sangre y masa encefálica, su muerte fue instantánea. Los mismos policías llamaron al Ministerio Público, quien llegó a dar fe de lo ocurrido, deslindando de responsabilidad a quienes se encontraban en la casa. Aún con el dolor por la pérdida de su amigo, Adrián se hizo cargo de todos los trámites legales. Vio que se llevaron el cuerpo de José Ángel para que se le practicara la autopsia. Cuando se fueron todos, llamó a la niñera, que se encontraba sumamente nerviosa, acompañando a Angelena, para que no fuera a bajar y mirara el horrible espectáculo; le pidió que le acompañara a llevar a la niña al lado de sus abuelos. Desde luego que estuvo de acuerdo y empacando las ropas de la niña, pusieron rumbo a Silao. —Tío Adrián, preguntó la niña, ¿por qué no viene mi papito con nosotros? —Porque tiene mucho trabajo, respondió el amigo con un nudo en la garganta, pero luego te vendrá a buscar, mientras tanto, te quedarás unos días con tus abuelitos, ¿te parece bien? —¡Síiiii…!, dijo la niña entusiasmada, me gusta estar con mis abuelitos, pues son muy buenos y me compran mis dulces. Luego se quedó en silencio, mirando el paisaje y los animales que pastaban en los campos aledaños a la carretera, al poco rato se sentó en el regazo de la niñera y se quedó dormida. El dar la fatal noticia a los padres de José Ángel, fue algo muy fuerte, los viejos estaban inconsolables ante la perdida del hijo amado, volcando en la nieta todo ese amor que ya no podrían dar a su hijo, pero pensando en la responsabilidad que se les venía encima, pues ellos, ya viejos, tal vez no le duraran mucho tiempo a la niña, entonces, ¿qué sería de ella?... 2 Destino implacable Una vez que el cuerpo le fue entregado a don Ángel y siempre acompañado por Adríán, se organizaron el velorio y el sepelio de José Ángel, que fue muy concurrido, pues era una persona conocida y querida en su medio, solamente asistió don Ángel, quien recibió el pésame de los amigos y conocidos de su hijo; doña Josefina se quedó en Silao, velando su tristeza y cuidando de esa nietecita, que era el último lazo de sangre con el hijo perdido. Don Ángel y Adrián valiéndose del contador de la empresa, habían liquidado al personal y a los proveedores, notificando a los Contratantes de la desgracia sufrida, relevando a la Empresa de la terminación de los trabajos y estando de acuerdo en hacer un finiquito para dejar las cuentas saldadas por ambas partes. El efectivo restante en la cuenta de cheques, mas el saldo pagado por el dueño de la obra, le fue entregado a don Ángel. Los activos fijos de la constructora fueron congelados, quedando el contador como depositario temporal, pues debería cerrar la contabilidad para entregar resultados a la Secretaría de Hacienda. La casa fue cerrada y los bienes de José Ángel fueron congelados, hasta en tanto se celebrara el juicio de intestado. En todo momento, Adrián acompañó a don Ángel, quien dejando de lado su dolor y pensando en el futuro de la niña, se ocupó del aspecto legal. Luego de unos meses de incertidumbre para la niña, volvió a retomar su ritmo de vida y dos años después empezó a estudiar la educación Primaria, destacando entre todos sus compañeros como una niña de inteligencia excepcional. Sus abuelos estaban orgullosos de los logros de la nieta, José Ángel había dejado una buena cantidad de dinero, suficiente para la educación de la niña, así como la casa en Las Embajadoras, aunque los abuelos, con la niña, siguieron viviendo en Silao, donde el abuelo tenía su taller de encuadernación, y no le faltaba trabajo. Con todo y la ausencia de los padres, Angelena llevó una vida feliz al lado de sus abuelos. Aunque no dejaba de preguntar por sus padres. Ocasionalmente la visitaba su “tío” Adrián, que de alguna manera llevaba alegría a los abuelos, quienes no tenían mas familia que la misma nieta. —Abuelito, preguntó en alguna ocasión, ¿por qué mi papito se fue al cielo y no me llevó? —Porque al cielo, -repuso el abuelo, en tanto se ocupaba en colocar un libro en la prensa de encuadernación, solamente van las personas que son llamadas por Jesús y a ti no te ha llamado, pues sabe que nosotros te amamos y nos haces falta. —Entonces, siguió interrogando la niña, ¿a papito no lo amaban? —¡Claro que lo amábamos!, respondió el abuelo, dejando lo que estaba haciendo y abrazando a la niña, para que no viera sus ojos húmedos, lo seguimos amando y nos hace mucha falta, mi amor, pero solamente Dios sabe cuando llama a alguien. —Y mi mami, ¿también se fue al cielo con papi? —Eso no lo sabemos, pequeña, simplemente se fue y todos pedimos a Dios que, donde quiera que esté, sea feliz y esté bien. Ven, hijita, vamos a rezarle a la Santísima Virgen para que tus padres se encuentren bien, donde quiera que se hallen. El viejo y la niña se hincaron ante una imagen de la Virgen de Guadalupe, que, adornada de flores y luces, custodiaba el lugar de trabajo y la vida de esos buenos viejos. La niña rezaba, acompañada por los balbuceos, entre rezos y sollozos de su abuelo. Angelena fue creciendo en conocimientos, siempre destacando por su aprovechamiento y su don de gentes, pues era querida por sus compañeros y maestros. A partir del cuarto grado, fue seleccionada como abanderada de la escolta, cuando se rendían honores a la bandera; en quinto año dio muestra de una gran facilidad para expresar sus pensamientos por escrito, tanto en poesía, como en prosa y cuando terminó la escuela primaria, fue seleccionada para escribir y leer un pensamiento que reflejara su paso por la escuela y el sentir de sus condiscípulos, ante el hecho de terminar sus estudios primarios. La niña, ya de doce años, se dedicó una semana a platicar con sus maestros y compañeros, logrando una pieza de oratoria, digna de persona mayor, que arrancó lágrimas y aplausos, tanto de Maestros, como de alumnos y padres de familia. Sus abuelos estaban orgullosos de su amada nieta. Como era costumbre en esos tiempos, la Presidencia Municipal premiaba con una beca para estudiar al Secundaria, al mejor promedio de la generación, que, desde luego, correspondió con toda justicia a Angelena. La jovencita ingresó con todos los honores a la escuela secundaria de Silao, llena de entusiasmo por continuar sus estudios, pues tenía muy claro que deseaba seguir estudiando hasta terminar una carrera profesional; en esos tiempos se encontraba indecisa entre estudiar Filosofía y Letras o Medicina, pero era muy pronto para definirse en cualquier sentido, por lo que se afanó en sus estudios, sin dejar de ejercer su vocación natural hacia las letras y la literatura. Era una incansable lectora y luego de hacer sus tareas, se refugiaba en la biblioteca pública, donde ya era muy conocida, llevando a su casa los libros que iba eligiendo para su lectura, ya fuesen de poesía, novela, historia, que le fascinaba, o cualquiera otra especialidad literaria, siempre dispuesta a leer y estudiar. Pero no se piense que era una chica retraída, para nada, era muy amiguera y algunas tardes y sin falta los sábados y domingos, se reunía con amigos y amigas y organizaban tertulias en las casas de unos y otros. No faltó el galán que llegara a atraerle, teniendo varios noviazgos durante su paso por la Secundaria. Tal vez el mas notable fue con un chico de nombre Eusebio, un joven inteligente y estudioso, por lo que tenían mucho en común para pasar largas horas juntos, platicando de una y mil cosas. —Angelena, dijo Eusebio una tarde en que paseaban en el jardín principal, hace algunos meses que andamos de novios, yo siento que te amo con el alma y quisiera que fueras a mi casa a comer, para que te conozcan mis papás, ¿crees que te den permiso tus abuelos? —No creo que se opongan, Eusebio, pero, aunque yo también te amo, no creo que sea oportuno una visita tan formal a tu casa, pues no estoy preparada para pensar en formalizar nada, espero me entiendas. No es un rechazo, es simplemente que somos muy jóvenes, sigamos viviendo nuestro noviazgo y vayamos creciendo, a la vez que nos vamos conociendo. —Amor mío, dijo entristecido Eusebio, tienes razón en lo que dices, pero se me hace tan lejano el día que ambos terminemos una carrera, que siento que no me alcanzará la vida para unir nuestras vidas. Hablas como una persona mayor y eso me abruma. —No lo veas de esa forma, querido, mejor vive el amor que estamos sintiendo y deja que el tiempo nos ponga donde debamos estar, verás que así serás mas feliz. Los jóvenes siguieron su paseo en el parque, caminando alrededor de la plaza, cruzándose en cada vuelta con sus amigos y amigas, quienes también paseaban con sus parejas. A las siete de la noche, todos se refugiaban en la nevería, sitio de reunión de los jóvenes, donde pasaban el rato platicando y escuchando música en la sinfonola del negocio. De pronto entró un vecino de Angelena, buscándola con ansiedad, al hallarla se dirigió al grupo de jóvenes. —¡Angelena, que bueno que te encuentro!, dijo con cierto alivio, dice tu abuela que vayas pronto, tu abuelo se ha puesto enfermo. La joven sintió que se desvanecía por la impresión y, demudado el rostro, pidió a Eusebio que la acompañara. Saliendo ambos en pos del enviado; casi desfallecida llegó a su casa, al lado de su abuela. —¡Abuelita, abuelita!, ¿qué le pasa a mi abuelito? —No lo sé, hijita, solamente me dijo que tenía un dolor en el pecho y se acostó, yo pensé que a lo mejor había agarrado un aire, pero de todas formas le llamé al doctor Juanito, nuestro vecino; ahora lo está revisando. Angelina se asomó por una rendija de la puerta y vio a su abuelo, tendido en la cama, con la camisa abierta y el médico escuchando su corazón con el estetoscopio. Cerró con cuidado y volvió al lado de su afligida abuela. Hasta entonces se dio cuenta que Eusebio estaba parado en la puerta de la estancia, por lo que se dirigió hacia él y tomándolo de la mano lo acercó a su abuela. —Abuelita, él es Eusebio, un compañero de la escuela y mi mejor amigo, Deliberadamente omitió presentarlo como su novio. —Gracias, Eusebio, por acompañar a mi muchacha, esta es tu casa, has de perdonar que sea en estos momentos tan difíciles, pero espero que mi viejo se ponga bien, le dará gusto conocerte. —Gracias, señora, yo también espero que se componga don Ángel. Los jóvenes se sentaron a esperar, tomados de la mano, algo que no pasó desapercibido para la abuela, pero no dijo nada, pues sus pensamientos estaban al lado de su amado esposo. Cuando salió el Médico, los tres se dirigieron a él. —¿Cómo está mi viejo, Doctor?, se va a poner bien, ¿verdad? —No le puedo mentir, doña Josefina, la salud de don Ángel es delicada, su corazón tiene algunos problemas; por ahora solo debe reposar, pero le sugiero que mañana busquen una consulta con un Cardiólogo, pueden ver a éste en León, -entregó una tarjeta a la abuela y salió de la vivienda-. Angelena lo acompañó a la puerta, preguntando. —Doctor, ¿es grave lo de mi abuelito? El médico, quien conocía a Angelena desde niña, la miró con ternura, pues conocía muy bien las circunstancias en que había llegado a vivir al lado de sus abuelos y le respondió. —Angelena, tu abuelito ya es anciano, su corazón ha empezado a fallar, no te puedo asegurar nada, pues debe revisarlo el especialista, pero deben cuidarlo bien, que ya no trabaje mucho, ni haga cosas pesadas. Tú eres fuerte y debes apoyar a tu abuelita y ayudarla a cuidar a don Ángel. —Gracias, Doctor, ¿cuánto es de su consulta? —No te preocupes por ello, hija, mañana pasaré a visitarlo y ya me dirán cuando lo recibirá el Doctor, si me es posible, yo los llevaré en mi auto. —Gracias, Doctor, dijo sincera Angelena, se lo agradecemos mucho. Angelena volvió al lado de su abuela y de Eusebio, quienes estaban junto a la cama de don Ángel, quien miraba con curiosidad al joven. —Y este muchacho, preguntó a su mujer, ¿es amigo de mi nieta? —Sí, abuelito, respondió Angelena que alcanzó a escuchar la pregunta de su abuelo, es mi mejor amigo y compañero en la escuela. Él me acompañó cuando me avisaron que te habías puesto enfermo. —Gracias, muchacho, pero no te hubieras molestao, estas son enfermedades de viejo, ya por cualquier cosita, se anda uno poniendo malo. —Y tú, mi niña, siguió hablando el abuelo, no te preocupes, me ha de haber pegao un aire y pos ya no está uno pa aguantar. —Pues mientras sabemos qué tienes, abuelito, te vas a quedar acostadito. Mañana le vamos a hablar a un Doctor en León, para llevarte a revisar. —Pero pa qué gastamos, muchacha, no hace falta. ¿Verdá vieja, que no hace falta? —Lo dijo el Doctor Juanito y lo vamos a hacer, viejo retobón, dijo la abuela cariñosa, acariciando la blanca cabeza de su marido. —A qué viejas estas, se han de salir con la suya. No te cases, muchacho, dijo a Eusebio bromeando. Mírate en este espejo…. Ja, ja, ja. La broma ayudó a distender la tensión y todos rieron con las ocurrencias del viejo, los dos jóvenes salieron de la habitación, dejando a solas al matrimonio. —¿Qué te dijo el Doctor, Angelena?, preguntó Eusebio cuando estuvieron a solas. —Que el corazón de mi abuelito está débil, lo tiene que ver el Cardiólogo. La pareja se quedó en silencio, cada uno sumido en sus propias reflexiones. Angelena pensaba en su abuelo, pero también pensaba en sus padres, muy enojada con ambos, por haberla abandonado. Ahora, ya con mas consciencia de lo ocurrido, se le hacía evidente el egoísmo que sus progenitores habían demostrado. Se amaban, eso era indudable, pero nunca pensaron en el daño que estaban haciendo a su hija. De su madre, Angelena estaba segura que había huido con un hombre, pues pensaba que solamente un amor mayor que el tenido a la hija, podría haberla llevado a dejar atrás una familia; tal vez nunca lo supiera a ciencia cierta y en realidad no le importaba conocer las razones de su madre. Su padre….., ese ser maravilloso que tanto la amaba, qué gratos recuerdos guardaba en su mente, pues aunque aún era pequeña cuando se quedó sola, recordaba muy bien esos momentos mágicos que vivió con su padre….., pero entonces, ¿por qué lo hizo? Cuando era chica, nunca le dijeron cómo había muerto su padre, siempre pensó que, tal vez, un accidente lo había privado de la vida; ya mayorcita, consideró que tal vez alguna enfermedad fulminante lo había matado…. Lo supo una tarde que su tío Adrián fue por ella para invitarla al cine y a cenar, eran tardes maravillosas para la chica, pues era casi como si volviera a estar con su padre, pues siempre los vio juntos. Vieron una película cuya trama era muy semejante a la triste vida de Angelena, al salir del cine, en Guanajuato y recorrer esas calles llenas de magia y recuerdos, la joven preguntó a Adrián. —Tío, hay algo que siempre he deseado preguntarte y creo que ahora es el momento, solo quiero pedirte que seas sincero conmigo, pues ya no soy una niña. —Desde luego que sí, pequeña, repuso Adrián, temiendo la pregunta, pero convencido de que Angelena tenía todo el derecho a conocer su pasado, lo que me preguntes, te lo responderé con absoluta verdad. Llegaron al Jardín de la Unión y se sentaron en una banca, alejados del teatro, que era donde se reunía mas gente. El fresco de la noche y la música de alguna Estudiantina, los envolvían en la placidez de esa ciudad diseñada por magos y hechiceros; la discreta iluminación que permitían los frondosos y recortados ficus, les ocultaban un poco las facciones. —¿Cómo murió papá?, preguntó directamente, sin preámbulos. —Adrián se puso rígido, aunque sabía que debería decirle la verdad a la joven. Se suicidó, dijo en forma escueta, mirando hacia el vacío, llevando su mente varios años al pasado, con un nudo en la garganta y los ojos húmedos. —Se suicidó, repitió Angelena casi en silencio…., se suicidó. Se quedó en silencio, reflexionando en esa terrible verdad; eso cambiaba las cosas. Su padre no murió en un accidente, ni por una enfermedad; él mismo decidió terminar con su vida, olvidándose de la obligación que tenía para terminar de criar a una hija que una unión por amor había llevado al mundo…. Se suicidó…. Se suicidó, se repetía para sí misma, como queriendo asimilar el hecho en toda su intensidad. Angelena, se levantó y también lo hizo su tío Adrián, pasando el brazo sobre sus hombros, como queriendo protegerla de esos ingratos recuerdos y conocimiento de la verdad. Ambos empezaron a caminar, en silencio que pareciera nadie querer romper. —Vamos a cenar, hija, pues ya es tarde… —No, tío, gracias, creo que hoy no me apetece cenar. Mas bien quiero respuestas y solo tú, como el mejor amigo de mi padre, me las puede dar. —¿Qué mas puedo decirte?, si ya te he confesado lo mas importante. —Queda mucho por saber, por ejemplo, ¿qué tan importante fui para mis padres? —Fuiste como una bendición para ellos, hija mía. Te convertiste en el centro de su propia existencia; de hecho, la casa de Embajadoras la compró tu papá para que dispusieras de tu propio jardín, pues como sabes, pocas casas en Guanajuato lo tienen. —Mmmm…, expresó Angelena, pues que poco les duró el entusiasmo, ese supuesto amor que había entre ellos, no fue suficiente, pues mi madre nos dejó, solo Dios sabe por qué, o por quien, debe haber sido algo mas fuerte que el “amor” por papá o el que sentía por mi. —Pues de lo único que yo estoy seguro, porque lo viví con ellos, repuso Adrián, fue ese gran amor que los atrapó como un torbellino y luego se convirtió en un suave y constante viento que los animaba a ambos y tu nacimiento vino a reforzarlo. —Perdona que te contradiga, tío, creo en tus palabras, pero dudo del amor de mis padres; en al caso de papá, actuó como un cobarde egoísta. Cobarde porque no pudo soportar el saberse abandonado y egoísta, porque solamente pensó en sí mismo, no tomó en cuenta que dejaba en la orfandad a una niña de 4 años. Lo lamento mucho, pero será difícil que llegue a perdonar a alguno de los dos. —Me duele lo que dices, querida mía; me duele por José Ángel, que fue para mi como un hermano y no quisiera que nada enturbiara su memoria; particularmente me duele por ti, porque te amo y no quiero que tu alma se llene de rencor ante algo que no puedes cambiar, ni remediar. Tal vez cuando seas mayor, cuando llegues a tener hijos, entiendas a tus padres y les perdones, para que puedas ser plenamente feliz. 3 Cadena de dolores La cita con el Cardiólogo se estableció para dos días posteriores y tal como había ofrecido el Doctor Juan Alcázar, vecino de los abuelos, los transportó en su auto a la ciudad de León. Don Ángel se veía fatigado, aunque el viaje no era largo, cuando llegaron al consultorio, aún cuando no era la hora de la cita, el Cardiólogo lo vio tan mal que de inmediato lo pasó a la sala de auscultación; la enfermera le abrió la camisa y le colocó los electrodos para realizarle un electrocardiograma, en tanto el Dr. Honorio Santamaría, el cardiólogo, le tomaba los signos vitales. La tirilla de papel empezó a salir, con una línea irregular, que en ocasiones hacía unos picos, señal de una taquicardia. Le colocaron una mascarilla de oxígeno y el médico recomendó enviarlo al hospital, a la Unidad de Coronarias, donde lo podrían tratar adecuadamente. La noticia entristeció a Angelena y doña Josefina empezó a llorar en silencio, pues siempre habían comentado que, cuando entraran a un hospital, saldrían en un ataúd. La fortaleza de ambos los había tenido alejados de los hospitales, pero ahora, ya ancianos, parecía que era ineludible. Angelena abrazó a su abuela y la acompañó a firmar la aceptación para que su marido fuese internado. Don Juanito, el Médico vecino, las llevó al hospital y luego se volvió a Silao, pues tenía qué atender su consultorio. Las dos mujeres se quedaron solas, sumidas en sus propias reflexiones. Poco mas tarde llegó el Doctor Santamaría a atender a su paciente. —Abuelita, no estés triste, verás que mi abuelito se va a componer, es un hombre fuerte. —Sí lo es, aceptó la abuela, pero también es un hombre anciano y mucho me temo que en este lugar termine tu abuelo, no lo quiera Dios; en todo caso, sé que el preferiría morir en su cama. —Por favor, abuelita, no hables así. Así pasaron varias horas, la abuela parecía dormitar a ratos, Angelena estaba alerta, esperando la salida del doctor de la Unidad de Coronarias. Salían enfermeras diligentes y volvían con algún equipo o instrumental y solamente miraban y sonreían, compasivas, a Angelena y su abuela. Luego de varias horas, salió el doctor Santamaría, quien se dirigió a ellas. —Siga sentada, por favor, doña Josefina, vamos a platicar un poco para que estén bien enteradas de la situación de don Ángel. El señor no tiene, en realidad, una enfermedad grave en su corazón, pero es un hombre ya de cierta edad, que, además, ha llevado una dieta muy mexicana, es decir, rica en grasas y carnes rojas; eso y la poca actividad física, han ido dejando su marca en las arterias de don Ángel. Lo vamos a tener esta noche en observación para regularizarle el ritmo cardiaco y mañana lo podrán llevar a su casa; deberá llevar una dieta especial y hacer un poco de ejercicio; a fin de que no tengan que venir a León, hablaré con el Doctor Alcázar, que es su médico de cabecera y el les dará las recetas que requieran y revisará con regularidad a don Ángel. Espero que esto las tranquilice, dijo mirando también a la nieta. —Gracias, doctor, ha sido usted muy amable en explicarnos el estado de salud de mi abuelo, nos tranquiliza y sé que debemos tener muchos cuidados con él y le agradezco también que lo trate por medio del doctor Juanito, pues vive a dos casas de nosotros y podremos recurrir a él para que lo esté revisando. En cuanto a sus honorarios…. ¿Le pago a usted, o en la caja del hospital? —Por favor en la caja, dijo el cardiólogo levantándose, despidiéndose de mano de las dos mujeres. Yo les recomiendo que se vayan a su casa, pues por hoy no podrán ver a don Ángel y vuelvan mañana temprano, lo daré de alta como a las diez de la mañana, pero estará en una habitación en la madrugada, así que pueden llegar mas temprano a saludarlo y prepararlo para su salida. El médico regresó al lado del enfermo y las dos mujeres, con tristeza, abandonaron el hospital, Angelena llevó a su abuela a comer algo, antes de volver a Silao. Ya mas tranquilas, comentaron la situación. —¡Viejo renegao, este!, dijo la abuela fingiendo enojo, con los sustos que nos pega, un día me va dar el “diabetis” —Pero se va a poner bien, abuelita, dijo Angelena y sonrió ante las ocurrencias de su abuela. —Gracias a Dios y a la Virgencita, mi’jita, gracias a Dios. Luego de comer con calma y a fin de distraerla, Angelena la llevó a caminar un poco a y ver algunas tiendas, donde compraron algunas cosas. La chica, a su escasa edad, ya se comportaba como una adulta, sabiendo que ahora le tocaba a ella atender a sus abuelos, ya ancianos. Mas tarde abordaron un autobús Flecha Amarilla para volver a Silao. Al llegar a casa, la sintieron sola y fría, pues hacía falta el abuelo y su buen humor, su voz fuerte y cariñosa y los ruidos que hacía en su taller, siempre rodeado de sus amados libros. Angelena se encaminó al taller, a hojear algún libro que estaba en proceso de encuadernación, recordando con nostalgia las tardes que pasaba leyendo, cerca de su abuelo, en tanto él se afanaba en su trabajo. En ese amado lugar, la niña había aprendido a leer, guiada por la paciencia de su abuelo. El viejo le había enseñado el valor de los libros y las enseñanzas que el mas humilde texto le podría dejar. Desde entonces, siempre estaba buscando algo qué leer, pues sabía que eso le agradaba al abuelo. Ahora, ya de adolescente, se daba cuenta de cuánta razón tenía el abuelo, cuando la alentaba a leer. Esa afición por la lectura le sirvió para que se convirtiera en la mejor estudiante en la escuela Primaria y también le había hecho descubrir el mundo maravilloso de la escritura, pues por medio de ella daba rienda suelta a su imaginación. “La ola rompió en la roca, el cielo brillante en mil estrellas” Alma enamorada de la vida, siempre en busca de la felicidad completa, tal vez por ello tuvo varios novios infantiles en esa época, tal vez en un afán inconsciente de exploración y búsqueda de la persona humana que le llevara a ese huidizo estado sentimental. Al día siguiente y contando con la bondad del doctor Juanito, don Ángel volvió a su casa, aunque ya no con aquella energía que tanto admiraba Angelena; ahora se veía a un ser disminuido, agotado. Poco interés mostraba en su taller de encuadernación. Guiada por los consejos de su abuelo, Angelena fue terminando los trabajos pendientes, sin descuidar la calidad, que tan buen nombre habían dado al encuadernador; conforme se fueron entregando los trabajos, el taller se empezó a ver vacío, auténticamente “desangelado”, como le decía Angelena a su abuelo, para hacerlo reír. También se terminaron los ingresos que el abuelo percibía por su trabajo, afortunadamente la herencia de Angelena era suficiente para el sostenimiento de los tres, por lo que por la cosa económica, no había de qué preocuparse. El Dr. Juanito visitaba regularmente a don Ángel y al final de su reconocimiento, solamente movía la cabeza, como tratando de negar una situación que ya no tenía retorno. Esta situación duró un par de meses. Una tarde en que el tío Adrián había ido a comer con ellos, cosa que alegraba al viejo don Ángel, quien después de la comida, pidió que lo llevaran a su mecedora, mirando hacia la calle, vio a sus vecinos caminar tranquilos en el día de descanso, pidió a doña Josefina su Rosario y les pidió a Angelena, a su esposa y a Adrián, que lo acompañaran a rezar; aunque no era común la petición, de buena gana lo hicieron. Con voz, débil y quebradiza, don Ángel hizo el rezo del Acto de Contrición: «Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, me pesa de todo corazón haber pecado y haberte ofendido a ti, que eres bondad infinita…..”» Don Ángel cerró los ojos y con esa sencillez con que había vivido, así también se fue, sin hacer ruido, como de puntillas, para no interrumpir a quienes continuaron con el rezo; pensando que el viejo se había quedado dormido, su esposa, amorosa, lo tomó de la mano para que siguiera rezando, sintió que algo faltaba en esa mano dura por el trabajo, se lo dijo a Angelena, quien intentó tomarle el pulso, pero no sintió nada; Adrián salió presuroso en busca del Médico. Cuando llegó el Dr. Juanito, solamente constató que don Ángel había fallecido. Fue un golpe terrible para Angelena, quien una vez más se veía privada del amor cercano, protector y guía. Abrazada a su abuela y consoladas por Adrián, lloró por horas, nada había que la consolara. Doña Josefina, haciendo alarde de entereza, se encargó, junto con Adrián, de llevar a cabo los preparativos para el funeral. Angelena permanecía recluida en su habitación, como rechazando esa verdad evidente. Como se acostumbra en los pueblos pequeños, el velorio se efectuó en la casa; los empleados de la funeraria se encargaron de preparar el cuerpo, colocaron el ataúd en la estancia y lo flanquearon por cuatro cirios; en la cabecera se puso un Cristo Crucificado y un ramo de flores sobre el féretro. Los vecinos empezaron a llegar a dar el pésame a la familia y a estar un poco frente al ataúd. Avisados por no se sabe quien, fueron llegando los amigos y compañeros de Angelena, entre ellos, Eusebio, el novio de Angelena, quien la extrañaba, pero respetaba esos tiempos en que la joven debía estar a lado de sus abuelos. Por la noche llegó Juan Armendáriz, hombre de 42 años, próspero comerciante de Silao. Hombre soltero, hijo de españoles que llegaron al pueblo poco después del Movimiento revolucionario, habiendo abierto la tienda “La Giralda”, en tiempos en que el comercio se componía de la venta en el tianguis semanal, por lo que fue una novedad, pues en tal comercio se encontraban telas importadas, alimentos llevados de ultramar, bebidas finas y en fin, todo lo que un hogar de clase media o alta pudiera necesitar. Su hijo Juan, único vástago que les llegó ya entrando a la madurez, nació en 1948 y siempre fue un hombre solitario, las obligaciones en la tienda, escaso tiempo le dieron para estudiar hasta la Secundaria, para luego hacerse cargo del negocio, de sus ya ancianos padres. Juan siempre se mostró amable y hábil para atender a la clientela de la tienda. Siempre atendió con cortesía a los abuelos de Angelena y conocía muy bien a la joven y su limitada familia, pues cuando hacían sus compras semanales, les dedicaba un tiempo adicional para alcanzar un trato mas íntimo; conocía a Angelena desde que llegó al pueblo y, conforme la niña fue creciendo, el hombre se fue enamorando de ella, aunque nunca hizo manifestación alguna, ni a la joven, ni a sus abuelos. Cuando Angelena obtenía algún reconocimiento por su aprovechamiento escolar, no faltaba el regalo de Armendáriz, lo que siempre agradecía la niña, ajena por completo a los sentimientos del hombre. Al enterarse del fallecimiento de don Ángel y conociendo la situación familiar de Angelena, no dudó en acercarse a la casa a presentar sus condolencias, sinceras, a la viuda, pues se daba cuenta que la abuela tenía pocas esperanzas de vida, luego de toda la vida compartida con el marido fallecido. Al día siguiente, para el sepelio de don Ángel, Juan no abrió la tienda, el hombre solterón no tenía qué darle cuentas a nadie, de manera que muy temprano ya estaba en la casa de los abuelos, para acompañar a los deudos al cementerio. Doña Josefina le agradeció el gesto. El cortejo fúnebre partió de la casa a las doce del día y Juan fue uno de los portadores del féretro para depositarlo en la carroza; los asistentes al sepelio caminaron detrás del auto, encabezados por la abuela, Angelena y el tío Adrián; detrás de Angelena caminaban Juan y Eusebio; aquel el pretendiente y éste el novio de Angelena, aunque ninguno de los dos conocía de las pretensiones del otro. Deben haber asistido unas cincuenta personas, entre vecinos de los abuelos y compañeros de Angelena. Como todos estos eventos, estuvo cargado de emociones, particularmente en el momento de hacer descender el féretro a la fosa mortuoria, pues es cuando se acentúa la separación física del ser amado. La abuela lloró desconsolada y Angelena lo hizo, tanto por la pérdida de su abuelo, como por la tristeza en que dejaba sumida a su abuela, Adrián abrazaba a las dos, con los ojos húmedos y una enorme emoción en la garganta que le impedía hablar. Luego de la oración final del sacerdote que hacía la capellanía en el cementerio, los asistentes empezaron a retirarse. Doña Josefina, Angelena y Adrián, así como Juan y Eusebio, se esperaron hasta que la tumba fue cubierta por las flores y coronas enviadas. Finalmente convencieron a la viuda de que era momento de retirarse y los cinco abandonaron el cementerio, las dos mujeres a continuar con su vida, hasta donde ella les alcanzara. A pesar de su dolor, Angelena solamente faltó a la escuela durante esa semana, de inmediato se regularizó en tareas y trabajos, decidida a conseguir los objetivos propuestos, el primero de ellos, terminar la escuela Secundaria con un buen promedio, para intentar obtener una beca para la preparatoria. A partir de entonces, Juan se mostró mas interesado en doña Josefina, haciéndole pequeños obsequios o descuentos y teniendo largas pláticas con ella. —¿Cómo ha estado, doña Jose?, preguntó interesado el tendero a su habitual cliente, qué bueno que se ha decidido a salir, pues eso le hace bien, sé que la pérdida es irreparable, pero recuerde que es la voluntad de Dios. —Así es, don Juan, solamente pido a Nuestro Señor que pronto me recoja, para volver a reunirme con mi Ángel, aunque me preocupa pensar en lo sola que se quedará mi pobre nietecita,….. y con tanto sufrimiento que ha tenido desde niña….. —Pues qué bueno que toca ese punto, doña Jose, dijo Juan, aprovechando el momento y que la tienda estaba sola, pues yo también he estado pensando en ello desde el fallecimiento de su esposo….. Usted sabe que soy soltero, no tengo vicios y soy una persona seria y, si me lo permite decirlo, hace tiempo que me he ido enamorando de su nieta. Me doy cuenta de que hay una enorme diferencia de edades y por ello nunca he expresado mis sentimientos, por respeto a usted y a Angelena. Doña Josefina se puso tensa al escuchar la confesión del tendero; no obstante se daba cuenta de que ese hombre, a quien consideraba una buena persona, de quien nunca se había sabido nada negativo, bien podría ser una solución a sus preocupaciones; pero también razonó en esa diferencia de edades, treinta años le parecían demasiados, pues bien podría pasar por su padre. Además Angelena era una niña, pues todavía no cumplía los trece…. No, definitivamente habría qué esperar a que pasaran unos años, aunque no sabía cuántos le concedería Dios, pero no era cosa de apresurarse, en ningún sentido, así es que repuso conciliadora. —En verdad me ha tomado por sorpresa su declaración, Juan, usted sabe que lo aprecio y no quisiera que pensara que desairo su ofrecimiento, pero no es algo que pueda responder con ligereza, solo le pido que tenga paciencia, que Angelena siga viviendo su adolescencia y Dios nos indicará lo que sea su voluntad, mientras tanto, sigamos llevando esta amistad, si usted gusta visitarnos en la casa, las puertas siempre están abiertas para los amigos, pero, por favor se lo pido, no le haga saber a mi nieta sus pretensiones. De antemano le agradezco su prudencia y honestidad al hacerme saber sus intenciones. Conocí a sus padres y siempre fueron personas amables y educadas y así mismo lo educaron a usted y ello me dá tranquilidad, pero debo serle franca, me preocupa la diferencia de edades y lo que la misma Angelena pueda pensar, a su tiempo lo platicaré con ella y entonces, ya veremos…. Doña Josefina hizo su compra y abandonó la tienda. Juan se quedó satisfecho por la respuesta de la mujer, pues se daba cuenta de que no había despreciado su propuesta. Sabía muy bien que esa sería la primera reacción de la abuela y estaba preparado para ello, pero su interés en Angelena era genuino y honesto, pues en realidad estaba enamorado de la joven, aunque bien se daba cuenta de esa gran barrera que era la edad. Sabía muy bien que no sería la primera vez que ocurriera un matrimonio en esas circunstancias y, aunque los tiempos eran otros, las situaciones eran similares y su propuesta oportuna. Continuaría fomentando la amistad sincera y rogaba a Dios que le iluminara. Terminó el Año Lectivo y Angelena volvió a estar en el Cuadro de Honor de la escuela, recibiendo las felicitaciones de sus compañeros y Maestros. Su abuela le horneó un gran pastel, su tío Adrián le obsequió una computadora, un equipo muy novedoso y útil para hacer sus trabajos escolares; así también, una impresora de matriz de puntos, donde podía obtener mejor presentaciones para sus trabajos. Por su parte, el amigo de la familia, Juan Armendáriz le compró un equipo de sonido de alta fidelidad, que tenía la capacidad de grabar y reproducir música de la radio o conversaciones que el mismo usuario hiciera, algo de mucha novedad entre sus compañeros. Angelena de inmediato se fue a Guanajuato a comprar algunas cintas grabadas de sus artistas favoritos, a fin de poder ofrecer una pequeña fiesta en su casa, con motivo del fin de cursos. La Navidad de ese año de 1990, fue especialmente triste, pues era la primera que pasaban sin la presencia del abuelo; por su parte, doña Josefina, aún dentro de su tristeza, no dejó pasar la oportunidad de invitar al tío Adrián, con su esposa Beatriz y su pequeño hijo, a quien habían bautizado con el nombre de José Ángel, en memoria del amigo fallecido. Aprovechando la oportunidad y sin dar mas explicaciones, invitó a cenar a Juan Armendáriz, con el pretexto que vivía solo, pero con el oculto interés de irlo conociendo un poco mas, sin por ello conceder que había aceptado la propuesta del tendero. Esos días que Angelena empezó a escribir poemas y cartas dirigidas a un ser imaginario por un hombre, también inexistente; tal vez anhelado y para darle una personalidad diferente y en memoria y recuerdo del acento de su madre argentina al hablar, empezó a escribir como la joven recordaba y su padre se lo había repetido varias veces. Las líneas que siguen las escribió en esa primera computadora, obsequio de su tío Adrián. Quizá mañana Sería hermoso que supieras de mi amor. Tu vida no cambiaría, pero seguro que alimentaría tu alma y te sentirías nuevamente vivo, porque mi amor es tan grande y tan profundo que tus días se aferrarían a él para disfrutar de lo maravilloso que es vivir. Porque sería caminar de a dos siendo uno solo, amándonos de sólo mirarnos, temblar de sólo rozarnos, y compartir el placer enorme de sentirnos unidos sin lazos, sin ataduras, sin prejuicios. Mas nada puedo decirte. Debo callar este amor que enciende mis ojos con tan sólo verte, que le pone color a mis mejillas con tan sólo pensarte, y que desea dormir sólo para soñarte mío, intensa y enteramente mío. Quizá mañana cuando la luna inunde mi silencio te mire simplemente, y con esa mirada podrás llegar a descubrir mi gran secreto. Zaidena 19 de octubre de 2009 (Tomado de Periplosenred.blogspot.com ) Cuando su tío Adrián leyó esta carta, definitivamente le agradó, pero le causó gran extrañeza que una jovencita de 12 años, escribiera algo tan maduro, lo que mostraba el gran talento literario que existía en ese amado ser, tan lleno de dolor a su escasa edad. Durante el tiempo en que estudió el segundo y tercero de secundaria, la niña se fue convirtiendo en una hermosa mujer; su piel blanca, destacaba bajo su cabellera negra y unos grandes ojos negros, llenos de luz e inteligencia, resaltaban en su rostro siempre sonriente. En ella se habían conjugado los genes de dos seres físicamente hermosos, lo que la hacía destacar entre sus compañeras y ser anhelada por los muchachos de su edad. En ese tiempo, también, se fue acrecentando el amor que por ella sentía el tendero Juan Armendáriz, quien ya era recibido con mucha frecuencia en casa de la joven, que lo miraba con la estimación que se le tiene a un amigo cercano, muy familiar. Fue durante ese 1992 cuando su abuela se puso enferma, el Doctor Juanito la empezó a tratar, sin encontrar una clara manifestación de patología alguna, simplemente pareciera que la anciana ya se había cansado de vivir. La revisaron varios especialistas, sin encontrar nada que motivara el decaimiento de la enferma. Tal vez, sintiendo el final de su camino, la abuela habló con Angelena, cuando ya estaba internada en una clínica, temiendo que el tiempo no le fuera suficiente. —Angelena, amada niña, es probable que yo no regrese a la casa, pues ya es tiempo de que vaya a reunirme con mi amado Ángel, solo me detiene la preocupación de la soledad en que te quedarás… —Abuelita, por favor, la interrumpió Angelena llorosa, no digas esas cosas, verás que te pondrás bien y nos iremos a casa, las dos juntas. —Qué mas quisiera yo, hijita, pero sé que no será así. Por favor escúchame y no me interrumpas. Lo he pensado durante varios años y creo que es lo mejor para ti y en esa forma yo me iré tranquila. —Dime, abuelita, volvió a interrumpir la joven, qué quieres qué haga y eso haré, si ello te da tranquilidad…. —Te has dado cuenta que hemos estrechado nuestra amistad con Juan y ello tiene una razón; hace varios años que él me hizo ver el interés y amor que siente por ti, nunca te ha dicho nada, por respeto a ti y a mi pedido de que no lo hiciera, hasta que yo hablara contigo. Lo he analizado por meses, me he pasado noches en vela pensando en lo que pudiera resultar y estoy convencida de que es un buen hombre y te dará cariño y protección. Me podrás argumentar que tiene mucha edad para ti y es cierto, pero eso también es una garantía de que te sabrá respetar. Por favor, te pido que lo pienses, no me digas nada ahora; si gustas, puedes platicarlo con tu tío Adrián y cuando me des tu respuesta, entonces hablaré con Juan, solo te pido que no te demores, pues no sabemos qué tiempo me dé el Señor. Esa noche, Angelena volvió a su casa sumamente preocupada, tanto por la salud de su abuela, como por lo que le había pedido, Sintió la casa inmensa y fría, habitada solo por silencios y recuerdos. No sentía miedo, pues de alguna forma pensaba que el alma de su abuelo y de su padre, la estarían cuidando. Cuánto sufrió esa noche y como lloró con desesperación por no tener a su lado a esos dos seres maravillosos que le habían enriquecido en sus primeros años y cuánto rencor sintió contra su madre, por el abandono de que los hizo objeto y que, finalmente, había sido el motivo del suicidio de su padre. Ya noche llamó a su tío Adrián, contestó la esposa. —Tía Beatriz, buenas noches. Perdona que hable tan tarde, pero estoy volviendo del Sanatorio. ¿Está mi tío Adrián? —Sí, querida, te lo paso, pero dime ¿cómo está tu abuelita? —Me tiene preocupada, tía, pues no le encuentran mal alguno, pero cada día está mas débil, tal parece que ya se cansó de vivir. —¡Válgame Dios, hijita!, pues te mando un beso y dale mis saludos a tu abuelita, quiera Dios que se componga. Te paso a Adrián. —Angelena, hija mía, ¿estás bien?..., ¿cómo sigue tu abuelita? —Está mal, tío, pero hay algo que necesito comentar contigo, ¿podrás venir mañana?, si puedes a comer, sería bueno. —Muy bien, nena, yo te veré en tu casa, pero no hagas nada, te llevaré a comer a algún lugar donde podamos platicar. Iré con tu tía Beatriz, pues luego queremos ver a tu abuelita, ¿está bien? —Desde luego que está bien, tío, los espero mañana, buenas noches. Esa noche, el sueño de Angelena fue muy inquieto, se soñó a bordo de una lancha en medio de un mar tormentoso; viajaba sola sin saber cuál era su destino, un tanto a la deriva, pues en ese duro oleaje, poco podía hacer para orientarse, además el cielo cerrado y borrascoso no le permitía conocer la posición del sol o las estrellas. Despertó en la madrugada, sudorosa y jadeante, con la angustia que se le quería salir del pecho. A poco, el sueño le volvió a ganar y nuevamente volvieron las pesadillas. Se encontraba sentada en lo alto de una montaña, a sus pies podía mirar las ciudades, pero nuevamente estaba sola, ni alma en los alrededores y un cielo nublado, espeso y negro, le impedía saber hacia donde debería marchar, para llegar a un cierto punto, que no atinaba a conocer. Entonces le pareció ver una figura flotante, era un anciano de barba blanca y ojos bondadosos, quien le preguntaba: —Angelena, ¿sabes acaso qué es estar desorientada? Y ella solamente movía la cabeza de manera negativa. Te lo voy a explicar: la palabra “desorientado”, se refiere a no saber en donde está el Oriente, que es donde nace el sol, fuente de vida; por tanto, quien pierde el Oriente, tiene perdida a esa fuente de vida, que en tu caso, como cristiana, se refiere a Jesucristo… El timbre del despertador la sacó del sueño, amaneciendo con un desasosiego que no había experimentado nunca. Se levantó temprano, arregló la casa, se bañó y luego de desayunar se fue a sentar a la mecedora de su abuelo, pues pensaba que, tal vez, sentada en ese mueble el abuelo vendría a aconsejarle lo que debería hacer con su vida. Escuchó que llamaban a Misa y de prisa salió para asistir, algo que no hacía desde niña, cuando sus abuelitos la llevaban a la Misa Dominical. Puso atención a todo el desarrollo de la Misa, pero al terminar el Servicio, no sabía ni de qué se había tratado. Esperó a que saliera la gente y se dirigió a la Sacristía, pues sentía la necesidad de platicar con alguien ajeno a ella y su familia, requería de una palabra neutral. —Padre, se dirigió al Sacerdote que se estaba quitando la Casulla y el Alba, ¿podría hablar con usted unos momentos? —Las Confesiones son por la tarde, hija, respondió con calma el religioso. —No es una confesión, Padre, insistió Angelena, mas bien vengo en busca de un consejo. El Sacerdote, intrigado, invitó a la joven a pasar a su oficina, donde podría dedicarle algunos minutos, antes de salir a atender otros compromisos. —Dime, hija, qué es lo que ocurre, que buscas un consejo de un desconocido. —Usted no me conoce, pero yo sí a usted, soy su parroquiana, pero un tanto ausente de la Iglesia, pero es algo que debo corregir y lo haré. —Muy bien, espero lo hagas, ahora dime, ¿qué problema tienes? —Padre, tengo 15 años, soy huérfana desde los 4 y he sido criada por mis abuelos. Mi abuelo ya falleció y mi abuelita está muy cerca de morir, pues ya es grande y se encuentra enferma. No tengo mas familia que un tío postizo, que fue el mejor amigo de mi padre, pero no es mi familiar, aunque nos queremos. Por esta razón y para no dejarme sola en la vida, mi abuelita me pide que me case con un hombre bueno, soltero, que dice que me ama, se lo dijo a mi abuelita, pero es 30 años mayor que yo y no sé qué debo hacer. —Pues sí que necesitas un consejo, hija, pues tu problema es grande. Entiendo a tu abuelita, pues no quiere dejarte desamparada y ese hombre, a quien te recomienda para tu esposo, le parece que es la solución a su angustia de morir y dejarte a la deriva. Pero también tú tienes una razón válida, pues atarte a un hombre que dentro de 15 años, cuando tú estés en la flor de la vida, ya será un anciano, desde luego que no suena para nada bien, ahora dime, ¿qué piensas tú? —Mi cabeza es un torbellino, Padre. En realidad siento que, al faltar mi abuelita, estaré casi completamente sola, pues no queda nadie de mi familia y siento un miedo terrible. Pero también me doy cuenta que si acepto unirme a esa persona, mayor que yo, se podrían cortar mis esperanzas de ser profesionista, que es un deseo que tengo desde chica. Por la parte de convivencia, ignoro qué pudiera ocurrir, aunque la persona parece buena, es muy correcto y respetuoso, tiene una posición firme. Por mi parte, la herencia recibida de mi padre, casi se ha agotado, con las enfermedades de mis abuelitos, solamente me queda la casa de mis abuelitos y una casa que me heredó mi padre, en Guanajuato; es decir, por cuestión económica, no creo que haya interés o necesidad por ninguna de las partes. —Pues vaya contigo, hija, que para tu edad, tienes una manera muy madura de ver esta situación. Siento que no tienes problema para tomar una decisión, pero hay algo que te hace falta: Acercarte a Dios, hazlo con fervor y constancia y verás que Él, en su infinita misericordia, te llevará por el camino mas conveniente, pero te hago una aclaración, tenemos la falsa creencia de que el Señor nos concederá todo lo que le pidamos. Nada mas alejado de la realidad, debes saber que Dios nos envía a realizar tareas que sólo Él, en su infinita sabiduría, conoce; por tanto, esta vida tuya, tan llena de dolores, debe tener una razón —Gracias, Padre, por esta plática que me ha señalado la respuesta que debo dar a mi abuelita y le ofrezco reintegrarme a la comunidad parroquial y ponerme en las manos de Dios. —Qué gusto me da escuchar eso que dices, hija mía, verás que tu vida, si no será mas fácil, si podrá ser mas llevadera, pues siempre estarás segura que la llevas por el camino que el Señor desea. Ve con Dios, hija, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Angelena recibió la bendición con la cabeza gacha y luego salió del Templo, segura de lo que debería hacer. Cuando llegaron sus tíos, Angelena ya estaba lista; había llamado al Sanatorio, para enterarse del estado de su abuela, confirmando que su estado seguía igual, como a la espera de que algo sucediera, ofreció pasar a verla un poco mas tarde. Salió a encontrarlos para ir a comer. —Hola, Angelena, le saludó Adrián, como siempre, estás muy guapa. Pobres de los galanes que han de estar muriendo por ti. —Házmela buena, tío, si parece que vivo en un mundo aparte, nadie se fija en mi, pero espero que pronto llegue el príncipe azul. —No pierdas la fe, intervino Beatriz, que chicas guapas como tú, no abundan en estos rumbos. No cabe duda que la mezcla de sangres dio buen fruto. —Bueno, dijo Adrián, quiero proponerles que vayamos a comer a Irapuato, pues mas tarde necesito ver un asunto pendiente en aquella ciudad; desde luego hay mas de donde escoger que en Silao, aunque yo propondría La Parrilla argentina, para estar de acuerdo en lo dicho por Betty. —Por mi, encantada, dijo Angelena, con que regresemos a buena hora para ver a mi abuelita, está bien. Contando con la aceptación de las dos mujeres, Adrián enfiló hacia la salida rumbo a la cercana Irapuato. No mas cruzar la vía del ferrocarril, se extendían los campos de labranza, como mares color ocre rojizo del sorgo, cuyas espigas se movían como un oleaje, al empuje de la brisa; en algunas zonas ya se miraban las máquinas trilladoras levantando el preciado grano, dejando amplias áreas de color verde claro, donde revoloteaban las garzas y diversos pájaros, levantando los granos dispersos que dejaba la máquina. Luego de escasos cuarenta minutos, entraron por la Avenida Guerrero, dejando atrás los fraccionamientos, llegaron a la zona dorada de la ciudad, donde se encontraba el concurrido restaurante, como Beatriz había dejado a José Ángel con su nana, no tuvieron problema para estar cómodos y relajados; las mujeres pidieron unas bebidas de frutas, en tanto Adrián las acompañó con una copa de vino tinto. En tanto llegaban los alimentos, Angelena los puso al tanto de lo dicho por su abuela. Adrián se quedó callado, pensando en que, algo de ello había pasado por su cabeza, al encontrarse con frecuencia a Juan en casa de Angelena, pero sabiendo la enorme distancia en edad que los separaba, jamás dio credibilidad a su resquemores; desconcertado, miraba a su esposa, como buscando alguna palabra que le devolviera los pensamientos razonables. Beatriz también se quedó callada, muda por la sorpresa, pero con un poco mas de serenidad que su marido, tal vez por ser mujer y entender, cuando menos de manera parcial, los temores de la abuela. Angelena, por su parte, estaba expectante por recibir el comentario de Adrián. El silencio y la tensión se hicieron pesados en esa mesa de tres comensales, quienes de pronto habían perdido el apetito o el antojo de las deliciosas carnes que les sirvieron. A la memoria de Angelena, llegaron los aromas de los alimentos que, alguna vez, en sus primeros años, había percibido en ese lugar, que sus padres frecuentaban cada semana. Luego de la partida de Isabel, jamás volvieron al restaurante, como para evitar los dolorosos recuerdos de aquellos días de felicidad que nunca volverían. —Esto es descabellado, dijo en tono bajo Adrián, como si fuera para él mismo, por más vueltas que le doy, no le encuentro nada razonable. —entiendo cómo te sientes, Adrián, intervino Beatriz, pero hay que ver este asunto en todo su contexto, no es un capricho de la abuela, pues ella está viendo por la seguridad de Angelena, quien se quedará sola, sin familia, ¿qué sería de ella? —¡Pero nos tiene a nosotros, por Dios!, ¿de qué hablas?, dijo exasperado Adrián. —Nos tiene a nosotros, lo sabemos y lo sabe la abuela, pero también se da cuenta que Angelena necesita su propia casa, no puede vivir en la casa de unos parientes o amigos, por mas que la amemos. Requiere un hombre maduro que la proteja y la guíe, pues aún es muy joven. Pero es por demás que nos desgarremos nosotros, dejemos que la propia Angelena nos dé su punto de vista. —Tío Adrián, te entiendo y te agradezco que pienses en mi felicidad y te aseguro que mi abuelita también lo hace; lo mismo mi tía Betty. Que es un hombre 30 años mayor que yo, me doy cuenta y no niego que me aterra, con todo y que es una persona atenta y respetuosa. Pero también me atemoriza estar sola, aunque sé que siempre contaré con ustedes. Yo pienso que el aceptar la propuesta de mi abuelita, le dará mucha tranquilidad y se la pienso propiciar. Espero contar con ustedes. Solamente pondré una condición para casarme con Juan Armendáriz: Que yo seguiré estudiando hasta lograr las metas que me he propuesto; así también, que viviremos en la casa que mi padre me dejó, la de Las Embajadoras, pues además estaré estudiando en Guanajuato. Venderé la casa de mis abuelitos y con el producto que se obtenga, aseguraré mis estudios. Mi absoluta manutención, deberá correr por cuenta de mi marido, a quien ofrezco mi lealtad absoluta, mi respeto total y tal vez, con el tiempo, mi amor, por siempre. Si Juan acepta estas condiciones, yo estaré dispuesta a ser su esposa. —Me sorprendes, hija mía, expresó Adrián, hablas con una seguridad y una frialdad, que parece que tienes cincuenta años. —Querido tío, en los pocos años de vida que tengo, he sufrido lo que no lo ha hecho una persona mayor. No puedo ver como niña la vida adulta que he vivido desde niña y tú sabes bien de qué hablo. Adrián se quedó callado, solamente tomó las manos de la joven y las lágrimas corrieron por su rostro. Su esposa le acarició la cabeza y la cara, como intentando consolarle. Cuando logró controlarse, meneó la cabeza afirmativamente. —Tienes razón, hija, toda la razón para hablar de esa manera y te aseguro que siempre contarás con nosotros y mis hijos serán como tus hermanos menores, pues para mi, desde la partida de tu padre, has sido como una hija que Dios me envió. Me duele porque, de alguna manera, siento que he fallado a la confianza que me tuvo José Ángel. —No lo veas así, tío, dejo Angelena. Tú has sido la figura de ese padre que me dejó en la orfandad sin pensar en mi y siempre has estado cerca, aún después de que te casaste y siempre te amaré como a ese padre ausente. Los tres comensales lloraban en un mar de confusiones, de pesares, de pena, de alegría. Casi sin probar bocado, Adrián salió unos minutos a despachar su asunto pendiente, mientras tía y sobrina terminaban esa plática tan decisiva en la vida de Angelena. 4 Destino ineludible Cuando Angelena y sus tíos llegaron al Sanatorio a visitar a la abuela, ésta ya los esperaba, es decir, esperaba solamente a su nieta, no obstante se alegró de ver llegar a esos queridos amigos. —Abuelita, me da gusto verte de mejor ánimo, dejo Angelena besando en la frente a la enferma. —No te creas, hijita, lo que sucede es que me animo cuando vienes a verme, pero la realidad es que me siento ya “en las últimas” —No diga eso, doña Jose, dijo Adrián, acercándose a saludar a la abuela, ya verá que con unos días mas de cuidados, se pondrá bien y regresará a su casa. —Ya no tiene caso, insistió la enferma, yo ya cumplí mi compromiso en esta vida, solo pido que el Señor se acuerde de mi y me llame a su lado, para volver a ver a mi Ángel. Pero mejor vamos a hablar del asunto que tenemos pendiente, hijita, pues me queda poco tiempo…. —Abuelita, dijo Angelena, el asunto que me planteaste me ha tenido preocupada y he recurrido a mis tíos para que me dieran su opinión; han analizado la situación desde puntos de vista distintos y su opinión es diferente, no obstante, por ser un asunto que me afectará a mi, yo tomaré la decisión, liberándolos a ellos de la responsabilidad, de cualquier forma, agradezco que me hayan escuchado y sé muy bien que, cualquiera que sea mi decisión, contaré con su apoyo. Adrián y Beatriz escuchaban a la joven con los ojos llorosos y un nudo en la garganta, pues estaban seguros de que Angelena aceptaría la disparatada idea de la abuela de casarla con un hombre mayor, pero como bien decía, siempre contaría con el apoyo de ellos. —Solamente me queda por decir, abuelita, que acepto lo que me propones, pero tengo algunas condiciones, si Juan no acepta cualquiera de ellas, no me casaré; pero si está de acuerdo, me uniré a él y le respetaré por toda la vida que Dios nos conceda. —A ver, muchacha, dijo la abuela, ¿cuáles son tus condiciones? —No es mucho pedir, sobre todo que yo soy una mujer muy joven y necesito cumplir mis objetivos, por lo que Juan aceptará que yo seguiré estudiando hasta lograr las metas que me he propuesto. Así también, que viviremos en la casa que mi padre me dejó, la de Las Embajadoras, pues además estaré estudiando en Guanajuato. Si tú vives, que espero sea por muchos años, vivirás con nosotros en Guanajuato, pues venderemos tu casa y con el producto que se obtenga, aseguraré mis estudios. Nuestra absoluta manutención, deberá correr por cuenta de mi marido, a quien ofrezco mi lealtad absoluta, mi respeto total y tal vez, con el tiempo, mi amor, por siempre. —Muy bien pensado, hija mía, dijo la abuela, ahora déjenme sola, pues Juan ofreció venir hoy a visitarme y yo tengo qué hablar con él a solas, pues no me gustaría que se sintiera ofendido o avergonzado delante de ustedes. Si está de acuerdo con las condiciones, le pediré que te hable, Adrián, para que me hagas el favor de traer a Angelena a la hora que te mande decir, así, ante ustedes como testigos, estableceremos el compromiso, primero Dios. —Bien, doña Jose, se despidió el matrimonio, esperaremos el llamado de usted por medio de Juan. Póngase bien para que entregue a Angelena. —En caso de que yo falte, tú serás el encargado de entregarla, como si fueras su padre y te pido, de forma especial, que nunca dejes de verla y protegerla, que desde el cielo te lo estaremos agradeciendo. —Bueno, bueno, intervino Angelena, ya no se pongan dramáticos, vamos a esperar, pues a lo mejor Juan no acepta y ustedes ya me están casando. Mejor nos vamos. Angelena se acercó a besar a su abuela y a recibir la bendición de la anciana, luego salió acompañada por sus tíos. La abuela la vio partir y el llanto afloró en sus ojos, esos ojos cansados que pronto se cerrarían para siempre, pero no sentía miedo, pues estaba segura que sus padres, hermanos y su amado Ángel, se encontraban cerca de ella para conducirla hacia la Luz de Cristo. Cerró los ojos y dormitó. Ya anocheciendo llegó a visitarla su amigo, Juan Armendáriz, quien le llevó un ramo de flores. —¿Me traes flores porque ya me voy a morir, Juan? —No, doña Jose, nada de eso, le traigo flores para alegrar su cuarto y para ayudar a curar su ánimo. —Mira, mira…. Pero arrima esa silla, muchacho, que tenemos qué platicar y quiero verte directo a los ojos. Juan hizo lo que le pedía la enferma, acercó la silla y se sentó, para estar a su altura y cerca de su cabeza, se sentía nervioso y sabía lo que se trataría en esa entrevista: El asunto que podría cambiarle la vida, para bien, o para mal. —Bien, abuelita, dijo empleando ese tratamiento como para romper esa invisible barrera que siempre les había mantenido en distintas riveras, dígame de qué se trata, pues ya me puso nervioso. —Juan, hace más de dos años, tú me dijiste algo, hablándole de tú por primera vez, a fin de darle más confianza al hombre. En ese momento no te contesté, pues no era oportuno, pero guardé en el corazón lo que hablaste, porque me di cuenta que eras sincero. A través de los meses te he ido tratando y conociéndote más y confirmo que eres un buen hombre. Juan, nervioso, se estrujaba las manos, ansiando que la enferma se apresurara a decirle la esencia de sus pensamientos, pero no era cosa de apresurarla. —Ahora que siento que ya no me queda mucho tiempo de vida, he platicado con mi nieta y si todavía te interesa la muchacha, ella está dispuesta a casarse contigo. —¡Pero por supuesto!, dijo entusiasta Juan, si yo estoy perdidamente enamorado de Angelena, yo le juro, abuelita, que trataré de hacerla muy feliz. —De eso no me cabe duda, muchacho, pero mi nieta pone unas condiciones para aceptar tu propuesta, sin tu aceptación, no hay boda. ¿Estás dispuesto a escucharlas? —Desde luego que sí, dígame de qué se trata y estoy seguro que aceptaré gustoso. —Primera condición: Angelena seguirá estudiando hasta terminar una carrera. Segunda: Vivirán en Guanajuato, en la casa que le heredó su padre. Tercera: Si vivo, cosa que dudo, viviré con ustedes. Cuarta, -esta la dijo por su cuenta- Angelena ejercerá la Carrera que sea su Profesión. Quinta: Venderemos mi casa y con ello se costearán los estudios de Angelena. Sexta y última, nuestra manutención correrá por cuenta tuya, como su marido. Juan guardó silencio, sopesando y analizando cada una de las condiciones de Angelina, se daba cuenta de que eran razonables, dada la edad de su futura mujer. El hecho de que quisiera pagar sus propios estudios, hablaba muy bien de ella, como una mujer independiente y muy segura de sí misma. El vivir con la abuela y sostenerlas a las dos, no era ningún problema, pues además sentía un sincero cariño por la anciana, así que no tuvo empacho en responder. —Acepto absolutamente y sin reservas, las condiciones de Angelena, pues se me hacen honestas, justas y razonables. El saber su postura me hacen valorarla aún más, pues me hablan de una gran mujer, no obstante su corta edad. Ahora dígame qué hacemos. —Pues como yo siento que ya me están jalando las patas, te voy a pedir que llames por teléfono a Adrián, para que él busque a mi nieta y nos reunamos en este cuarto para mañana a esta misma hora. Ahora, por favor, vete para que pueda descansar. Mañana te comprometerás en matrimonio con mi nieta, ya tú verás qué tengas qué hacer…. Juan salió de la habitación, casi saltando de gusto, pues era lo que estaba esperando desde hacía algunos años. Por fin vería cumplido ese deseo. Salió feliz del Sanatorio y se dirigió a unos grandes y lujosos almacenes, en busca de un anillo de compromiso digno para esa maravillosa mujer que Dios le estaba reservando. Esa noche, tan luego llegó a su casa, llamó por teléfono a Adrián. —Hola, Adrián, buenas noches, disculpa que te llame a estas horas, pero recién he llegado a casa, luego de estar con doña Josefina en el sanatorio y me pidió que le hicieras favor de pasar por Angelena y junto con tu esposa, estar mañana por la noche en el sanatorio. —Muy bien, Juan, te agradezco que me hayas pasado el recado, le hablaré a Angelena y mañana pasaremos a ver a la abuela. Buenas noches. Colgó el auricular y se quedó en silencio, pensando en lo que se venía para Angelena; Beatriz lo miró y, alarmada, le preguntó: —Qué sucede mi amor, ¿recibiste malas noticias?, te has puesto pálido. —Muy malas noticias, Betty, me acaba de llamar Juan Armendáriz. La abuela nos espera mañana por la noche en el sanatorio y aunque lo esperaba, mantenía una pequeña esperanza de que Juan no aceptara las condiciones de Angelena, pero tal parece que estuvo de acuerdo en todo. Me comunicaré con ella ahora mismo para ponernos de acuerdo. Beatriz se acercó a su marido, abrazándolo por la espalda, como para infundirle fuerza y solidarizándose con su preocupación, en tanto Adrián buscaba la comunicación con Angelena. Casi de inmediato, la joven descolgó el teléfono, pues estaba pendiente de alguna noticia. —Aló, ¿Quién llama? —Angelena, buenas noches, soy Adrián, ¿no te desperté? —Hola, tío Adrián, buenas noches, no te preocupes, estaba leyendo y esperando alguna noticia. ¿Cómo está mi tía Betty? —Bien, hija, gracias por preguntar. Mira, me acaba de llamar Juan Armendáriz y me dijo que tu abuela nos espera mañana por la noche. ¿Te parece bien que pasemos a buscarte como a las 5:30 de la tarde? —Está bien, tío, te lo agradezco, los estaré esperando. Buenas noches. Angelena colgó el aparato y se quedó mirando el techo, perdida en sus pensamientos, como queriendo evadirse de una realidad que empezaba a pesarle, tan solo de imaginarlo. «Pero debía ser fuerte y pensar de forma racional y lógica, fuera de su tío Adrián y Beatriz, no tenía mas que a su abuela y si ella faltaba, estaría prácticamente sola y aunque casarse con Juan, no era lo mas deseable, no tenía duda de que era un buen hombre y la trataría con respeto; además, le daría tranquilidad a su abuela. Finalmente, la vida nunca me ha mostrado el color de rosa, tal vez ahora pueda tener una pálida imagen de algo cercano a la felicidad, si es que existe para mi» Definitivamente esa parecía una noche sin sueño. Se levantó y se dirigió al taller de su abuelo, se acercó a un pequeño librero adosado a un muro; el mueble estaba atestado de libros, obras que habían sido de las preferidas de su abuelo. Buscó por los títulos, para ver si alguno le atraía para matar las horas de insomnio, de pronto reparó en un libro grueso de pasta azul obscuro, miró el título en el lomo “Santa Biblia Latinoamericana”, la abrió al azar y un párrafo atrajo su atención: “….Morena soy, pero bonita. Fue elegida y tomada en cuenta a pesar de su rostro tostado, o tal vez justamente porque estaba marcada por el sufrimiento, los errores y las decepciones. Salió ganando con eso de no contar a sus propios ojos, y esa humildad valió a los ojos de Dios mucho más que las buenas obras”. Se fijó en el nombre del Libro, “El cantar de los cantares”. Continuó leyendo un poco mas y otro párrafo atrajo su atención: “Mi amado empieza a hablar y me dice: El: Levántate, compañera mía, hermosa mía, y ven por acá, paloma mía. Acaba de pasar el invierno, y las lluvias ya han cesado y se han ido. Han aparecido las flores en la tierra, ha llegado el tiempo de las canciones, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra. Las higueras echan sus brotes y las viñas nuevas exhalan su olor. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven” Lo anterior la puso a pensar. Será que con esto, ¿Dios le está indicando que el camino es el correcto? Entonces recordó que ofreció al Sacerdote de la Parroquia que se iba a acercar nuevamente a la Iglesia y ese era un buen recordatorio. Al día siguiente empezaría a cumplir. Se llevó La Biblia consigo y se dirigió a su recámara; no mas poner la cabeza sobre la almohada, cerró los ojos y cayó en profundo sueño, se quedó abrazando el libro, como si sintiera alguna protección en su contenido. Esa noche no tuvo pesadillas, durmió tranquila y despertó relajada. Luego de bañarse se preparó un desayuno ligero y escuchó las campanas de la Parroquia, llamando a la misa de ocho de la mañana. Se cepilló los dientes y acudió al llamado de su corazón. Se concentró en la liturgia y oró con fervor, pidiendo a Dios que le orientara en esa encrucijada de su vida. Al terminar la celebración, saludó al Sacerdote y le ofreció volver al día siguiente, para tener otra plática y comentarle cómo iba su vida. En algún momento sintió un leve vahído y como que se le dificultó respirar. No hizo caso, pensando que, tal vez la tensión nerviosa y el estrés le estarían pasando la factura. El resto de la mañana lo dedicó a escribir un poema, tal vez como un mensaje premonitorio de lo que podría ser su vida futura: A VOS A vos, que sos omnipotente, te digo que la vida es otra cosa. Que los sentimientos no se compran con minutos, con “te amos” esporádicos, con caricias sin las manos, con besos sin tibiezas, con palabras ahuecadas y sin huellas. A vos, que sos un narcisista, te cuento que lo bello es transitorio, es sutil, es traicionero. Que lo hermoso está acá…adentro, en el alma, en la sangre, en ideas transformadas en palabras. Que el envase es lo de menos, que lo más…. está en el alma. A vos, que todo te resbala, te cuento que la gente es importante, hay que verlas, valorarlas, escucharlas con cariño, pues sólo ellas llegarán hasta tu casa a sacarte de esta soledad que hoy te embarga. A vos, que creíste que Cruzoe era el ícono hacedor de libertades ¿no supiste que no pudo resolver el vivir sin que nadie lo ayudara? ¡Pobre entonces!...¡Pobre vos! ¡Cuánta lástima despertás dentro de mi alma! Ojalá un día te des cuenta de que sólo eres humano, un hombre, un solitario, un carente de afectos, un comprador de ilusiones, sólo eso.. y luego… ¡nada! Zaidena 24 de Abril de 2009 A la hora de comer, solamente picó algunas cosas, pues en realidad no tenía apetito. Le dedicó la tarde a pulir ese verso que había escrito de una sola tirada, como dictado por alguien que pudiese ver al futuro. Recorrió la casa, mirando todos los rincones y todos los objetos que le llevaban a recuerdos distintos. El sombrero de palma de su abuelo, que había comprado en un viaje realizado a Sahuayo, Michoacán. Fueron unas buenas vacaciones, siempre de la mano de su abuelo, que le transmitía calor y seguridad, esa mano fuerte, callosa por el trabajo de muchos años. Era curioso, pero de su abuela no tenía esos recuerdos, cuando pensaba en ella, siempre la veía en la cocina, preparando los alimentos o llegando de la compra con la canasta rebosante. Tenía buenos recuerdos de su abuela, pues era una mujer cariñosa, pero mas enérgica que su abuelo. El abuelo se sentaba en la mecedora y Angelena sobre sus piernas, entonces le leía cuentos e historias de muchas cosas. Le hablaba de la Revolución, cuando ella no tenía ni idea de lo que significaba la palabra, pero el viejo seguía relatando y esos recuerdos, tiempo después, le fueron ayudando a estudiar, conforme iba avanzando en la escuela. «Que los villistas pasaron a toda carrera con rumbo a Celaya, donde enfrentarían al General Obregón; cuando fueron derrotados, volvieron presurosos hasta Irapuato, para reorganizarse y hacer frente al Ejército Constitucionalista. Que en esa batalla, el General Obregón perdió un brazo», en fin, tantas historias que le contaba. Realmente, el cariño y los cuidados de su abuelo, hicieron que la ausencia de su padre fuese menos dolorosa. No lo olvidaba, pues se topaba con su fotografía en distintos lugares de la casa; desde luego, en la sala, donde su Título Profesional ocupaba el lugar de honor. En el taller del abuelo había fotografía en que estaba acompañado por Adrián, en un paseo que hicieron al Cubilete, destacando detrás de ellos, el majestuoso Cristo Rey. A la hora convenida llegó su tío Adrián y Angelena se apresuró a salir, pues ya estaba arreglada y lista para ir a ver a su abuela. —Hola, tío, ¿cómo han estado?, saludó, en tanto besaba la mejilla de Adrián. —Bien, hija, gracias a Dios, espero que tu abuela esté mejor y veremos para qué nos quiere. Angelena subió al auto, saludando también a Beatriz, que le respondió el saludo de una forma distinta, con una mirada de tristeza. Cuando pasaron por Comanjilla, Angelena volvió a sentir esa opresión en el pecho y experimentó esa falta de aliento, se recostó en el respaldo y cerró los ojos. Por el espejo retrovisor, Adrián se dio cuenta que algo no iba bien con la joven y así se lo expresó: —¿Qué te sucede, Angelena?, de pronto te has puesto pálida, ¿te sientes mal? —No te preocupes, tío, tal vez sea por la preocupación de tener a mi abuelita en el hospital, pero ya se me pasó, simplemente me quedé sin aire de momento. Cuando cruzaron por el frente del Aeropuerto San Carlos, ya Angelena se había olvidado del incidente y mas bien pensaba en que Juan debía haber aceptado sus condiciones y ese era el motivo que los hubiese convocado su abuelita. Ya en la ciudad, tomaron el desvío hacia el centro, pasando por el arco de los leones, antigua entrada a León. Poco mas adelante estacionaron el auto y entraron al Sanatorio. Juan ya los esperaba y los cuatro entraron a la habitación de la abuela, quien los esperaba ansiosa de terminar con el asunto. Luego de los saludos y las cortesías, doña Josefina empezó a hablar, aunque se notaba que hacía un gran esfuerzo. —Angelena, hija mía, he platicado con Juan, aquí presente y pedí a tus tíos que nos hicieran el favor de acompañarte, pues además quiero que sean testigos de que Juan ha aceptado las condiciones que pusiste y tú aceptas casarte con él. ¿Todos están de acuerdo? —Sí, abuelita, respondió Angelena, solamente quiero que, ante todos, Juan acepte mis condiciones, para que no haya malentendidos mas adelante, ¿estás de acuerdo, Juan?, era la primera vez que le daba el tratamiento de “tu”. —Claro que sí, Angelena, lo que mas deseo es hacerte feliz. Angelena miró a sus tíos, quienes estuvieron de acuerdo con un ligero asentimiento de cabeza; miró a su abuela, que solamente le sonrió. —Muy bien, Juan, dio inicio Angelena, estoy terminando apenas la escuela Secundaria, tengo 15 años y deseo seguir estudiando hasta obtener el Título de una Carrera Profesional, ¿aceptas que así va a ser? —Lo acepto y estoy de acuerdo en brindarte todo mi apoyo. —Por motivo de mis estudios, deseo que vivamos en Guanajuato, en la casa que mi padre me heredó, sabiendo que tu negocio está en Silao, ¿aceptas esta condición, que te supondrá un diario desplazamiento? —También lo acepto e iré viendo la posibilidad de mudar el negocio a Guanajuato; tengo algunos ahorros y, tal vez, podría cambiar de giro, si fuese necesario. —En tanto mi abuelita viva, lo hará con nosotros, lo que te representará la manutención de las dos. ¿Lo aceptas de esta forma? —Desde luego que lo acepto, pues además le tengo cariño a doña Josefina y veré que no les haga falta nada. —De la herencia que dejó mi padre, aún queda algo para pagar mis estudios, cuando menos hasta la Prepa, por lo que no te tendrás que ocupar de ello, pero sí de nuestra absoluta manutención, ¿estás consciente de ello? —Totalmente y lo acepto gustoso. —Finalmente, Juan, al vivir mi abuelita con nosotros, venderemos su casa de Silao y ese dinero será para costearme la carrera que en su momento elija, por tanto, será absolutamente mío y yo determinaré la forma de emplearlo. ¿Lo aceptas de esa forma? —Claro que lo acepto, pues no me caso contigo por pretender algún beneficio económico, sino porque te amo y deseo que seas feliz a mi lado. —Muy bien, Juan, concluyó Angelena, siento que este asunto haya tomado la forma de un convenio comercial, pero has de entender que tú eres un hombre con mucha experiencia y yo solamente una muchacha que ve con temor el futuro que se le viene encima, pero como lo dije a mi abuelita, si tú cumples lo convenido, yo prometo serte fiel y, tal vez con el trato diario, llegar a amarte como te mereces; ante todo, siempre te respetaré como mi esposo. Luego de terminar de hablar, Angelena se acercó a Juan y lo abrazó, tal vez como se abraza a un amigo, pero a Juan le pareció que se le abría la Gloria, pues realmente estaba enamorado de la Joven. Adrián y Beatriz se acercaron a felicitar a la pareja y todos rodearon a la abuela enferma, quien sonreía complacida. Entonces habló Juan. —Angelena, luego de saber tus condiciones, de acuerdo a lo dicho por doña Josefina, estuve absolutamente seguro de que las aceptaría, por lo que me apresuré a comprar esto, extrajo del bolsillo de su pantalón una pequeña caja y se la entregó a Angelena, quien al abrirla, puso a la vista un bonito anillo de compromiso. Es para formalizar el compromiso que ambos hacemos y para que fijemos la fecha de nuestro matrimonio. ¿Te parece bien? —Gracias, Juan, está muy bonito y lo usaré con orgullo y seguridad. ¿Qué te parece, abuelita? —Está muy bien, hijita y te agradezco que te hayas portado tan formal, tal como era tu padre, que en Gloria esté. Solamente tengo una última petición qué hacerles, que se casen cuanto antes, pues esta vieja no les durará mucho. —No digas eso, abuelita, dijo Angelena con los ojos llorosos, verás que te pondrás bien y tendremos una boda a tu gusto. —No, hijita, yo sé lo que te digo, ya mi Angelito ha venido a visitarme y me ha dicho que ya me esperan, debo terminar pronto mi tarea. Todos se miraron entre sí, algunos pensando que la abuela había perdido la razón, solamente Angelena entendía la prisa de su abuela y estaba dispuesta a complacerla. —Juan, dijo a su prometido, ¿será mucho pedirte que veas si es posible que un Juez Civil nos case aquí, en el Sanatorio? —Desde luego que lo intentaré; hoy mismo empezaré a moverme y mañana te avisaré a tu casa si es posible y qué debemos hacer. —Pues, si me permiten opinar, dijo Adrián, lo primero que les pedirán, además de sus actas de nacimiento, serán los análisis de sangre, de una vez pregunten aquí si pueden hacerlos, yo creo que esos no requieren que vengan en ayunas, pues persiguen otros fines. —Vayan ahora a preguntar, mientras nosotros nos quedamos con la abuelita y platicamos un poco, ofreció Adrián. Angelena y Juan salieron a informarse al Laboratorio del Sanatorio; en tanto Adrián, aprovechando que se quedaron solos habó con Josefina. —Abuelita, ¿en verdad está segura de lo que ha hecho? —Desde luego que sí, Adrián, solo les voy a pedir a ambos, dirigiéndose también a Beatriz, que no me dejen sola a mi muchachita, Juan parece ser un buen hombre, pero una nunca sabe cómo se irá a comportar el marido. Yo espero que sea bueno con ella y que Angelena sea una buena esposa. —De eso no se preocupe, abuelita, nosotros siempre estaremos cerca de Angelena, pues usted bien sabe que la queremos como una hija. —Lo sé muchachos, y siempre se los agradeceré; yo sé que desde el Cielo, José Ángel les agradece eternamente lo que han visto por su hija. Los ojos de la enferma se llenaron de lágrimas, al recordar a su hijo muerto. —No se ponga triste, abuelita, son momentos en que debemos estar contentos, para darle buenos ánimos a Angelena. Y mire que me ha sorprendido esta muchacha, pues habó con una seguridad pasmosa, parecía que estaba escuchando a una persona mayor cuando hablaba. —Tienes razón, Beatriz, esa muchacha siempre nos sorprendió, desde que era chiquita, recuerdo que su abuelo, en son de broma, decía que tal vez no era una niña, sino una enana disfrazada, ja, ja, ja. Cómo reíamos los tres ante las barbaridades que decía mi Angelito. Los tres rieron por los recuerdos de la abuela y se disipó el momento de tristeza que se había vivido. Cuando regresaron los prometidos, que no se podría decir “los novios”, llegaron con buenas noticias, pues como ya habían pasado varias horas desde el último alimento, les pudieron tomar las muestras de sangre y se las tendrían al día siguiente, así que ese paso estaba asegurado, solamente tendrían qué buscar a algún Juez. Juan acudiría a algunos amigos, para ver si alguno lo pudiera acercar al Juez adecuado. Luego de tres días, Juan finalmente pudo tener todo listo para realizar la ceremonia de matrimonio en el Sanatorio, previa autorización de los Médicos y de la Dirección del Sanatorio, quienes accedieron dadas las condiciones de salud de la abuela. El viernes por la tarde, se reunieron nuevamente las cuatro personas, mas el Juez y su Asistente; Adrián y Beatriz actuarían como testigos del enlace. Juan compró un bonito vestido a Angelena y él mismo estrenó un traje de color gris, muy apropiado para el momento. Debido a que Angelena era menor de edad, la abuela hubo de dar su consentimiento para que se realizara el enlace, por lo que también firmó en el Acta Matrimonial. Una vez revisados los elementos necesarios, el Juez, formalmente dio lectura a la “Epístola de Melchor Ocampo”, con voz clara y fuerte, el Funcionario dio lectura al tradicional documento: “Este es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y suplir las imperfecciones del individuo, que no puede bastarse así mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal…..” En tanto el juez daba lectura a ese documento, recuerdo de la Reforma del XIX, Angelena pensaba en el futuro que le esperaba. Casada a los 16 con un hombre de 46, de pensarlo le daba escalofrío, pero confiaba en el buen juicio de su abuela. Como entre bruma siguió escuchando la voz del juez: “……Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí…..” «Solo espero, continuó Angelena en sus pensamientos, que este buen hombre que mi abuela me eligió, sea ,lo que ella se imaginó para mi, pero sobre todo, que me respete y apoye plenamente en mi proyecto personal; le haré frente a lo que venga y Dios me guiará por el camino que me tenga señalado» Luego de leída, el juez realizó la formalización de la unión de la pareja por las Leyes Civiles de México, los declaró formalmente unidos en matrimonio y les deseó felicidad. Recogió sus libros y documentos y abandonó la habitación del Sanatorio. Entonces habló la abuela: —Gracias, hijos míos, yo les doy mi bendición y ahora sí, me siento ya libre de mi compromiso. La dejo en tus manos, Juan, confiando en que eres un buen hombre, cuídala como lo más preciado que puedas tener, es casi una niña que podría ser tu hija. Respétala y no la hagas sufrir, que ya bastante dolor ha tenido en su corta vida. —Y tú, amada nietecita, continuó la abuela, respeta a este hombre y espero en Dios que llegues a amarlo y que ambos se amen y hagan una buena familia, los dos la merecen, luchen por lograrlo y lo obtendrán. —Ustedes, Adrián y Beatriz, también hijos míos, no se alejen de esta pareja que empieza a hacer una vida en común, ustedes saben bien que los primeros meses son difíciles, pero sus consejos les pueden ayudar a superarlos. —En cuanto les sea posible, les encargo que realicen su matrimonio ante la Ley de Dios, yo no estaré con ustedes, pero desde algún lugar los estaremos viendo y bendiciendo su matrimonio. La voz de la abuela se escuchaba fatigada, por el esfuerzo realizado, pero no podía dejar de decirles esas palabras, luego se quedó dormida y todos salieron de la habitación. —Gracias, Adrián y Beatriz, por ser nuestros testigos, si me lo permiten, quisiera llevarlos a cenar, a los tres, para de alguna forma festejar este acontecimiento y brindar por nuestra felicidad. —Por nosotros no hay problema, repuso Adrián, aprovechando que la abuela se ha dormido, ¿te parece bien, Angelena? —Desde luego, repuso, pues ahora debo acompañar a mi esposo y también deseo agradecerles a ustedes su solidaridad. Se acercó a ver a su abuela, quien ya dormía, le dio un beso en la frente y salió de la habitación. La cena fue un agradable momento para los cuatro, pues ya definidas las cosas, se terminaban las incertidumbres y el estrés que ello provoca. Platicaron de los planes futuros que tenía Juan, ahora que ya tenía una compañera. Angelena comentó sus planes futuros respecto a sus estudios y su cada vez mas firme idea de estudiar Leyes. De pronto Angelena se sintió algo indispuesta, todos pensaron que podría ser por algo comido durante la cena. Se puso pálida y perdió el sentido, ante la alarma de todos. Se acercó el Gerente del establecimiento y ofreció su oficina para llevar a la joven y tratar de reanimarla o, si lo preferían, llamar a los servicios de emergencia. Juan optó por la primera oferta y, tomando en brazos a su esposa, la llevó a la oficina, ante la mirada curiosa de los pocos comensales que se encontraban a esa hora. Beatriz tomó el pañuelo de su marido y humedeciéndolo, lo colocó sobre la frente de Angelena; el Gerente llevó unas sales que le dieron a oler a la joven, quien a poco fue recobrando la consciencia. —¿Cómo te encuentras, querida?, preguntó cariñoso Juan. —Me siento cansada, repuso Angelena, ¿qué sucedió?... —Que te has desmayado, repuso Adrián, que la miraba preocupado. —Solo recuerdo que me dio un dolor en el pecho y no podía respirar bien, luego todo se obscureció… —Bien, dijo Juan, ahora que estás mas repuesta, vamos a ver cómo está la abuela y de paso que te revise el Médico de Guardia. Agradeciendo al Gerente su amabilidad, Juan pagó la cuenta y todos salieron, abordaron el auto de Juan, en el que habían llegado y volvieron al Sanatorio. En tanto Adrián y Beatriz se dirigieron a la habitación de la Abuela, Juan le pidió al Médico que revisara a Angelena. Acompañado por una enfermera, la llevaron a un cubículo, revisando sus signos vitales. El Galeno se entretuvo bastante en escuchar el ritmo cardiaco de la joven, así como su respiración y capacidad pulmonar; luego de su revisión, salió del cubículo, dejando a Angelena y a la enfermera, para que se vistiera la joven. En el pasillo encontró a Juan. —¿Cómo está, Doctor?.. —En este momento, bien, pero me preocupa su desmayo y los síntomas que relata, además escucho algo distinto en su corazón y no estoy calificado para hacer ningún diagnóstico, por lo que le sugiero que vengan a consulta con el Cardiólogo mañana mismo. Haré mi reporte y lo pondré a disposición del Especialista. Por ahora no se preocupe, sus signos vitales son estables; no dejen de venir con el cardiólogo. Buenas noches, señor Fernández. —Juan se quedó preocupado, pero cuando vio salir a Angelena disimuló con una sonrisa. —¡Vaya con el susto que nos diste!, pero parece que ya estás bien, el médico no encuentra nada, pero mañana vendremos a que te revise el Cardiólogo, para estar seguros. Bueno, vamos a ver a tu abuelita, allá nos esperan tus tíos. Cuando entraron en la habitación, la abuela sonrió a la pareja y Angelena se acercó a besar a doña Josefina, quien le tomó las manos y le habló: —Hija mía, dijo con débil voz, no sabes cuánta alegría me has proporcionado, ahora que ya estás casada con un buen hombre, mi labor en esta vida ha terminado. Te quiero pedir que no me llores, solamente ve que me sepulten al lado de tu abuelo, que en realidad no tendría importancia, pues estos cuerpos humanos son solamente parte del mismo polvo de la tierra. Tu abuelo viene ya por mi y eso me hace muy feliz. Te manda su amor y también está feliz, pues tu padre está con él y ya me esperan, no los haré esperar, pues en realidad yo ya estoy cansada de la vida y mi vida sin mi Angelito, no es vida. Cuídate, mi amor y cuida a tu marido. Angelena escuchaba llena de angustia las débiles palabras de su anciana abuela, estaba consciente de que ese momento debería llegar, pero en realidad no estaba preparada para enfrentarlo. —No digas eso, abuelita, dijo la chica llorosa, verás que te vas a aliviar y vivirás con nosotros muchos años. Haciendo un gran esfuerzo, Josefina habló, casi en un susurro, dile a Juan que se acerque, por favor. Angelena hizo una seña a su marido y éste se acercó a la cama de la enferma. Josefina, tomó su mano y la estrechó en la de Angelena. —Hijos, míos, prometan que van a ser felices. Juan, si en verdad la amas, sabrás respetarla siempre. Angelena, si fuiste sincera, sabrás respetar y llegarás a amar a Juan. Nosotros los estaremos viendo desde algún lugar y trataremos de ayudarles en lo posible, pero todo dependerá de ustedes. Ahora dormiré y no tendré mañana, acéptenlo así, pues es la voluntad del Creador, todo tiene un principio y un fin y nunca podremos comprenderlo en la vida física. Les doy mi bendición….. Los nuevos esposos tenían los ojos húmedos por el llanto. El rostro de la anciana pareció relajarse. Se escuchó un leve siseo, como de aire que escapa suavemente y su rostro adquirió un rictus de tranquilidad, una breve sonrisa iluminaba el arrugado rostro, como si de pronto algo le hubiese llenado de alegría. Angelena pulsó el timbre de llamada a la Enfermera, quien entró presurosa; cuando vio la escena, simplemente hizo el acto de escuchar con el estetoscopio, pero bien sabía que esa vida se había apagado. Con la misma sábana cubrió su rostro y un velo de tristeza envolvió a los cuatro visitantes. 5 La vida continúa Luego del sepelio de su abuela, Angelena, con la energía que la caracterizaba, se dio a la tarea de arreglar la casa de Guanajuato, a fin de mudarse a la brevedad posible. Juan, su marido, continuó con su trabajo en la tienda, pero ahora tenía una razón para dedicar al trabajo el tiempo necesario, sin descuidar sus deberes maritales. Desde un principio fue muy cuidadoso con el trato hacia Angelena, por lo que pasaron varias semanas de convivencia casi conventual; hacían una vida común para todas las actividades domésticas, pero dormían en habitaciones separadas, como lo pidió Angelena en un principio. Cuando la casa de Embajadoras estuvo lista, Juan ayudó a desmontar la casa de los abuelos. Como Angelena quiso conservar el taller de su abuelo, se llevaron las cosas a una habitación especial en su nueva vivienda. Casi todos los muebles los regalaron a un asilo de ancianos, al igual que la ropa de sus abuelos. Al Doctor Juanito, que había sentido mucho la muerte de sus amigos, le obsequiaron un viejo libro de medicina que su abuelo conservaba desde hacía muchos años, encuadernado en piel de color marrón y rotulado con letras de oro; los cantos del libro estaban pintados también de oro, todo ello hecho por las manos del viejo encuadernador. Don Juanito se emocionó con el regalo y retirándose las gafas se enjugó los ojos con un inmaculado pañuelo. Luego de despedirse de Angelena, le prometió que los visitaría en la casa de Guanajuato. Trastos y utensilios fueron repartidos entre las amistades de doña Josefina, por lo que Angelena solamente se llevó los libros del abuelo, algunas fotografías familiares y los objetos personales de esos amados viejos que ahora estaban con Dios. La revisión que le había hecho el Cardiólogo, luego del desvanecimiento sufrido en la cena de su matrimonio, evidenció una cardiopatía congénita por insuficiencia de la aorta. El Médico recomendó cuidar de no comer demasiadas grasas, hacer un poco de ejercicio, como caminar a buen ritmo durante media hora diario, como mínimo y, en lo posible, evitar las emociones fuertes. Debería hacerse revisiones semestrales, a fin de conocer los valores de lípidos en sangre. Con este diagnóstico, la pareja se fue a vivir a Guanajuato. Angelena se inscribió en la Preparatoria en el turno matutino y por las tardes se ocupaba de su casa, limpiando y preparando los alimentos para cenar junto con Juan, quien llegaba alrededor de las ocho de la noche. Por la mañana procuraban desayunar juntos, luego Juan la llevaba a la escuela y él se iba a Silao, a atender su negocio. Al medio día, Angelena comía a solas en su casa, aunque un día a la semana comía con sus tíos Adrián y Beatriz y, desde luego, con su primito, quien ya estaba por cumplir los tres años y era la delicia de sus padres. En las tardes, luego de hacer sus tareas escolares y terminar con la limpieza de la casa, Angelena le dedicaba unas horas a su pasión, la escritura. En una de esas ocasiones, escribió: HOY QUEDATE ¿Sabés?...quiero que hoy te quedes para hacerte una cena a tu medida. Que sentado a mi mesa me permitas sentirme un instante tu querida. Compartir este vino y este pan, mirarte a los ojos cuando comes, llenarme con las gracias que me da recibir los favores de tus dones. Nunca estás conmigo siendo día. Nuestro amor es siempre clandestino, dame entonces el placer que se me fía sin pensar de pagarlo con destino. Quiero ser por un rato la legal, ya me harté de ser siempre tu desvío. Quedate por favor conmigo hoy, o si no… continúa tu camino. Zaidena Escritos, 2009 Luego que lo escribió se quedó pensando en su marido, en Juan, quien hasta ese momento había respetado su deseo a no compartir el lecho; se dio cuenta de que su egoísmo solamente lastimaba a ese buen hombre que en realidad la amaba y a quien ya estimaba, por lo que se prometió a sí misma, que ya era momento de ser verdaderamente la esposa de Juan. Esa noche lo recibió con una cena espléndida, acompañada de una buena botella de vino que habían recibido como regalo de boda y que Juan había guardado para una ocasión especial. Esa debería ser la ocasión, pensó Angelena. Cuando llegó Juan, se sorprendió de la mesa tan bien puesta, donde ardían dos velas, y las relucientes copas de cristal, también regalo de boda. Besó en la frente a Angelena, como cada noche a su llegada y ella le besó en la mejilla, muy cerca de la boca, como nunca lo había hecho. Juan se emocionó, pero no mostró sorpresa alguna. Durante la cena hablaron de las cuestiones cotidianas, pero observó que la botella de vino era aquella que él guardara para un caso especial. El vino rojo estaba delicioso, servido a la temperatura ambiente, un poco fresca, dejaba escapar un espíritu afrutado y al tocar las papilas gustativas evocaban un poco de acidez que recordaba el olor de la tierra y los viñedos chilenos, de donde procedía. Lo bebió con deleite y calma, mirando a los ojos a su bella esposa que, no como otros días, no escondía la mirada. Juan se acercó a ella y tomando su rostro entre sus manos, besó con ternura esos labios tantas veces añorados y sintió la respuesta de su núbil esposa. Era la ocasión especial, lo supo sin escuchar palabras, sin pronunciar sus ansias. La condujo suavemente a la habitación, con calma, sin presionar, casi en silencio; el canto de los grillos y una música suave que había quedado en el comedor, fueron los testigos de ese encuentro amoroso, demorado en el tiempo, hasta que Angelena se supo dispuesta a ser mujer. Luego durmieron plácidamente. Al día siguiente, ninguno de los dos mencionó lo pasado, pero sus miradas eran tiernas y dispuestas, prometedoras de muchas noches de amor. El del hombre maduro, con experiencia, conduciendo a la joven por caminos ignorados. Sin duda alguna, Angelena estaba cumpliendo con lo ofrecido a su abuela. Al día siguiente, luego de volver de la escuela, Angelena encendió su computadora y se sentó a escribir unas líneas que el día anterior habían venido a su mente, pero que por falta de tiempo no había escrito, tal vez estos pensamientos hubiesen sido el preludio del encuentro con su esposo. ASÍ TE ESPERO Esta noche te espero, me he vestido de gala para homenajear a tu hombría y saciar mis instintos. Mi mente, iluminada por tu esencia, lucubra placeres ignotos, nuevos, no descubiertos aún por nuestros cuerpos. Imagina situaciones donde somos los protagonistas, y el marco de honor son estas ansias desenfrenadas y locas de tenerte junto a mí y tomar tu mano acariciándola para sentir, a través de ella, el intenso calor que nos consume en esta fogata siempre prendida entre nosotros. Las mariposas del parque vinieron a revolotear dentro de mí, y así te espero , con tantas ansias, con tanto amor, con tanta sed de tus besos, de tus brazos, de tu mirada, que ellas se han quedado a vivir por el sólo placer de verte llegar. ¡Y ya llegas!, ya tus pasos suenan presurosos y firmes. Ya tocarás el timbre y abriré esta puerta para que nos fundamos en un abrazo y nos olvidemos del mundo, de vos, de mí, de todo, para ser sólo uno, y que nuestros labios, hambrientos de este deseo tan inmenso, se abran suavemente para aspirar tanto placer como el que provocan. Y así unidos, fundidos en uno, besándonos, amándonos, lleguemos a la aventura máxima de la vida…. poseernos sin tregua, sin límites, sin medidas. Así te espero… así te recibo… así te siento…. ¡Así te quiero! Zaidena 27 de septiembre de 2008 Gran consuelo y ayuda espiritual encontró Angelena en un anciano Sacerdote de la Catedral de Guanajuato, el Padre Onésimo, un viejecito bondadoso que, en lugar de irse al retiro, deseaba permanecer como confesor de tiempo completo, para dar oportunidad de recibir el Sacramento de la Reconciliación a tantos visitantes que llegaban diariamente a la Basílica Catedral. Al salir de la escuela, Angelena se pasaba por el templo, rezaba algunas oraciones ante el Santísimo Sacramento y luego platicaba un poco con el Padre Onésimo, quien de a poco se fue enterando de la vida de la joven estudiante; esas confidencias fueron acercando al anciano, quien miraba a la joven como un padre doliente, ante las tragedias en la vida de Angelena. Cierto día, en temporada de exámenes y ya para terminar la preparatoria, Angelena estuvo sometida a mucha presión, pues necesitaba tener un buen promedio para ser aceptada en la Facultad de Leyes sin el requisito del examen de admisión. Luego del último examen, salió de la escuela en compañía de algunas compañeras, cuando sintió que le faltaba el aire y una fuerte opresión en el pecho, al ver sus compañeras que Angelena casi perdía el conocimiento, pidieron ayuda a un automovilista, quien la llevó a un hospital. Una de las jóvenes condiscípulas de Angelena, conocía a Adrián y su relación con la enferma, por lo que le avisó del estado de su sobrina y del lugar en donde se encontraba. De inmediato se trasladó al hospital, donde ya tenían controlada a Angelena, de cualquier manera, el médico recomendó que permaneciera esa noche hospitalizada, a fin de poder monitorear su estado general. En cuanto Adrián vio controlada a Angelena, salió en busca de una cabina telefónica, a fin de enterar a Juan del estado de su esposa. Al poco tiempo, Juan se presentó al lado de Angelena; había cerrado apresuradamente la tienda, a fin de acudir al lado de su esposa. —Pero, Juan, si ya estoy bien, no tenía caso que hubieras cerrado la tienda. —No digas eso, mi amor, es más importante tu salud que la tienda y yo no podría estar tranquilo sin saber a ciencia cierta que tú estás bien. Ahora estarás tranquila aquí y yo me quedaré a cuidarte por la noche. —Pero tío Adrián, dijo la joven, para qué alarmas a Juan, si ya estoy bien. —Imagínate, Angelena, si llega a tu casa y se entera que su mujer está en el hospital y yo no le informé, te aseguro que, cuando menos, me golpea y tendría razón. —Gracias, Adrián, es un alivio saber que te encuentras en la ciudad y que tu trabajo no te obliga a salir de ella, pues siempre estás disponible para Angelena. Ese tipo de situaciones, aunque no frecuentes, se presentaron una o dos veces por año, desafortunadamente no había manera de mejorar la situación por medio de una cirugía, solamente algunos medicamentos para mantener bajos los niveles de lípidos, la alimentación, el ejercicio y el evitar los motivos de estrés; esto último era lo mas difícil de conseguir, pues Angelena estaba empeñada en conseguir su objetivo profesional. La celebración por la terminación de los estudios de preparatoria, se iban a celebrar con un baile que se realizaba en el patio de la propia escuela, por lo que los alumnos estuvieron organizando diferentes eventos, a fin de obtener los fondos suficiente para sufragar los gastos, pues pretendían llevar un grupo musical para animar el evento; tenían qué alquilar mesas, sillas, vajillas y meseros, así como los adornos, tanto del local, como de las propias mesas. Para tal efecto se nombró una comisión organizadora; debido a que Angelena era muy conocida de todos los estudiantes, debido a sus logros académicos y a que era reconocida por su formalidad y honradez, fue nombrada por unanimidad para encabezar la Comisión del Baile. Para lograr buenos resultados, Angelena debería reunir a un grupo de colaboradores que estuvieran dispuestos a tocar puertas, si era necesario; de inmediato se apuntaron tres personas: Rosalinda, una chica de Irapuato de la misma edad que Angelena; Helen, una estudiante norteamericana, de intercambio, muy amiga de Angelena y Jesús, un joven de Guanajuato, un año mayor que Angelena, quien desde el Primer Año se había enamorado de la hermosa joven, sin saber que ella era casada. Fue, de alguna manera, un amor platónico, pero la diaria convivencia y la cercanía en amistad con Angelena, le fueron llenando el corazón de esperanza. Como Angelena sabía que su esposo no llegaba en todo el día, previo consentimiento de él, se dedico con entusiasmo a conseguir los mejores resultados para la realización del baile. La primera reunión de trabajo la tuvieron en el mismo salón, al terminar las clases del día. —Bien, compañeros, empezó Angelena, es conveniente que nos pongamos objetivos a cumplir, así como plazos definidos, pues no disponemos de muchos días para obtener resultados. Debemos visitar negocios, fábricas, autoridades, en fin, lo que sea necesario para lograr nuestras metas, por favor, quisiera conocer sus puntos de vista. Empieza tú, Rosalinda. —La joven se levantó del pupitre, sonrojada hasta la raíz del pelo y habló: Pues, yo propongo que visitemos a los distribuidores de refrescos para conseguir mesas, sillas y tinas para enfriar los refrescos; podríamos decirle que le pagamos la mitad de lo que compremos y el resto que nos haga una donación, tal vez acepte. —Buena propuesta, amiga, le respondió Angelena, ¿te encargas tú de ello? —Sí, claro, repuso ya mas confiada, mi papá conoce a alguna persona de esa empresa, puedo empezar por ella. —Jesús, ¿qué nos puedes proponer? —No se ha dicho si va a ser cena-baile, o solamente el baile y dar algunas botanas o cosas así, habría qué definirlo, ¿no creen? —Es cierto, repuso Angelena, pero, a reserva de saber la opinión de la mayoría, yo creo que si les presentamos una posibilidad de cena-baile, a nadie le va a desagradar. —Muy bien, continuó Jesús, entonces definamos uno o dos menús y yo me encargo de cotizarlos y de buscar alguna cooperación para ese objeto. En ese tenor se desarrolló esa primera reunión del Comité Organizador, cerca ya de las cuatro de la tarde, dieron por terminada la reunión y Angelena invitó a sus compañeros a comer unas exquisitas enchiladas mineras. Caminaron unas cuantas calles, hasta llegar al Mercado de Alimentos, un sitio turístico, siempre muy concurrido. Cuando se desocupó una mesa, se sentaron los cuatro, continuando muy animados con su plática acerca del Baile. Luego de comer, Rosalinda y Helen se retiraron con rumbo a las calles que hay detrás de la Escuela de Ingeniería y Angelena regresó caminando hacia el centro de la ciudad, acompañada por Jesús, quien vivía también por el Jardín de Embajadoras, pero cerca del Internado Ignacio Ramírez. En tanto caminaba, charlaban de cualquier cosa, de la belleza de la ciudad, de lo concurrida que estaba en ciertas temporadas, como la del Festival Cervantino, o la de fin de año. Hablaron también de lo que querían estudiar al terminar la “prepa”. Jesús se inclinaba por Ciencias Químicas y Angelena le confesó su deseo de seguir Leyes. Jesús pensaba más en la joven, que en lo que platicaban, pues sentía que debería aprovechar la situación de estar a solas con ella, para expresarle sus sentimientos y finalmente se decidió. —Angelena, yo quiero decirte algo. —Pues dímelo, Jesús, que para eso somos amigos. —Pues lo que quiero decirte es que…. ¡Estoy enamorado de ti!, lo dijo apresuradamente. —Angelena se detuvo y volteó a ver a su acompañante… —Cuánta pena me da, querido amigo, dijo sincera Angelena, pero me doy cuenta que no estás enterado. Yo estoy casada. —No lo sabía, Angelena, perdóname, no te vayas a enojar, pero es que eres tan joven como nosotros y nunca lo imaginé. —No te preocupes, no tenías por qué saberlo, en realidad son pocas las personas de la escuela que lo saben. Y no, no me enojo. Seguimos tan amigos como siempre y no se hable más. ¿Te parece? —Gracias, Angelena, qué afortunado es tu esposo, al tener a una mujer tan bella como tú y tan buena persona. —Bueno, bueno, ya basta, que me vas a hacer poner colorada de pena. Caminaron un buen rato en silencio, hasta que llegaron al Parque, donde Jesús se desviaba un poco para llegar a su casa. Luego de despedirse, Angelena siguió adelante, la arboleda rumorosa, daba cobijo a cientos de aves, que ruidosas, a esa hora volvían de sus diarios recorridos en busca del alimento. Esa hora de la tarde era la que mas le gustaba a Angelena para disfrutar del jardín. Como en un sueño un tanto vago, recordaba que su padre la sacaba a pasear a esas horas, cuando el sol empezaba a ocultarse detrás de los cerros. Caminaba lentamente, como queriendo alargar el recorrido hasta el final del parque, miraba las hojas que corrían alocadas, impulsadas por el viento. Los niños que sus padres llevaban, jugaban y correteaban, cantando y gritando. Cuando llegó a su casa, fue en busca de su computadora, pues los últimos acontecimientos le llenaban de ideas la cabeza, entonces escribió: A ti Quisiera por vos cruzar las aguas Que me separan de tu amor incierto, Tocar tu cara con mis manos arduas Por amores que no anclaron en mi puerto. Quisiera por vos surcar los cielos Y llegar volando hasta tu casa, Llenar de pétalos tus suelos E impregnarme de aromas y fragancias. Quisiera por vos atravesar la roca Para poder más rápido encontrarte, Dar rienda suelta a mi mente loca Y en tu boca suave con pasión besarte. Quisiera que me quieras encendido, Y que explores mis ríos y montañas, Que recorras este cuerpo estremecido ¡y olvidemos juntos el mañana! Zaidena 08 de octubre de 2008 Luego de escribir, leyó y releyó su verso, pues era perfeccionista en lo que hacía, tal vez por ello mismo siempre obtuviera buenas notas en sus estudios. Cuando llegó Juan, su esposo, la casa estaba limpia, en orden, la cena lista y la mesa puesta. Angelena estaba fresca, luego de un rápido baño, algo que su esposo siempre admiraba. Cenaron tranquilos y se platicaron las incidencias del día. Angelena comentó a Juan lo referente al Baile de graduación y de la encomienda que le habían hecho, lo que desde luego aceptó y ofreció su ayuda en lo que fuese necesario. A la mañana siguiente, Angelena se fue temprano, pues necesitaba pasar unos minutos en el Templo, en donde encontró al Padre Onésimo, quien había terminado la Misa de la mañana, cuando vio llegar a la joven, se dirigió a ella con las manos extendidas, para recibirla con el cariño que un abuelo le entrega a una nieta. —Buenos días, Angelena, qué gusto que pases por aquí. —Buenos días, Padre, solo quiero estar unos minutos ante el Santísimo, para platicarle mi vida, que Él conoce mejor que yo, pero que me da un gran alivio comentarle. —Adelante, hija mía, no sabes cuanta alegría me da escucharte hablar, espero que cuando terminen los cursos te des un tiempecito para platicar con este viejo. —Claro que sí, Padre Onésimo, de hecho solo faltan unas cuantas semanas para terminar y vengo a agradecerle al Señor por todas las bendiciones que me dá. —Anda, hija, pasa, no se te haga tarde para llegar a la escuela. Angelena se hincó delante del Sagrario, donde brillaba la luz votiva. Luego de rezar algunas oraciones, se quedó mirando solamente, pues estaba segura de que Dios no necesitaba de nuestras palabras, sino de nuestros corazones, donde radican todas nuestras emociones y necesidades. Estuvo concentrada durante unos treinta minutos, luego se persignó y salió del templo, a enfrentar la vida en ese nuevo día que Dios le estaba regalando. Pasaron las semanas y terminaron los cursos escolares, Angelena y su grupo habían cumplido con el encargo y tenían todo listo para hacer una Baile de fin de cursos que sería inolvidable para todos los que estaban terminando sus estudios de preparatoria. Como era por todos esperado, Angelena terminó con un excelente promedio, siendo el mejor promedio de su generación, lo que le valió las felicitaciones de sus Maestros y una Beca de $ 2,000.00 mensuales. Desde luego que su pase a la Facultad de Leyes, fue automático, algo que la hizo muy feliz. Juan, Adrián y Beatriz, la felicitaron y estaban orgullosos de ella. Con el fin de celebrar tan señalado acontecimiento, Juan invitó al matrimonio de tíos a una comida en su casa, pero para que Angelena no se metiera en trabajos extras, encargó los alimentos a un prestigiado restaurante de la ciudad, así como un par de meseros y un ayudante, para que atendieran a los comensales y luego dejaran la cocina limpia y reluciente, como a Angelena le gustaba tenerla. A la hora de los postres y el café, Angelena invitó a sus tíos al Baile que se celebraría en unos cuantos días en el patio central de la Escuela, lo que ellos aceptaron encantados, no así Juan, quien les dijo que no asistiría. —Pero cómo dice eso, Juan, le reclamó Angelena, es el baile de mi graduación y todos van acompañados por sus parientes mas cercanos. —Lo sé, Angelena, pero cuando me casé contigo tuve muy claro que habría ocasiones en que yo no podría asistir; ésta es una de ellas. —Pero ¿por qué, Juan?, esto yo no lo entiendo. —Angelena, tú tienes 18 años y yo soy casi un cincuentón, no quiero que te vayas a sentir incómoda si alguno de tus amigos me toma por tu padre y me pide permiso para sacarte a bailar. Sé que sería incomodo para ti y, desde luego, para mi. No quiero exponerte a nada. Además, tú has de querer bailar y, como has de comprender, no bailo ni la perinola. Todos quedaron en silencio, como sopesando las palabras para una posible respuesta a tan contundente razonamiento, sin encontrar algún argumento para refutar lo dicho por Juan, solamente habló Angelena. —Entonces, Juan, ¿debo suponer que nunca me acompañarás a eventos en que participen personas de mi edad? —No necesariamente, Angelena, pues cuando termines tu Carrera, serás una mujer de 23 a 24 años, ya te verás mas madura y entonces no será tan notoria la diferencia de edades, yo procuraré cuidar mi estado físico, para no representar mas edad de la que tenga. —Pues, si me permiten decirlo, Juan, eres muy considerado con Angelena y no te preocupes, nosotros asistiremos y cuidaremos de ella, aunque comprendemos tu punto de vista, entendemos que tu lugar debería estar al lado de tu esposa. —Gracias, queridos amigos, por entenderme, por favor, acepten mi punto de vista y todos se divertirán mas. Angelena se lo merece, después de tanto esfuerzo para lograrlo. —Lo que deseo, continuó Juan, es que desde hoy te ofrezco mi regalo por tu terminación de la Preparatoria: Un viaje por dos semanas a Acapulco. ¿Te agrada la idea? —¡Desde luego que me agrada!, gracias Juan, dijo abrazándolo por el cuello y dándole un beso en la mejilla. Adrián y Beatriz, observando la escena, compartían con Angelena esos momentos de gozo y celebraban que la abuela hubiese insistido en ese matrimonio, pues ante tanto sufrimiento que había vivido la joven, le hacía bien la convivencia con una persona de experiencia. No cabía duda que no había una “verdad absoluta”, pues solamente Dios conocía el misterio de sus decisiones. 6 Vacaciones La cena-baile del fin de cursos de la Escuela Preparatoria, fue todo un éxito, hubo la presencia de todo el personal docente y un representante del Gobernador del Estado y del Presidente Municipal. Los compañeros de Angelena se peleaban por bailar con ella, quien repartía sonrisas, tratando de complacerlos a todos, pues con todos se llevaba bien; sus compañeras, aunque eran novias de algunos de los muchachos, no ponían objeción a tantas atenciones, conociendo la seriedad de su amiga. Adrián y Beatriz también bailaron hasta que se les hincharon los pies, felices de compartir con su sobrina momentos tan importantes en su vida. La cena fue espléndida y todos departieron felices, sin nada que enturbiara el festivo ambiente. Ya casi al final de la fiesta, Angelena dio muestras de fatiga, sintiéndose un poco sofocada, culpando de ello a la aglomeración y al humo de los cigarrillos, que formaba una nube sobre sus cabezas. A fin de evitar mayores complicaciones, Adrián propuso que se retiraran, lo que Angelena aceptó de inmediato. Cuando Juan abrió la puerta, se dio cuenta que algo malo le pasaba a su esposa. —Qué pasa, Angelena, ¿por qué estás tan pálida? —No te preocupes, repuso Adrián, ya está mejor, fue un ligero ataque, producto del exceso de trabajo que ha tenido últimamente. Creo que ahora debe descansar y ya mañana, para tu tranquilidad, la llevas al Médico. —Espero que tengas razón, Adrián. Vamos, cariño, dijo amoroso a su mujer, vamos a que te acuestes y descanses. Luego de llevarla a la habitación, Juan volvió al lado de sus amigos, que no se habían retirado, esperando algún comentario por parte de Juan. —Dime, por favor, Adrián, ¿que sucedió? —Pues Angelena estuvo muy contenta, bailando con sus compañeros y algunos Maestros, fue muy felicitada por todos, pero yo supongo que toda la tensión de los días previos al baile, le hicieron crisis con toda la energía gastada en la fiesta y empezó a sentirse mal, fatigada, con falta de aliento, en fin, los síntomas previos a una situación mayor, pero la sacamos de la fiesta, a que respirara aire mas puro, poco a poco fue recuperando su ritmo de respiración natural y solamente le quedó esa fatiga que tú has notado. Creo que ahora está conjurado el peligro, pero mejor que la revisen mañana. Nosotros estaremos esperando noticias de tu parte. —Gracias, queridos amigos, no sé que hubiera pasado si hubiera ido sola; no quiero ni pensarlo. —Nosotros nos retiramos, dijo Beatriz, para que tú también descanses y puedas estar al pendiente de Angelena. Nos hablamos mañana. Los amigos salieron y Juan estuvo despierto varias horas, vigilando el sueño de Angelena, quien parecía ya estar repuesta; el color había vuelto a su rostro y su respiración era tranquila. Luego él mismo cayó, presa del cansancio y de la tensión nerviosa que el padecimiento de su esposa le causaba. Luego de la visita al Doctor, quien les confirmó que había sido una pequeña crisis ocasionada por exceso de trabajo y preocupaciones, recomendándoles tomar unas vacaciones, Juan y Angelena tomaron en serio el consejo y se fueron al viaje ofrecido. Adrián y Beatriz los llevaron al cercano Aeropuerto de San Carlos en León, donde tomaron un vuelo directo a Acapulco. Como Juan había planeado el viaje con suficiente tiempo, no tuvo problema en dejar la tienda al cuidado de un empleado de confianza, con suficiente mercancía en bodega, para que no tuviera necesidad de hacer compras hasta la vuelta del patrón; de cualquier manera, encargó a Adrián que se diera una vuelta a la semana, para estar seguros de que no hubiera problemas. Al llegar a Acapulco rentaron un auto y se dirigieron al Puerto. La carretera del Aeropuerto a Puerto Marqués, era una carretera angosta, un tanto mal conservada, pero el clima y el paisaje les hacían olvidar esas pequeñas cosas. La glorieta de Puerto Marqués, siempre complicada con el tráfico que se acumulaba, era el inicio de la llamada Avenida Escénica, que cruzaba la montaña que divide las dos bahías, Puerto Marqués, la mas pequeña y Santa Lucía, dominada por la ciudad de Acapulco. Al ir ascendiendo, las vistas eran maravillosas; del lado derecho, la vegetación casi natural de la montaña y hacia la izquierda la bahía con su color esmeralda y el mar infinito. En alguna curva del camino, se podía observar la playa de Revolcadero, con sus rompimientos sucesivos, lo que la hacía peligrosa, apta solamente para buenos nadadores, conocedores de las corrientes encontradas. En el punto mas alto de la carretera, se encuentra el famoso hotel Las Brisas, visto en algunas películas de actores famosos y luego el descenso, hacia la bahía grande. Abajo, en el pueblo de Icacos, la Base Naval de la Armada de México y toda la bahía, con sus grandes hoteles. El primero, El Presidente, donde se hospedaron; fueron amablemente recibidos por el personal del hotel, ya para entonces, la pareja iba empapada en sudor, deseando entrar al ambiente del aire acondicionado de su habitación. Luego de desempacar, se dieron un refrescante baño y estuvieron listos para salir a cenar. Podrían haberlo hecho en el hotel, que tiene fama de tener un excelente restaurante, pero prefirieron salir a caminar un poco, a la fresca brisa nocturna. Esa noche cenaron a la luz de las estrellas, en un restaurante que aparentaba el galeón de un pirata, tal vez la comida no era tan buena, pero el ambiente muy festivo y relajado. Luego de cenar salieron a caminar, sin alejarse mucho del hotel. La calle estaba muy concurrida, tal pareciera que era una ciudad que nunca dormía. Volvieron al hotel a las once de la noche, cansados del viaje, pero relajados por esas horas en el hermoso puerto del Pacífico. Angelena cayó rendida y pronto se quedó dormida. Juan le cuidó el sueño un poco y al verla tranquila, también rindió tributo a Morfeo. Al día siguiente se levantaron tarde, pues no tenían ninguna prisa. Juan pidió les subieran el desayuno, a base de un platón de frutas tropicales, pan tostado y café, pues conocía los gustos de su esposa y eso era suficiente. Luego de desayunar en la terraza de la habitación, teniendo como fondo la hermosa bahía, casi cerrada por la isla de La Roqueta, mirando las interminables playas de arena dorada y un mar de oleaje tranquilo, que invitaba a mojarse en sus frescas aguas, se dieron un reparador baño y salieron al sol, que ya caía como mazo sobre los cuerpos no aclimatados a él. En el lobby del hotel buscaron información turística y decidieron hacer una visita a la Laguna Negra de Puerto Marqués, ya muy reducida por el poco cuidado de las Autoridades y habitantes de la Zona, pero aún digna de ser recorrida. El pueblo de Puerto Marqués era un sitio muy desordenado, con basura en las calles, pero la zona de comedores de playa, tan típicos, daba un ligero respiro al desorden del pueblo. Juan estacionó el auto cerca del embarcadero para hacer un recorrido en lancha por la laguna. Fue un paseo delicioso, Angelena lo disfrutó, viendo aquellos grandes árboles que hundían sus raíces en esas aguas obscuras, donde de vez en vez se miraba algún lagarto metido entre ellas, ante el asombro de los visitantes, quienes no se atrevían a meter las manos en el agua. En las primeras horas de la tarde, volvieron al embarcadero, muertos de hambre se dirigieron a ocupar una mesa de frente al mar; esa pequeña bahía estaba llena de encanto, su arena dorada, pero un tanto gruesa, tenía muy poca plataforma, pero sus aguas eran tranquilas. La comida fue deliciosa, a base de pescados y mariscos y cerveza fresca, que ninguno de los dos rechazó. Luego de la comida se quedaron mirando al océano infinito. Las sombras se fueron alargando, hasta que presenciaron una bella puesta de sol, pintada de mil colores que se reflejaban en las quietas aguas, como un espejo. La brisa de la tarde, procedente del mar, refrescaba los acalorados cuerpos y tranquilizaba el espíritu. Esa noche cenaron en el hotel, disfrutando de un esmerado servicio, con alimentos de excelente calidad y un fondo de música de piano, tranquila y evocadora. Cuando subieron a su habitación, sus cuerpos y mentes iban dispuestos al amor, a ese amor tranquilo y comedido que el hombre de experiencia dispensaba a su joven esposa. En la madrugada Angelena despertó y se sentó en la terraza, mirando las luces parpadeantes de Las Brisas, al otro lado de la bahía y la noche que no dormía en la Avenida Costera, tenía sobre las piernas su cuaderno y un lápiz y entonces escribió: Es tarde.. ¿Ahora estás triste porque me he ido?... ¡Si nunca valoraste mi presencia! A tu lado era ausencia, apatía, indiferencia. Nunca nada que me hiciera sentir que era tu amada, tu amor, tu brújula tu sueño, tu avaricia ¿Y ahora sufres por mi ausencia? ¿Qué sucede con tu vida que no sabes valorar los sentimientos? Ahora es tarde, ya no puedo desandar lo recorrido. Ya camino hacia la meta. ¡Ya no importa si algún día me has querido! Zaidena 23 de abril de 2009 Eran versos que de pronto llegaban a su cabeza, sin ir dirigidos a nadie en particular, como si fuese una persona que hubiere vivido intensamente, pero ella seguía siendo muy joven y su experiencia en el amor, eran unos cuantos amores juveniles y su vida al lado de ese buen hombre que su abuela le había elegido como esposo. De repente sentía como si alguien le dijera al oído lo que escribía y lo hacía con esa misma facilidad, aunque luego del primer intento, se cuidaba de corregir y mejorar lo escrito. Si su marido leía sus escritos, nunca le cuestionó ninguno, pues conocía la rectitud de Angelena y tenía plena confianza en la joven. Los días fueron pasando, lentos y placenteros, conociendo lugares, gente y paisajes diferentes. Lugares de ensueño, como Pie de la Cuesta, con oleajes propios para surfistas y las puesta de sol mas espectaculares de esa región. Con la extensa barra que separa el mar de la Laguna de Coyuca. El paseo a La Quebrada, sitio de riscos muy altos, desde donde se lanzan intrépidos clavadistas, conocidos en todo el mundo. La placidez de las playas de Caleta, casi como albercas de agua salada. La lejana Barra vieja, que cierra el paso del agua del mar a la Laguna de Tres Palos, donde sirven un delicioso y típico pescado a la Talla. Fueron dos semanas de comer en todos los sitios típicos del Puerto y sus alrededores. Un viaje de ensueño a la Isla de La Roqueta, que se hizo a bordo de una lancha; fue un día maravilloso, caminando entre la vegetación natural, disfrutando de una playa tranquila y comiendo en un restaurante de primera. Todo ello devolvió a Angelena la tranquilidad necesaria para adquirir un suave color bronceado, que la hacía verse mas hermosa, para tranquilidad y beneplácito de su marido. Cuando las vacaciones terminaron, eran más las ganas de permanecer en ese paraíso, que de regresar a la rutina de sus vidas, pero era irremediable, pues ambos tenían que atender sus propias ocupaciones, Juan a la tienda y Angelena a preparar todo para su inicio de clases en la Facultad. Una vez hechos los arreglos para el viaje de regreso, Angelena se comunicó con sus tíos, pidiéndoles que les hicieran el favor de esperarlos en San Carlos, lo que desde luego aceptaron llenos de gusto, por tener la oportunidad de abrazar a su querida sobrina y constatar su estado de salud. El regreso fue un viernes por la tarde, ya casi anocheciendo. El matrimonio descendió del avión entre el fresco de la tarde en León, sintiendo un poco de frío, pues sus cuerpos se habían aclimatado al tropical calor de Acapulco. Todo fue risas, besos y abrazos de parte de Adrián y Beatriz, felices de encontrar a Angelena rebosante de salud, felicitando a Juan por las buenas vacaciones dadas a la sobrina. Con el fin de darles la bienvenida, Adrián los invitó a cenar en un restaurante argentino que se encontraba en la carretera, rumbo a Silao, famoso por sus cortes de carne y sus ensaladas. La sobremesa se alargó, pues no terminaban de platicar sus increíbles experiencias en aquellas lejanas tierras del Sur del País. Les narraron los viajes, los paisajes, los diferentes alimentos de que dieron cuenta, en fin, del clima de paraíso de que disfrutaron en esas dos semanas inolvidables. Al continuar el viaje de regreso a Guanajuato, Angelena, cansada del viaje, se quedó dormida, recargada en el hombro de Juan, que la cuidaba cariñoso. La charla se terminó, a fin de no despertar a la joven, quien despertó hasta que el auto se detuvo al frente de su casa. Se despidieron y agradecieron a Adrián y Beatriz por todas sus atenciones y entraron a su casa, a continuar con su vida, esa vida que en ocasiones se le hacía pesada a Angelena y que le dio motivo para escribir, aunque adoptando la postura de un hombre: Te dejo estas líneas ¿Sabés que hace mucho que quiero contarte que no soy muy diferente a vos? Que tenemos diferencias, sí, pero sólo físicas. Que siento, amo, necesito, exactamente igual que vos. Que cuando te abrazo es para protegerte, y si no te digo la palabra que estás esperando o deseando escuchar, no es porque no la sienta, sino porque te quiero más allá de las palabras. Que si estoy con vos, es sólo porque te amo. Que entiendo tus cansancios y tus necesidades de cariño, pero si estoy a tu lado, ayudándote, teniendo paciencia ante tus enojos esporádicos, tu mal humor de muchos días, es sólo por eso, porque te entiendo, porque quiero ayudarte y disminuir tus preocupaciones. Que a veces yo también tengo angustias y necesitaría llorar, pero no lo hago porque no quiero mostrarme débil ante vos. Que quiero que pienses que soy tu poste, tu contención, tu muralla. La persona a la cual vos podés recurrir cuando te invada la tristeza y la desazón. Que no te amo menos porque no te lo diga, ya que te amo más cada día y te lo demuestro con todas mis actitudes, a las que considero una ofrenda para vos. ¡Que soy “hombre”, sabés!, y a nosotros nos cuesta un poco abrirnos de la manera que ustedes necesitan. Nos dijeron tanto de niños…que éramos diferentes,… que no debíamos llorar,… que no debíamos mostrar debilidades,…¡ que nos lo creímos! Es por eso que te dejo estas líneas antes de irme a trabajar, pues quiero que sepas que te amo con mi vida, con mi hombría, con mis ternuras (esas que llegan a vos desde mis manos, en mis besos, en mis miradas). Que soy hombre…sí. Que soy parco…sí. Que posiblemente sea muchas cosas más con las que no estás de acuerdo….¡ pero te amo mujer!... te amo tanto…tanto, ¡que sin vos simplemente no existiría! Zaidena 10 de mayo de 2009 Angelena volvió a la Catedral a buscar al Padre Onésimo, tal como le había ofrecido hacer a su regreso de vacaciones; encontró al Sacerdote en un confesonario, esperó a que le tocara su turno y se hincó para iniciar la confesión: —Ave María Purísima, inició el Sacerdote. —Sin pecado concebido, respondió Angelena. —¡Angelena!, exclamó el confesor al reconocerla, ¿en verdad deseas confesarte?, o podemos platicar en otro sitio. —Pues preferiría una plática mas amistosa, Padre, si usted tiene tiempo. —Pero desde luego, hija, vamos, pues además ya es hora de que descanse y venga otro Padre a relevarme. El anciano salió del pequeño cubículo y apoyado en el brazo de Angelena, la condujo hacia la Sacristía, accediendo a un pequeño patio interior, que daba ventilación a la propia Sacristía y a otra habitación que se utilizaba para descanso entre Misas y confesiones. Se sentaron en una banca de cemento, recubierta con azulejos de Talavera; una fuente, rumorosa, daba un toque de tranquilidad al espacio. Las flores de diversa variedad, daban colorido al espacio. —Cuéntame, hija, inició el Sacerdote, ¿cómo te fue en tus vacaciones?, te veo de muy buen color, lo que me dice que fueron espléndidas. —En realidad sí lo fueron, Padre. Fuimos a Acapulco y nos divertimos bastante, es una ciudad maravillosa. Pudimos descansar plenamente, pues la vida sin mas obligaciones que uno mismo, o si acaso, nuestra pareja, se vuelve muy relajada. —Pero no quiero hablar de mis vacaciones, Padre, si usted me lo permite. —Desde luego que sí, hija, ¿qué te ocurre? —Es una cosa que no alcanzo a entender, Padre Onésimo, es como una angustia que me llega de pronto. Tal vez mi vida no sea lo que yo hubiera deseado, pero es lo que me mandó Dios y lo acepto. De repente se me hace una carga el matrimonio, pero luego recapacito y pienso que soy afortunada, pues tengo un buen hombre como esposo. Tal vez sea por su edad…. —¿Por su edad?, preguntó extrañado el religioso, quien no conocía esos detalles de la vida de su feligresa. ¿Pues qué edad tiene? —Tiene 50, dijo Angelena bajando la cabeza, como cohibida. —¡Válgame el Cielo!, expresó con asombro el Padre, ¡Pero si podría ser tu padre! —Así es Padre, pero es un buen hombre y me cuida y respeta, nunca hace nada si yo no estoy de acuerdo. El Padre Onésimo se levantó y empezó a caminar con las manos a la espalda, Angelena se levantó también y le siguió en su caminar. —¿Tú le amas, hija?, preguntó mirando de reojo a la joven. —No lo sé, Padre. Me casé con él porque mi abuelita me lo pidió, para no dejarme sola cuando ella murió. Del amor solamente conozco lo que sentía cuando tuve algún novio, que no fueron muchos. —Vaya, vaya….., expresó como para sí mismo. Lo que hacen las abuelas….. ¿Te casaste por la Iglesia? —No, Padre, aún no lo hemos hecho, solamente por el Civil, pero no estoy segura si deseo hacerlo. —Te entiendo, muchacha, en verdad te entiendo y en este momento no sabría que aconsejarte, pues no quiero ver este asunto solamente como Sacerdote, sino como hombre que tiene frente a sí a una joven que apenas está despertando a la vida adulta, sin apenas nadie que la guíe. —Pero le repito, Padre, Juan es un hombre bueno y cariñoso, pero yo no estoy segura de amarlo, por lo mismo, tal vez él no sienta esa misma respuesta de mi parte. Además, cuando me reúno con amigos de la escuela, Juan no me acompaña, según me dice, para que yo no me sienta apenada si lo confunden con mi padre. —Pues tiene razón el hombre, para ti sería embarazoso andar aclarando a cada momento que es tu marido. Ya me imagino las cosas que dirían a tus espaldas… —A mi no me preocuparía, Padre, creo que puedo vivir con ello, pero me daría pena por él mismo. —Bueno y si lo ves con esa aceptación, ¿cuál es tu problema? —No lo sé, Padre, en verdad que no lo sé y ello me angustia mas. Además, mi enfermedad, que no sé cuánto tiempo me dará Dios. —No me alarmes, Angelena, ¿pues de qué estás enferma, hija de Dios? —Es un mal cardiaco congénito, Padre, de repente me pongo mal y he tenido que ir al hospital. Según los doctores, no se puede hacer nada, solamente llevar una vida tranquila. —¡Caramba, hija mía!, pues sí que has tenido una vida un tanto, peculiar…, diría yo. —Así es, Padre. Pero ya me tengo que ir. Debo llegar a tiempo a casa para preparar la cena y esperar a mi marido. Gracias por escucharme, ya me siento más tranquila. —Qué agradeces, hija, si para eso nos pone Dios, para escuchar a nuestros hermanos y darles alguna palabra de aliento. ¡Pero, malhaya!, que este viejo carcamán no ha tenido palabras para orientarte; pero no dejes de venir a verme, que yo pensaré en tu asunto y espero que la próxima vez, tenga algo qué decirte. Ve con Dios hija. El Sacerdote impartió su bendición a la joven, quien salió presurosa hacia la calle, que, como siempre, tenía un gran movimiento, sobre todo de gente joven, pues era la hora de salida de las escuelas y muchos se quedaban en el Jardín de la Unión, o sentados en las escalinatas del Teatro Juárez, a, simplemente, ver pasar la gente y la vida misma. Pasaron dos años en la vida de Angelena y Juan, quien ya había logrado vender su negocio en Silao y estaba iniciando uno en Guanajuato, lo que le permitía estar más tiempo con su esposa. Por su parte, Angelena se vio muy presionada con sus estudios, pues, como siempre, no se conformaba con un segundo lugar en su clase, lo que la llevaba a pasar horas de estudio, aparte de las que pasaba en la Facultad. En ocasiones y a fin de no estar tan alejada de su casa, citaba a algunos compañeros en su domicilio, donde les alcanzaba la madrugada preparando trabajos que deberían entregar al día siguiente. La vieja computadora había sido reemplazada por una más avanzada, teniendo conexión a Internet, lo que le facilitaba mucho las búsquedas de información. Esta herramienta también la puso en contacto con personas de diversas partes del mundo, con los que cruzaba información referente a sus estudios. Posteriormente se fue adentrando en el mundo de los Escritores Virtuales, empezando a publicar en diferentes revistas de Literatura, tanto de Europa, como de Centro y Sudamérica. Pero tanto esfuerzo y dedicación, le fue acumulando cuentas, hasta que cierto día en que estaba por salir a la escuela, de pronto, en mitad del desayuno, perdió el conocimiento. De inmediato su esposo la cargó y la llevó al hospital, pues bien sabía que no era suficiente una visita domiciliaria del Médico de la familia. De camino al hospital se comunicó con Adrián, quien estaba llegando a su oficina. Solamente dio algunas instrucciones a su Secretaria y salió rumbo al nosocomio, a enterarse directamente del estado de salud de su sobrina. Encontró a Juan en la sala de espera. —Buenos días, Juan, ¿cómo está Angelena? ¿Qué sucedió? —Pues lo de siempre, Adrián, que esta mujer no sabe estar quieta. El Semestre escolar ha sido intenso y ya la conoces, siempre en busca de la calificación de excelencia, se ha metido intensamente a sus estudios, quedándose hasta la madrugada. Duerme unas cuantas horas y se pasa la mañana en la Escuela; por la tarde, después de comer, se pone a escribir y a revisar su cuenta de correo. Mas tarde se encierra a estudiar, si está en casa, o se va a la casa de algunos compañeros. En ocasiones, cuando ya es tarde, me habla para que pase por ella. Este ritmo lo ha llevado por dos años y estas son las consecuencias. Hoy por la mañana se desmayó mientras desayunábamos. —Caramba, dijo preocupado Adrián, no sé qué podamos hacer para que le baje a su ritmo, pues parece que quiere hacerlo todo, como si fuera su último día de vida. —Lo sé, Adrián. Yo he platicado mucho con ella, pero no logro hacerla entender que este ritmo de trabajo le es muy peligroso. Poco mas tarde salió el Médico a informarles que ya estaba estabilizada, pero necesitaban hacerle algunos estudios y preferían que estuviera internada, para tener un mejor control, lo que aceptó Juan. Luego les permitieron verla, aunque por breves minutos, pues la iban a sedar para acabar de tranquilizarla. Juan y Adrián pasaron a verla en su habitación. —¿Cómo te encuentras, mi amor?, preguntó amoroso Juan. —Me siento cansada, Juan, pero no te preocupes, ya sabes que así me pasa, pero en uno o dos días estaré como nueva. Tío Adrián, dijo mirándolo, ¿no deberías estar en tu trabajo? —Debería, pero esta muchachita que no hace caso, nos da muchos sustos, vamos a ver qué te dice Beatriz cuando se entere. —No me regañes, tío, por favor, te prometo que ya la voy a llevar con tranquilidad. —Siempre lo dices, hija, pero a los días se te va olvidando y vuelves a lo mismo. —En serio, a los dos les prometo que voy a llevar la vida mas tranquila. Ahora, si me perdonan, me estoy quedando dormida….. Los dos hombres se dieron cuenta que le estaba haciendo efecto el narcótico que le habían aplicado y ambos salieron al pasillo. —Bueno, Adrián, gracias por venir, dijo Juan, mientras está dormida, voy a abrir el negocio y dejo al encargado para poder volver en un par de horas. ¿Vendrás en la tarde con Beatriz? —Desde luego que sí, Juan, aquí nos veremos como a las seis de la tarde. Los amigos se despidieron y cada uno se fue a atender sus propios asuntos, un tanto tranquilos, por saber que Angelena estaba durmiendo y eso era parte de su recuperación. 7 Un nuevo año El Año 1999 empezaba bien para Angelena, pues había conseguido mantener el primer lugar de su generación, logrando que le otorgaran una beca completa para los tres años que le faltaban. Como premio adicional, la escuela le ofreció una cátedra en el primer semestre, lo que la entusiasmó, pues tendría la oportunidad de ir viendo la carrera desde otro ángulo y debido a que tendría menos horas de estudio regular, aceptó de buen grado el ofrecimiento. Por otra parte, a Juan, su esposo, le agradaron los logros de Angelena y, desde luego, la felicitó, pero de no dejó de sentir ciertas preocupaciones, pues pensaba que una nueva carga de trabajo le podría llevar a una nueva crisis. No obstante no externó su preocupación y solamente le pidió a Angelena que procurara no recargarse de ocupaciones, pues podría sufrir una recaída, lo que la joven aceptó desde luego. La materia que impartiría era Derecho Civil I y se dedicó a preparar una buena exposición del tema, que fuera claro para los alumnos que apenas estarían vislumbrando los alcances de la Carrera que habían elegido. Empezó a escribir en su computadora: «“El Derecho Civil es el conjunto de normas y reglamentos que rigen el comportamiento del hombre en la sociedad, basado en postulados de justicia, cuya base son las relaciones sociales existentes, que determinan su contenido y carácter……..”» Su materia se fue volviendo una de las más buscadas por los alumnos de nuevo ingreso, desde luego, recomendada por estudiantes que habían cursado la materia con la maestra Angelena. Huelga decir que era la maestra mas joven de la Facultad y por ello mismo, se identificaba mejor con los estudiantes. No era raro encontrarla en el patio de la escuela, rodeada de sus alumnos y jóvenes de otros grados, quienes discutían los temas tratados con la libertad que, tal vez, haya tenido la Academia griega. En otras oportunidades, Angelena reunía un pequeño grupo de los alumnos avanzados o que eran amigos personales y los invitaba, ya sea a tomar un café y discutir los tópicos, o a sesiones de estudio en su casa, aunque en ella solamente aceptaba a sus verdaderos amigos, que no eran muchos, pues aunque era de suyo muy amistosa, también era exigente al momento de aceptar a los auténticos amigos. Posiblemente, en los momentos en que tuvo la necesidad de calificar la amistad de alguno de sus conocidos, haya sentido la necesidad de escribir este poema, que desde luego, no lleva un nombre a quien esté dedicado, pero que habla muy bien de lo que para ella representaba la amistad, la lealtad. Hipocresía Mis dientes se hincaron en la vida para probarme aferrada a ella, mas de a poco se fueron desgastando y he quedado nuevamente a la deriva. Y hoy estoy cual barco naufragando en este inmenso mar de hipocresías, donde lo bueno es malo, y lo malo… es alevosía. Y no puedo coordinar alma con mente, pues tengo sensaciones encontradas, pero la vida, abrupta e inclemente, no entiende mis canciones y baladas. Y así vivo. Por cuidar la imagen, amo al que no debo, no quiero a quien me quiere, y engañando a mis sentidos me pongo más caretas, y me siento con risas que son falsas, sin rumbos y sin metas. Zaidena 30 de Mayo de 2009 En tanto su vida profesional iba en incremento, siendo muy querida por su alumnos y estimada por sus profesores, su vida personal se obscurecía por momentos, como anunciando alguna tormenta en lontananza. Juan no dejaba de ser atento y correcto, pero Angelena sentía que se enfriaba ese amor que alguna vez le profesó y al que ella siempre había tratado de corresponder de forma honesta y total, como le había ofrecido a su abuela. Nunca le había sido infiel, pero no llegaba a amarlo plenamente, pues esa diferencia de edades surgía a cada momento, como una barrera invisible. Juan empezó a celarla, aún cuando Angelena no daba motivo, pues cuando invitaba a alguien a reunirse, siempre era en grupo, invariablemente mixto, precisamente para no dar motivo a malas interpretaciones. Es cierto que hubo muchachos interesados en ella como mujer, pero jamás dio motivo a nadie para que pensara algo más. No obstante, muy pocos de sus conocidos sabían que ella estaba casada y cuando la vieron con Juan, siempre supusieron que era su padre o algún pariente cercano. Para esas cuestiones personales, solamente contaba con sus tíos, Adrián y Beatriz, quienes solamente habían tenido un hijo, José Ángel, llamado como su padre, a quien se le seguía teniendo presente en el corazón, aunque para Angelena cada vez eran mas difusos esos recuerdos. En cierta ocasión, sus tíos pasaron a visitarla una tarde, antes de la llegada de Juan; venían llegando de Irapuato y llevaban algunos bocadillos para cenar con sus amigos. Angelena les sirvió café, en tanto llegaba su marido, pero Adrián notó que algo no iba como siempre. —¿Sucede algo que no sepamos, Angelena?, preguntó. —A ustedes no puedo ocultarles nada, tíos. Sí, aunque puede que solamente sea en mi imaginación…. —¿Algo en lo que podamos ayudarte?, intervino Beatriz. —Pues con que me escuchen y tal vez una opinión, creo que me ayudará. Angelena sirvió el café y fue en busca de algunas pastas para acompañarlo, como dándose tiempo para ordenar sus ideas. Finalmente se sentó y en tanto removía con una cucharilla el contenido de su taza, empezó a hablar: —Desde hace algunos meses, creo que desde que empecé a dar clases, siento a Juan un tanto diferente, en ocasiones como distante. Lo he sorprendido observándome cuando estoy revisando trabajos; no es esa mirada de antes. No es como cuando un hombre mira a una mujer, es algo diferente, lo siento. —¿Habría algún motivo para que actúe de esa manera?, preguntó Adrián. —No, que yo me dé cuenta. Él estuvo de acuerdo en que aceptara las clases. Siempre le aviso en donde voy a estar cuando me reúno con mis alumnos o amigos y muchas veces, cuando el grupo es adecuado, los cito en casa, pues no tengo nada qué ocultar. —En alguna ocasión, sin que yo me dé cuenta, ha estado leyendo los correos electrónicos que recibo o envío; cuando lo he sorprendido le he dicho que si desea leer toda mi correspondencia, le dejo abierto el sitio, para que la revise con tranquilidad y lo hago y digo sinceramente, pues no oculto nada. Pero Juan persiste en su actitud. —Hace algunos días me di cuenta que, cuando yo estaba reunida con un grupo de alumnos en el Café de Valadez, Juan nos observaba desde detrás de unos árboles. Él no se dio cuenta que lo había visto yo, ni le hice ningún reclamo. No sé….. —Pues sí que es curioso, dijo Adrián, pues desde que se casaron, Juan te demostró mucha confianza y siempre te ha apoyado en las cosas que haces. Pero, en verdad que su actitud deja mucho en qué pensar. —¿No crees que le moleste si nos encuentra aquí, sin haber avisado nuestra visita? —No, tío, por favor, no tendría razón, pues bien sabe cuanto los quiero y son ustedes mi única familia. En eso estaban cuando escucharon que se abría la puerta. Juan entró saludando, con verdadero gusto de ver a sus amigos en su casa. —¡Vaya, con los amigos!, Qué gusto que hayan venido, ya hacía tiempo que nos tenían olvidados. ¿Cómo les ha ido? Adrián y Beatriz se dieron cuenta de que Juan no se había acercado a besar a Angelena, como siempre lo había hecho, lo que les pareció extraño y daba más valor a lo dicho por la joven. Esa noche la cena fue amable, como siempre y Juan se mostraba atento con su esposa y amable con sus visitantes. Charlaron de sus propias cotidianidades y de cuestiones generales. Un poco de política, algo de deportes y de cuestiones laborales de ambos. Cuando se retiraron Adrián y Beatriz, no hubo mas comentarios, Juan se fue al despacho a ver sus pendientes y Angelena, luego de arreglar la cocina, se concentró en sus escritos, en su computadora. Ocasionalmente se presentaron algunas crisis en el padecimiento de Angelena, mismas que eran atendidas a tiempo, aunque hubo eventos en que tuvo que permanecer hospitalizada durante varios días. No obstante, nunca accedió a renunciar a su plaza de Docente en la Facultad, como tampoco aminoró su ritmo de estudios, pues estaba decidida a obtener un buen promedio, a fin de tener oportunidad de presentarse a alguna Oposición por un puesto en la Judicatura. El Año 2002 estuvo marcado por la terminación de su carrera profesional y la obtención de un reconocimiento por su alto rendimiento durante toda la carrera. Su esfuerzo se vio coronado con la obtención de un puesto como Asistente de un Juez de lo Civil, como premio por sus logros académicos y la calidad que se había observado en la impartición de la materia que se le tenía asignada; siendo la mejor calificada por los propios estudiantes. También el año fue señalado por dos crisis en su estado de salud, lo que la mantuvo fuera de actividad un par de meses. Al término de la parte escolar de su carrera, disminuyó un poco su ritmo de trabajo, pues solamente atendía su clase en primer semestre, su trabajo de ocho horas en el Juzgado de lo Civil y la elaboración de su tesis profesional. En la primera oportunidad que hubo y a fin de tratar de mejorar la relación matrimonial, Juan le propuso tomar unos días de vacaciones, para reponer su salud y poder dedicarse solamente el uno al otro, a Angelena no le desagradó la idea, así es que planearon un viaje a la Ciudad de México. La idea era disfrutar el Centro histórico de la ciudad, hacer tranquilas caminatas, visitando museos, bibliotecas, sitios históricos, etc. Angelena lo comentó con sus tíos, quienes estuvieron de acuerdo en que podría ser un buen momento para limar las asperezas que pudieran estar deteriorando su relación con Juan, por lo que, decidido, hicieron reservaciones en un hermoso hotel de estilo Art Nuvou, ubicado en el Zócalo de la ciudad de México, no pudiendo hallar lugar mejor localizado para visitar los lugares mas interesantes de la antigua ciudad, aunque no encontraron toda la tranquilidad para recorrer la zona, pues en esa ciudad son continuas las aglomeraciones, aún así, pasaron unos días muy relajados, pudiendo visitar la Catedral Metropolitana, las ruinas arqueológicas del Templo Mayor, El Palacio Nacional; conocer los murales que se encuentran en el edificio de la Secretaría de Educación. Comer la auténtica comida mexicana en un restaurante típico y tradicional de la ciudad. Pasearon tranquilos por la hermosa Alameda Central y visitaron el Palacio de las Bellas Artes. El fin propuesto con el viaje, se alcanzó en todos sentidos, pues la salud de Angelena se vio mas recuperada y el tiempo que el matrimonio pasó con tranquilidad, permitió que desahogaran esos pequeños problemas que empezaban a nublar el matrimonio. Al término de las vacaciones, se encontraban nuevamente en una excelente relación, Angelena contaba con todo el respaldo de su marido para seguir adelante con la culminación de su carrera y el desarrollo profesional que empezaba a tener, por su trabajo en el Juzgado. No obstante, Juan no dejaba de darse cuenta que, en tanto su esposa tenía 24 años y estaba en plenitud física y empezando a alcanzar un buen nivel intelectual, él, sostén y apoyo de esa joven, era un hombre de 54 años y que ya empezaba a acusar los efectos del desgaste natural del organismo, además de que su escolaridad no estaba a la altura de la de Angelena; todo ello, aunque no lo externaba, empezaba a ser como una piedra atada al cuello y que a cada paso sentía mas pesada. No manifestaba sus celos, o procuraba no hacerlo muy evidente, pero desconfiaba de todos los jóvenes compañeros de su esposa, quien además de belleza y juventud, poseía un don de gentes natural, lo que le hacía poseer un amplio círculo social y de amistades. El nuevo Milenio entró con gran fuerza en la vida de Angelena, pues, a mas de obtener un Sobresaliente en su Examen Profesional, vino aparejado con un notable ascenso en el Juzgado Civil, dejándole la responsabilidad de atender la Sala referente a los delitos contra la mujer, juzgado de nueva creación y que ella aceptó con esa entrega y entusiasmo que siempre le habían caracterizado. Con ese nombramiento se convirtió en la Juez mas joven de todos los tiempos, compromiso que mas la obligaba a hacer un buen papel en la defensa de las mujeres, quienes tradicionalmente habían sido maltratadas, en todas las formas, por la sociedad completa. Tal vez el trato diario con ese tipo de problemas, mas el recuerdo de su niñez y juventud tan difícil, le llevó a escribir un breve verso que tituló CANSANCIO El camino recorrido fue tan largo que mis pies se llagaron del cansancio. Tanto ha sangrado esta herida que tuve que esperar seguir andando. Mas hoy cambié ripio por arena y la herida está cicatrizando. Es caricia en mis pies descalzos y es bálsamo de paz en mi descanso. Zaidena Abril de 2009 En ese tiempo, incursionó con mas ahínco en el Internet, abriendo una página propia a la que llamó Angelena-escritos.blogspot.com, en donde empezó a poner su propia obra, aunque ya ésta circulaba por diferentes sitios del mundo cultural de habla hispana, recibiendo muy buenos comentarios de diversos países. Luego de poner sus escritos, Angelena fue invitada a dirigir alguna sección, como en Arte Color Internacional, una revista electrónica de Costa Rica, Le entusiasmaba bastante el verse publicada en revistas prestigiosas, como el Club de Poetas del Sudeste Cordobés, en Argentina. Entusiasta publicaba en Periplos en Red, una revista de corte universitario del Puerto de Acapulco, en México, o La Voz de la Palabra Escrita Internacional, de España. Su actividad en este sentido era constante, tal vez robando horas de sueño a las noches, pues no descuidaba su actividad docente y judicial y, desde luego, sus actividades domésticas. En ese tiempo y dedicado a una amiga, publicó en Poetas del Sudeste Cordobés este verso, en los que deja ver los tristes recuerdos de su infancia, compartidos con esa entrañable amiga: COMPARTIENDO Para mi amiga Estela Te invito con un mate amiga mía a tratar de olvidar nuestros dolores. Que esta infusión dulzona compartida ayude a amenguar nuestros temores. La vida ha sido dura con nosotras, no tuvimos instantes de alegrías, recorrimos caminos muy sinuosos y siempre fue frustrante la subida. Nuestros soplos de vida fueron cortos, el tiempo nos ganaba la partida mojándonos los ojos en silencio y tratando de impedirnos la huída. Hoy volvimos al lugar exacto donde un día aprendimos a vivirla, acá están las raíces enterradas y una planta que resiste bien erguida. La tierra ha sido buena y fértil, y el árbol enraizó enseguida, los vientos lo embistieron brutalmente mas nunca lograron su abatida. Riamos entonces mi querida amiga, no todo ha sido entrada y despedida. Comencemos recogiendo de estos frutos que nos regala el árbol de la vida. Zaidena Elortondo –Santa Fe 8 La vida amarga Juan, su esposo, empezó a padecer enfermedades propias de su edad, pues ya para entonces rebasaba los sesenta años, habiendo tenido que dejar, aunque parcial, su actividad en la tienda y requiriendo siempre mayor atención de Angelena, que se hacía pedazos a fin de poder darle la atención debida. Ante tal situación, renunció a su trabajo en el Juzgado y a sus clases en la Universidad, abriendo un Bufete donde atendía a su clientela particular, pero no pudiendo dedicarse mucho tiempo a ello, por lo que la clientela fue menguando, hasta hacer casi incosteable el pago de la renta y los servicios de su oficina, la que mas le servía como un escape a las presiones domésticas y donde escribía durante varias horas, con el pretexto de esperar a ese cliente, que las mas de las veces no llegaba. Ante tales presiones, su salud empezó a resentirlo y hubo de ser hospitalizada nuevamente. A falta de atención por parte de su esposo enfermo, sus tíos Adrián y Beatriz y el hijo de éstos, José Ángel, se turnaban para asistirla en los días que permaneció internada, hasta que fue dada de alta, aunque evidentemente disminuida en su capacidad física. Pero esa vida, tan breve y tan llena de problemas, no terminaba de beber la copa de amargura. Presintiendo tal vez, más sinsabores, su Musa le dictaba otros sonetos COBARDE Y sólo voy en la vida al compás de tu silencio, amparada sin excusas y bailando en tu embeleso. Porque te amo y nadie duda de este amor que irradia fuego, y me lleva en su camino cabalgando por destellos. Y ahí estás, todo ternura, esperando para amarme, pues te amo en el silencio, y te quiero ante la duda. Porque dudo…¿lo sabés? de que yo sea todo en tu vida. Mas prefiero no saber a deber curar mi herida. Zaidena Elortondo – Santa Fe En medio de las dificultades que le representaba el cuidado de su esposo, Angelena recibió un golpe que nunca se hubiera imaginado. Cierto día, empezando la Primavera, al volver de su oficina, a la hora de la comida, que sin falta hacía para atender personalmente a Juan, se encontró con un auto desconocido a las puertas de su casa, algo sumamente extraño, pues las visitas que recibían, eran las de sus tíos o de los amigos y compañeros de Angelena, pero ese auto era totalmente desconocido y con placas de otro Estado del país. Al entrar a la estancia, fue recibida por su esposo, que con mirada preocupada le dijo: —Angelena, te buscan unas personas, tómalo con calma y no aceptes hasta no tener la plena seguridad. Luego de esta enigmática recepción, Angelena pasó a la sala de estar, donde se encontraba una mujer anciana, de piel muy blanca y cabello entrecano, ya mas cano que negro y un hombre que se puso de pie al entrar ella. —Buenas, tardes, saludó Angelena con recelo, ¿en qué puedo servirles? El hombre se adelantó con la mano extendida para saludar a Angelena, al tiempo que le decía: —Soy el licenciado Enrique Ledezma de Trabajo Social del DIF, me han encomendado traer a la señora Isabel Alberti, su señora madre, quien padece Altzhaimer profundo y como ya no se le puede seguir atendiendo, pues su mal es irreversible, se ha decidido que debe ser atendida por algún familiar, en este caso, usted, señora Angelena, su hija. Angelena, quien se encontraba sostenida por Juan, sintió que se aflojaban sus piernas y se sentó en un sillón, sin poder pronunciar palabra, pero sin apartar la vista de esa mujer extraña que, intempestivamente, intentaba entrar a su vida. Finalmente, ya más repuesta de la sorpresa y anteponiendo su lógica profesional, contestó: —Disculpe mi reacción, Abogado, pero desde que tenía yo tres años de edad, mi madre desapareció de nuestras vidas; a resulta de eso, pocos meses después mi padre se quitó la vida, quedando en la absoluta orfandad; sobreviví atendida por mis abuelos paternos, dos viejos amorosos que me trataron lo mejor que ellos pudieron. Ahora, veintinueve años después me traen a una anciana enferma, que requiere de atención constante y me dicen que es mi madre y debo recibirla en mi casa. No lo entiendo y no lo puedo aceptar, a menos que se me den pruebas fehacientes de la identidad de la señora. —Tiene usted toda la razón, señora Armendáriz, dijo en tanto extraía un expediente de su portafolios, aquí tengo todos los documentos que acreditan la personalidad de su madre. Angelena recibió el expediente y con actitud profesional empezó a revisarlos. Haciendo una pausa, volteó a mirar a su marido, diciéndole: —Juan, ¿me puedes hacer el favor de llamar a mis tíos y pedirles que vengan?, es urgente, por favor explícales de qué se trata. Juan, dándose cuenta de la gravedad del asunto se retiró a hacer la llamada en el despacho, para no ser escuchada por los visitantes. —En tanto reviso estos documentos, Licenciado, ¿le puedo ofrecer algo de beber?, a la señora, ¿le podemos servir algo? —A mi, si me hace favor, un café estaría bien. La señora deberá comer, pero es necesario darle de comer en la boca. Angelena se retiró, antes de que las lágrimas aparecieran en sus ojos, haciendo mil pensamientos en su cabeza, que daba vueltas, pareciendo que quería caer en un torbellino, solamente de imaginar que esta nueva calamidad se le echara encima. Gracias a que sus tíos vivían muy cerca y era hora en que Adrián se encontraba en casa, llegaron casi de inmediato. En cuanto Adrián cruzó el umbral de la estancia, se puso blanco, como el papel, pues de inmediato reconoció, en las facciones de la anciana, la belleza de aquella mujer, gran amor y causa de la muerte de su amigo, casi hermano, José Ángel y la desdichada vida de aquella niña que había abandonado hacía tantos años. Beatriz se dio cuenta de la reacción de su marido y solamente le tomó de la mano, como una señal de solidaridad. A una indicación de Juan, se fueron al despacho, en busca de Angelena. —Hija mía, dijo Adrián, abrazando a la desconsolada joven, mientras Beatriz miraba la escena con preocupación. Reponiéndose y ya sintiéndose menos sola para tomar una decisión, Angelena les puso al tanto de la situación, luego pidió a Beatriz que le llevara un café al Abogado, en tanto revisaba junto con Adrián, los documentos recibidos. Al quedar a solas, se miraron sin decir palabra, pero el llanto acudió de nueva cuenta a los ojos de Angelena. —¡No es justo!, dijo con amargura, cómo es posible que casi de la nada aparezca en mi vida esta mujer, quien dicen es mi madre, por el solo hecho de haberme parido. No lo entiendo tío. —Te entiendo, hija, pero, ¿ya revisaste los documentos?, dijo ésto sin aclararle a Angelena que al ver a la mujer, había reconocido a la hermosa mujer que le había traído al mundo. La mujer que, desde el primer instante, fue el gran amor de su padre y luego de su abandono, la causa de su muerte. —Ya lo hice, tío y parecen estar en regla, la señora es Isabel Alberti, mi madre. Pero eso no me obliga a recibirla en mi casa. ¿Qué debo hacer? En ese momento volvió a entrar Beatriz, quien alcanzó a escuchar lo dicho por Angelena y dijo: —Angelena, si me permites opinar. Si estás segura de que es tu madre, creo que debes aceptarla y si se te dificulta su atención, pues ya tendrás tiempo de internarla en alguna institución. O, ¿qué opinas, Adrián? —Me parece una medida sensata, Angelena, pero es algo que tú misma debes decidir; desde luego, cualquiera que sea tu resolución, sabes que siempre contarás con nosotros. —En ese caso, dijo con seguridad Angelena, no pueden obligarme a aceptar a esta persona, a quien no conozco y que, según documentos, es mi madre. Angelena, su esposo y sus tíos volvieron a la sala, indicando al abogado lo que había decidido. —Tiene razón, señora Armendáriz, no se le puede obligar, dadas las circunstancias en que salió de su vida, pero estamos apelando a su buena voluntad… —Para no parecer irracional, interrumpió Angelena al abogado, le voy a pedir que se la lleve por hoy y mañana tendrá usted mi respuesta definitiva. Usted comprenderá que debo sopesar muy bien lo que esto implicará en mi vida, pues se trata de una persona inválida, que requiere atención constante y supervisión médica, todo ello redundará en cambios en nuestro sistema de vida. ¿Le parece bien? —Estoy de acuerdo, señora Armendáriz, estoy consciente de que es una situación bastante anormal y que marcará cambios radicales en su vida. La llevaré por hoy al albergue del DIF Municipal y mañana por la tarde volveré a conocer su respuesta. Todos de acuerdo, el licenciado Enrique Ledezma tomó de la mano a la enferma, quien de forma dócil se dejó llevar y juntos abandonaron la casa de Angelena, quien se quedó con un nudo en la garganta, pues reconocía en aquella mujer a quien la había traído al mundo, para después destrozarle la vida. Juan se acercó a ella y la abrazó, como para mostrarle su solidaridad ante cualquier decisión que tomara. Angelena se refugió en sus brazos, pues necesitaba sentir ese apoyo. —Pues en realidad tienes un gran problema, hija, dijo Adrián. Saben que cuentan con nosotros, aunque en este momento no sé en qué podamos serles útiles. —Con su presencia es suficiente, tío, pues siempre he contado con ustedes, respondió Angelena. Pero quisiera ir a platicar con el padre Onésimo, creo que en estos momentos es muy oportuna la opinión de mi confesor. —Pues si deseas, te podemos llevar nosotros, dijo Juan y te esperamos en Valadez, pues no quiero dejarte sola en estos momentos. ¿Te parece? —Te lo agradezco, Juan y lo acepto. ¿Vienen con nosotros, tíos?, así lo podremos comentar cuando salga de la Iglesia. Los cuatro salieron de la casa y a bordo del auto de Adrián se dirigieron al centro de la ciudad, dejaron a Angelena a la entrada del templo y fueron a buscar en donde estacionar el auto, luego volvieron caminando al Café, a esperar a que saliera Angelena. Una vez en la cafetería, ante una taza de café, Adrián preguntó a Juan su punto de vista ante este asunto. —Pues en realidad me encuentro tan confundido como ustedes y Angelena, pues es algo que nunca nos hubiésemos imaginado. En lo personal no quiero externar una opinión, pues se podría interpretar como un rechazo hacia la señora, pero en confianza y solo para ustedes, pienso que, en todo caso, si Angelena la acepta, se debe internar en alguna institución, pues de otra manera mi mujer se verá muy limitada para seguir con sus actividades. —Tienes razón, Juan, dijo Beatriz, tu posición es delicada en este asunto, pues como Jefe de familia te corresponde apoyar a tu esposa en lo que decida, pero realmente es una situación harto complicada. —Así es, Bety, repuso Juan. Sea cual sea la decisión de Angelena, contará con todo mi apoyo. —Bueno, Juan, intervino Adrián, en cuanto a tu salud, yo te veo un tanto desmejorado y por Angelena estoy enterado que has tenido tus días malos. ¿Qué te ocurre? —Pues aunque me pueda decirlo, ustedes son nuestros amigos más cercanos, casi nuestra familia y no tengo por qué ocultarlo, la edad me empieza a pasar facturas. Es posible que tantos años de trabajo en la tienda, me hayan afectado, pues se me ha presentado un problema de várices que en ocasiones me impiden trabajar. Además me han detectado una posible Diabetes. Aún queda la esperanza de que los incrementos de glucosa se hayan debido a algún desajuste temporal. La semana próxima me harán nuevos estudios; desafortunadamente hay antecedentes de la enfermedad en mi padre, que a resultas de ello falleció. —Pues mas complicado es para Angelena, terció Beatriz, pues te debe atender a ti y muy probable, a su madre. La plática de los amigos se fue yendo por senderos más amables, dejando de lado las enfermedades y contratiempos que amenazaban sus vidas. El aromático café y la clientela del lugar, compuesta por estudiantes y vecinos de la ciudad, muchos de ellos conocidos de Juan, Adrián y Beatriz, no faltando quien se detuviera a saludarlos y a enterarse por la salud de la licenciada Angelena. En tanto su marido y tíos la esperaban en el Café, Angelena encontró al padre Onésimo, que al verla llegar tan apesadumbrada, pidió a otro sacerdote que lo relevara en el confesonario, para poder atender a la recién llegada. —Angelena, que te ocurre, hija mía, te veo descompuesta. ¿Tienes algún problema? —Sí, padre, tengo un grave problema y quiero su consejo. —Desde luego, hija mía, me alarmas. Ven, vamos a platicar al patio, para que te sientas en más confianza. Angelena siguió al sacerdote, cruzaron la sacristía y salieron al patio trasero, fueron a sentarse a una banca, bajo un durazno. —Dime, hija, ¿qué te ocurre?, debe ser algo grave, donde traes ese semblante. —Y lo es, Padre. Le he comentado que mi madre nos abandono, a mi padre y a mi, cuando yo tenía unos tres años; ¿lo recuerda? —Claro, claro que lo recuerdo, Angelena. También recuerdo que unos meses después, falleció tu padre y te quedaste en la orfandad, lo que no entiendo por qué, un asunto tan antiguo, que yo creía lo tenías superado, te venga a inquietar en estos momentos. —Yo no sé qué pecado habré cometido, pero a veces hasta pienso que Dios me tiene olvidada. —Pero, hija, no digas barbaridades, Dios nunca se olvida de sus hijos. Además, es de ignorantes pensar que la vida se nos dificulta por posibles pecados; no es así, los problemas se nos presentan para hacernos crecer en la fe. —Pues, Padre, dígame entonces ¿donde se encontraba Dios cuando ha permitido tantas desdichas en mi vida? —No, Angelena, no debes verlo de esa forma, te entiendo porque has pasado por situaciones muy complicadas, pero debes tener por seguro que Dios nunca nos abandona. —Pues por lo que me ocurre, yo dudo de todo lo que durante mi vida me han enseñado. —Dudar de Dios no es pecado, repuso el padre Onésimo, pues el ser humano en su infinita pequeñez, es fácilmente rebasado por las desgracias. Todos tenemos nuestro momento de estar en Getsemaní. Jesús oró durante toda la noche, rogó al Padre que le librara de ese trago, lloró y su cuerpo exudó sangre y hasta en la Cruz, clamó: «¡Padre, Padre!, ¿por qué me has abandonado?» Pero al final aceptó la voluntad del Padre y, humildemente otorgó: «En tus manos encomiendo mi espíritu» —Lo que pasa, Padre, es que estoy totalmente confundida y no sé qué debo hacer. —Por favor, hija, cuéntame, ¿qué es lo que te ocurre? —Padre Onésimo, durante el tiempo que tengo de conocerle, le he ido contando mi vida, recordará usted que le comenté que, a la edad de tres años, mi madre nos abandonó. Desde entonces se ha pensado que mi madre hubiera muerto, yo lo pienso desde que tengo uso de razón, pues no concibo que una madre amorosa, como dicen que era ella, de pronto olvide a su hija. Pues ahora me entero que mi madre vive. —Pero hija, eso debería darte gusto, no tristeza. —Padre, ha de comprender que por mi madre no guardo ningún sentimiento amoroso, si acaso lo tuve de niña, le aseguro que lo he olvidado por completo. Pero no le acabo de contar. El día de hoy, al llegar a mi casa, me encuentro con un abogado que me lleva a mi supuesta madre y parece que sí es ella, pero es una mujer enferma, con Alzhaimer, incapacitada total para cuidarse a sí misma y la llevan con la pretensión de que yo la debo cuidar, pues es mi madre y el Estado no se puede hacer cargo de ella, si tiene un pariente directo. —Bueno, Angelena, dice el confundido sacerdote, me imagino que tu reacción debe ser negativa. No sé si le guardes rencor a tu madre…. —¿Que si le guardo rencor?, dijo interrumpiendo al Confesor. ¡Pero claro que le tengo mucho rencor!, pues no olvido que no solamente me abandonó, sino que por su causa mi padre se quitó la vida y ahora se aparece en mi vida y debo llenarla de cuidados…. —¡Angelena…, Angelena…!, tú siempre has demostrado ser una buena cristiana y no puedes olvidar que Jesús nos pide que aprendamos a perdonar y, cuando hayamos perdonado, empezaremos a amar. Tu madre lo será por toda la vida y no debes juzgarla, pues ella, con seguridad, ya estará recibiendo parte del castigo que Dios le tiene reservado, pues todo lo que hacemos en esta vida, es calificado por el Padre. —Yo te pido, en nombre de Cristo Jesús, que recibas a tu madre, la perdones y le entregues ese amor que nunca le pudiste dar. Es posible que su enfermedad no le permita responderte, pero te aseguro que en su alma estará recibiendo tus buenos sentimientos y serán como un bálsamo de sanación para su alma atormentada. Recuerda que Dios es un Ser rico en misericordia y que sabrá recompensarte por lo que hagas por ella en estos momentos. Angelena ya no respondió, el llanto inundó sus ojos y lloró desconsolada, sin poder articular palabra. El Padre Onésimo, entendiendo que en ese llanto se estaba lavando el odio que la joven pudiera tener por su madre, no la interrumpió, dejó que llorara libremente, que vaciara su alma de sentimientos negativos y se abriera al amor. Pasaron varios minutos, poco a poco fue remitiendo el llanto, dando paso a una profunda concentración, con los ojos cerrados, parecía inmersa en un océano de incertidumbres, pero finalmente reaccionó, enderezó la espalda, irguió la cabeza y le habló al Sacerdote: —Gracias, padre Onésimo, por sus palabras. Tiene usted razón, es mi madre y debo aceptarla, la cuidaré como ella me debe haber cuidado los tres años primeros de mi vida. Ella es ahora como una niña desvalida, yo seré ahora su madre en los cuidados y en el amor. Se lo ofrezco a Dios y lo haré también en nombre de mi padre, que la amó hasta el punto de renunciar a la vida al verse abandonado. Por favor, padre, déme su bendición. El sacerdote se levantó y colocando sus manos sobre la cabeza de Angelena dijo: Yo te bendigo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ve con Dios, hija mía. Angelena salió renovada del Templo, cruzó la calle y se dirigió al Café de Valadez, a reunirse con su marido y sus tíos, que le aguardaban, esperando recibir las noticias. Al verla llegar, Juan y Adrián se levantaron de sus asientos, el marido se adelantó a recibirla. —Angelena, mi amor, ¿cómo te fue? —Bien, Juan, muy bien. Ya estoy en calma y sé lo que debo hacer, pero vamos a platicarlo. La plática se alargó por varias horas, tiempo que transcurrió casi sin sentirlo, interesados como estaban en la situación que enfrentaría el matrimonio a partir del día siguiente. Angelena les hizo saber que se encargaría personalmente de atender a su madre, si acaso, contrataría a alguien que le ayudara durante sus horas de trabajo, pues necesitaban ese ingreso, sabiendo que los gastos se les multiplicarían. Juan le hizo saber que, si era necesario, Angelena podía dejar su trabajo y él se encargaría de todo el gasto familiar, lo que Angelena rechazó con energía, pues no quería recargar de preocupaciones a su esposo. Angelena recibió a su madre sin reclamos, sin mirar atrás, con la firme convicción de que lo haría. Como lo había pensado, contrató a una enfermera que la asistiera por las mañanas, pero después de la comida se dedicaba a estar con su madre. Luego de platicarle de sus cosas diarias y ante el mutismo de Isabel, Angelena se refugiaba en su computadora, que a propósito había llevado a esa habitación. Interesada en la Red Mundial del Internet, mantenía su Blog, en donde colocaba sus escritos, participando en revistas electrónicas; su calidad como escritora era reconocida en diversos países. Los problemas de salud de Angelena parecían no tener fin, pues luego de que llegó su madre a residir en su casa, tuvo una leve recaída, por lo que tuvo que permanecer durante dos noches en el hospital, en tanto su madre era atendida por Ernestina, la enfermera contratada, quien, solidaria con su patrona, permaneció esos dos días al pendiente de Isabel, descansando por momentos, cuando la enferma se encontraba durmiendo, o bien, cuando ya había comido y se le podía dejar sola por ratos; aún así, se le había acondicionado una cama en la misma habitación, para estar pendiente de Isabel. Cuando Angelena salió del sanatorio, su ánimo no era de lo mejor, pues de pronto sentía que ese mundo que con tanto esfuerzo había empezado a construirse, se podía desmoronar al menor soplo. De ese tiempo es lo siguiente: AMANTE MIO Porque eres en mi vida el amante que no cesa de pensar en mis deseos ni en mis ansias ni en mis besos. Te deseo sobre todo como hombre que me lleva toda furia entre sus goces, todo hierro entre sus brazos, toda miel entre sus labios, todo amor entre sus dedos. Porque sos mi amante pleno, el que llega sin olvidos, sólo pido que te quedes. Ven conmigo… ¿o le temes a este amor que no da treguas? ¿No viste acaso que mi amor es eso, toda fuerza, pasión y demencia? Ven, vayamos al cielo a gozar de nuestros cuerpos ¡no gastemos el tiempo pensando pues se va muy pronto sin poder volverlo! Zaidena Elortondo – Santa Fe Un lector ocasional, pensaría que la autora del verso tendría un romance oculto, nada mas alejado de la verdad, Angelena era una mujer honesta, en la amplia expresión de la palabra. El trasfondo y motivo del verso, era esa vida que tanto le costaba construir. Era ese amor sentido y vivido con Juan, su esposo, quien con los años se volvía más huraño. Ya no le expresaba ese amor que le llevó a desposarla y su joven esposa, quien tal como prometió a su abuela en su lecho de muerte, haría hasta lo imposible por llegar a amarlo y supo cumplirlo, pues entendió los sentimientos del hombre y, sin dobleces ni condiciones, le entregó su amor. Solo que esa brecha generacional que existía entre ellos, con el paso de los años se fue haciendo mas ancha y profunda. En alguno de esos momentos, durante abril de 2009, escribió: NO ENTENDISTE No entendiste que te amaba. No confiaste en mis palabras, en mis gestos, en mis ganas. ¡No creíste que te amaba! Vivías de tus vivencias díscolas y frágiles. Disfrutabas con amores, de trasnoches y alboradas. ¡Pobre hombre que confunde el amor con risotadas! Sin haber notado nunca que tras risas espontáneas siempre había en el silencio una lágrima encerrada. Zaidena 24-04-09 9 La luz se apaga Ya la relación matrimonial empezaba a hacer agua por distintas vías. La salud de Juan era cada día más precaria y Angelena se partía para atender a su madre y a su esposo, sin reclamo, con estoico coraje. Fue tal la carga de trabajo en casa, que casi se vio precisada a cerrar su despacho de Abogada, algo que le hubiera dolido en el alma. En ese contexto es que se entiende lo siguiente: R E C O R D Á N D O T E Pues bien, aquí estoy, hoy he venido Con llanto y con dolor a hablarte claro, A contarte mis dudas y mis miedos, Y a que entiendas el por qué de mi pecado. Pecado capital que llevo encima Y pesa, como pesan los pesares, Pero a pesar de todo convivimos Y lo llevo conmigo por los aires. Me duele esta farsa desmedida De querer estar contigo y no lograrlo, Y poniendo la mejor de las sonrisas Tener que estar con él, que es un extraño. Extraño que conoce mis regiones, Que exploró cuantas veces tuvo ganas, Sin pensar que en el viaje del amor Son los dos, los que corren por las llamas. Esas mismas que me abrasan si te veo Y recorren como loca mis entrañas, Que se llegan sin pudor hasta mis labios Y te besan… como besan los que aman. Esas llamas que me queman lentamente Y me encienden, me consumen, me estremecen, Y me llevan como rayo por los aires, Y me explotan en la sien, y me florecen. Penetrás dentro mío con tu cuerpo Y me muestras el por qué las aves cantan, Y me anulas la razón, y me ensordeces, Y me tienes a tus pies, cual una esclava. No preguntes entonces por mis penas, Ni te angustien tampoco mis pesares, Es el precio que me cobra a mi la vida, Por la SUERTE de que seas mi PECADO. Zaidena. El año 2010 la encontró sumida en una depresión, manifiesta en una hiperactividad que la extenuaba. Adrián y Beatriz, sus fieles tíos, siempre estaban pendientes de ella, pues se daban cuenta que la presión ejercida por los dos enfermos, la llevaría a una crisis de salud de difícil pronóstico. No se equivocaban, pues, aunque seguía atendiendo sus publicaciones en Internet, sin descuidar a esos amigos que la tecnología le había permitido, mostrando una alegría que no era completa, a mediados de marzo envió un correo electrónico a uno de esos amigos en México: “Hola, Pa, quizá te esté molestando mandándote ésto, pero como a mí me produce alegría quiero compartirlo con las personas que quiero mucho y vos estás dentro de ellas. Esta es una revista del Club de Poetas del Sudeste Cordobés, donde publicaron dos poesías mías en el Nro. 8 de su revista que acaba de salir....¡EL AMOR!.... y SOLO TU AMOR... y una en la revista nro. 7 que está a continuación que es EL BOSQUE y que está bastante buena en mi opinión, quiza a vos no te guste, porque cada uno la lee y siente de manera diferente. De cualquier manera te las mando y si querés, tenés tiempo y/o ganas contame si te gustaron o no. Gracias, besitos. Zaidena” Así era Angelena, ese tratamiento de “Pa” se lo dio con sinceridad a ese amigo lejano a quien adoptó como “Padrino”, de ahí el apócope. De esa forma le mostró el cariño que le tenía, pues como ella misma le dijo: “siempre había estado ajena a una imagen paterna”, algo que encontró en ese hombre de edad más que madura y con quien compartía sus pequeñas alegrías. Angelena volvió al hospital y, aunque por pocos días, su organismo se encontraba resentido y finalmente, esa Luz se apagó. A los 32 años de vida, una mujer valiente, inteligente y sensible, nos llenó de tristeza a quienes, aún sin el trato personal, recibimos su calor de amistad, su luz de inteligencia y su gran sensibilidad de poetisa y escritora. El mes de Agosto de 2010, Angelena se fue a residir a la Casa de Dios, a reunirse con sus seres amados. En alguna dimensión, José Ángel, su padre y sus abuelos, Don Ángel y doña Josefina, la tendrán acunada en sus brazos, recibiendo ese amor que tanto anhelaba. A nosotros nos quedará en la memoria por siempre, tal como quedan sus últimos poemas, que feliz vio publicados y entusiasta compartió con sus amigos. Estos fueron los últimos poemas publicados, quede esta pequeña obra como un homenaje a una Mujer de excepción, con cariño y respeto. SÓLO TU AMOR Porque sé que has confiado en tus instintos hoy vengo a comentarte…“¡has reprobado!... No fueron tus colores los que pinto, ni fueron tus labios los deseados. Dejaste te invadiera la confianza de ese amor que en tu mente cultivaste, no notaste cuán tamaña es la distancia de la ruta que en ideas vos creaste. Y sigues inmutable caminando el camino que conoce tu deseo, donde sólo vos sos quien va amando, aún sabiendo lo imposible de tu anhelo. Zaidena Elortondo-Sta Fe EL BOSQUE El bosque guarda su asombro ante tremenda belleza, y el sol, besando las aguas escucha de su pureza. La mariposa aletea sobre la flor perfumada regalándole sus galas cual corazón a su amada. Y la brisa suave y fresca, señora de estos lugares, envuelve con sus suspiros los recodos de estos lares. Los trinos ya se agigantan, los sonidos reaparecen, y los ruidos se hacen eco de esta enorme vida verde. La perfección en sus formas se muestra intacta y solemne, el animal ahí no mata, sólo conserva su especie. Al nido ajeno respetan, nadie intentará robarle, cada cual tiene su casa, y es del dueño… o es de nadie. La droga no la conocen, tampoco envidia y poderes, cada cual se ocupa sólo de lo que son sus deberes. ¿Y aún así menospreciamos a nuestra madre natura? Creemos ser importantes ¡y somos pobres criaturas! Hoy no respetamos a nadie, nos rendimos a placeres, cualquiera es todo un señor si tiene plata y poderes. Te matan brutalmente porque miraste torcido, te quitan las ilusiones, los sueños, y lo vivido.¡ Y dicen que esto es vivir, que es la vida, lo moderno!, yo creo, sinceramente, que es vivir en un infierno. Extraño palabras dulces, el paseo por el pueblo, la puerta de casa abierta sin cerrojo o carcelero. Es mi sueño el de confiar y pensar : ¡no hay sufrimientos! pero a aquellos que gobiernan no los mueve el sentimiento. No quisiera despertar y seguir viviendo esto. Sólo ansío de una vez vivir en un mundo honesto. Y que el bosque no se asombre ante tremenda belleza, y el sol, besando las aguas escuche de su pureza. Zaidena Elortondo-Sta Fe ¡EL AMOR! Las lágrimas rodaron mis mejillas cuando te vi agazapado en esas páginas, mis manos comenzaron a mojarse, mis sienes se perlaron de fragancias. Ya no pude detener ese galope que salía desde dentro de mi alma, cabalgaba como loco hacia tus letras destruyendo los cimientos de la casa. Y me enoja y desconcierta que no sepa o no quiera entender cómo es el juego, donde sólo apareces si te antojas esperando yo una vida ese momento. Más, ¿cómo hago frenar ese desboque si es su esencia, su ilusión, su vida misma? No puedo pretender que vea claro si el amor le recubre sus razones. Dejo entonces que vaya hacia tu encuentro transformando sus latidos en piruetas, engañándose a sí mismo en su agonía de sentir que está al fondo de la grieta. Zaidena Elortondo –Sta Fe Epílogo A la muerte de Angelena, esos tíos que Dios le había mandado, lloraron desconsolados, huérfanos del amor de esa joven a quien habían visto nacer, que habían vivido el enorme amor suscitado entre sus padres. Que igual vivieron con ella y su padre, el drama del abandono inexplicable de esa madre, amada por su hija y venerada por su marido. Junto con ella, compartieron la tristeza de la muerte del padre amado, de ese amigo casi hermano que vivió niñez y adolescencia junto a Adrián y ya de hombres compartieron la vida estudiantil. Acompañaron a Angelena en su paso de la niñez a la pubertad, junto a esos queridos viejos que fueron sus abuelos. Compartieron sus triunfos escolares y siempre estuvieron a su lado cuando, a instancias de su abuela, accedió a casarse con Juan, un hombre mayor que ella. Buen hombre, no hubo duda, pero que no podía entender los anhelos y caminos a seguir por una joven que bien podría ser su hija. Sufrieron, junto con su marido, esa precaria salud que siempre la mantuvo amenazada. Le ofrecieron la mano amiga y desinteresada ante la aparición de su madre en un estado de salud que requería cuidado constante. Fueron el hombro en que apoyó su cabeza tantas veces, que ahora extrañaban ese suave calor que la envolvía. Juan, su esposo, lloró inconsolable durante horas, noches y días, pues la amaba más que a su propia vida y en el fondo se culpaba de haber sido la causa de que Angelena no alcanzara nunca una completa felicidad. En sus horas de insomnio, sumido en una honda tristeza, volvía a mirar a aquella chiquilla de quien se había enamorado y a quien hizo motivo de sus fantasías de hombre solitario, carente de afectos. La belleza y simpatía de esa niña, se convirtió en motivo de vida para el hombre. Supo contenerse y esconder sus sentimientos; en su momento supo acercarse a los abuelos de Angelena, especialmente a doña Josefina y en el tiempo oportuno, declarando el amor que sentía por esa joven, selló, junto con la abuela moribunda, el destino de Angelena. Ahora se miraba triste, solo, absurdamente solo, pues la lógica decía que él tenía que haber fallecido antes, a fin de dejarla libre siendo joven, para que fuera en busca de su propio futuro. Pero Dios lo miraba de diferente manera y ahora, además de solitario, tenía el compromiso de esa mujer enferma, que para él no era mas que una extraña que, en los últimos meses de su amada esposa, vino a quitarle parte de ese tiempo precioso, así que habló con Adrián: —Adrián, dijo luego de varios días de encierro y llanto, estoy totalmente desconcertado y no sé qué debo hacer con doña Isabel, pues no deseo tenerla en casa, pero no puedo echarla a la calle. —Entiendo tu desconcierto, Juan. Creo que lo correcto es que Isabel estuviera en una institución, pero tendrás que convenir en algún costo que puedas pagar. —De eso no hay problema, repuso Juan, pues aún queda algo de la herencia de Angelena y creo que se debe utilizar para el cuidado de su madre. Ya cuando se termine, veremos qué hacer. Yo no puedo trabajar constante, pero tampoco me voy a encerrar en cuatro paredes, Lo haré por Angelena. Esa fue la solución para seguir atendiendo a Isabel, esa madre que abandonó a su hija, ahora terminaría sola, entre extraños, aunque recordada por Juan, gracias al recuerdo que de su hija tenía su ahora viudo. Isabel Alberti fue recluida en un asilo donde vive hasta la fecha, regularmente es visitada por Juan, Beatriz y Adrián, pero al único que reconoce alguna vez, es a Adrián. En su mente perdida debe quedar una chispa que le haga reconocible ese rostro, de aquel gran amigo que tuvo su esposo. Juan vive solo y regularmente convive con esos inapreciables amigos, Adrián y Beatriz y se ha convertido en un abuelo mas para José Ángel, el hijo de sus amigos. Asiste a su negocio unas horas por la mañana y se ha vuelto una figura habitual en las tardes de verano en el Jardín de las Embajadoras, cuidado y querido por esa familia que lo acogió en recuerdo de Angelena. Angelena sigue viviendo en su obra, no muy extensa, pero de gran calidad. Presente en esas revistas electrónicas repartidas por el mundo de habla hispana y siempre presente en el recuerdo y el cariño de tantos amigos que hizo en el breve tiempo que caminó por este mundo. El Padre Onésimo, su amigo y Confesor, celebró en el Santuario Catedral, una Misa en memoria de esa joven que se metió en su alma como una hija muy amada. Angelena fue una apasionada de las leyendas y dirigió una sección con este tema en una revista electrónica de Centro América. Tal vez, con el transcurrir del tiempo, se llegue a formar una leyenda que quizás se llame, un Ángel visitó la Tierra. FIN

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