IN MEMORIAM DE ZAIDENA

Este espacio dedicado a la literatura, está realizado a la memoria de Zaidena, gran escritora y querida amiga (q.e.p.d.)




miércoles, 9 de marzo de 2011

Una noche con lluvia

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La joven caminaba en esas calles solitarias, la noche se le había venido encima sin casi haberse dado cuenta; la culpa era del irresponsable de su jefe, que le había pedido que se quedara a terminar ese trabajo, sin tomar en cuenta que para ella representaba tener que transitar esas calles, que al cerrar las empresas, quedaban solas, con muy escasa iluminación. El egoísta jefe no se había tomado la molestia de ofrecerle acercarla a la entrada del Metro.

Empezaba a llover y ella sin paraguas. Esto estaba terminando como un día de perros. Apresuró el paso y siguió adelante. De pronto, de las sombras de un portón, miró de reojo que una sombra echaba a caminar detrás de ella. Sintió un frío intenso que le recorrió la espalda. Recordó claramente que había leído que en esas calles habían asaltado y violado a varias mujeres; de eso ya hacía algo de tiempo, tal vez tres años y el responsable había sido aprehendido y sentenciado. Pero una nunca sabía cuando se iba a presentar otro degenerado de esos que andan sueltos. Escuchó con claridad los pasos detrás de ella y las nubes de tormenta cubrieron la tímida luna que apenas alumbraba. Las sombras se hicieron mas acentuadas, lo mismo que el miedo que le subía en oleadas hasta la garganta. No se atrevía a voltear, por temor a tropezar y ser apresada mas fácilmente. Se concentró en su andar apresurado, fijándose en el pavimento, para no ir a tropezar con algún obstáculo. La lluvia arreció y ya se encontraba empapada, pero ahora no era el tiempo de fijarse en pequeñeces. Aún quedaban dos enormes cuadras para llegar a la avenida y tres para alcanzar la entrada al Metro, donde habría mas luz y, con seguridad, algún policía.

La distancia se le hacía enorme y ya sentía cerca de ella los pasos de su perseguidor, entonces empezó a trotar suavemente; el sonido de los pasos detrás de ella, también aumentaron su ritmo y ese miedo que le ponía la boca amarga, casi le obligaba a vomitar. El agua le escurría por la cara, el abrigo lo sentía pesado de tanta agua que había acumulado. Ya no sentía el frío, pues el andar acelerado le estaba haciendo entrar en calor, ¿o sería el mismo miedo? Casi terminaba la primera cuadra. ¡Pero, por Dios!, ¿por qué tenían qué hacer esas cuadras enormes?, no pensaban en que habría personas caminando, nunca pensaban en la gente de a pie; daban por seguro que todos los trabajadores tendrían automóvil. Qué alejados estaban de la realidad del pueblo, que tenía que escatimar hasta el último centavo en transporte, para que el magro salario les alcanzara para mal comer y atender con apreturas a sus familias.

¡Pero qué pensamientos, por Dios!, en esos momentos le importaba un rábano el sueldo y los problemas de la quincena, que no alcanzaba. Lo que debía hacer era apresurar el paso; del trote ligero, pasó a correr, no demasiado, para no ir a perder el paso y caer. Volteó en la esquina y ya casi para salir a la luz de la avenida, una mano se posó en su hombro, haciéndola gritar.

—Calma, calma, niña, dijo una voz de mujer, que no te alcanzo y no deseo caminar a solas por estas calles solitarias.

La joven volteo a ver quien le había hablado y vio a una mujer, ya de cierta edad, sofocada por la carrera para alcanzar a esa joven, que parecía huir de la lluvia.

Las dos mujeres, ya tranquilas, bajaron la escalinata del Metro y se perdieron en la ciudad.

Sergio A. Amaya Santamaría
Noviembre de 2010
Cd. Juárez, Chih.
















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